2024 está por terminar. Ha sido un año de muchos cambios en el país y el mundo: desde tener la primera presidenta con A en México hasta la exigencia constante de cese al fuego y la paz para el pueblo palestino. Fue un año donde los derechos humanos tambalearon en su reconocimiento y garantía legislativa para las sociedades; donde la paz y la justicia se volvieron utopías para comunidades diversas, y donde la recuperación de la esperanza y la digna rabia se convirtieron en pilares fundamentales para la construcción de esos mundos que imaginamos.
En estas épocas decembrinas se habla sobre tiempos de felicidad, pero ¿cómo hablar de felicidad en medio de una crisis humanitaria y climática? De acuerdo con el Reporte Mundial de Felicidad 2024 (World Happiness Report), la felicidad se sustenta en seis pilares comunes: redes de apoyo; ingresos per cápita; expectativas de vida y salud; libertad; generosidad y percepciones sobre la corrupción, donde México se ubica en el lugar 25 a escala mundial.
Dentro de las poblaciones más felices se encuentran las personas adultas mayores y, por el contrario, las juventudes son el grupo poblacional con menores índices de felicidad. Y este fenómeno social no es exclusivo de nuestro país, sino que también se refleja en el resto de los países de América Latina (https://acortar.link/gmX8dz).
Uno de los objetivos de este estudio es brindar elementos útiles para que los gobiernos puedan generar políticas públicas de bienestar de manera integral. Ante ello, es importante reflexionar, ¿en esto consiste la felicidad o son derechos humanos y condiciones que abonan a lograr una vida digna y, por ende, a construir lo que consideremos felicidad?
Por un lado, los ingresos per cápita y las expectativas sobre la salud son factores que se establecen en los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA) donde se deberían garantizar derechos como trabajos dignos; acceso a servicios de salud integrales; insumos de canasta básica accesibles, asequibles e idóneos para quienes conforman nuestra sociedad mexicana; entre otros. Esto desde una mirada comunitaria y de equidad, más no desde una perspectiva capitalista que le ponga precio a la vida propia, a la colectiva y a la naturaleza misma.
En cuanto a las percepciones sobre la corrupción y la libertad, son componentes necesarios para el sostén de una democracia participativa que fomente la justicia social, la cultura de paz y de la no-discriminación, así como el respeto por la diversidad de la vida. Sin ello, las redes de apoyo se vuelven la resistencia hacia las estructuras de opresión y violencia que atentan contra la humanidad continuamente.
La generosidad se convierte en un elemento de esperanza ante la mercantilización proveniente del sistema económico neoliberal que está constantemente poniendo plusvalor a las relaciones humanas y a las personas.
En ese sentido, este cierre de año nos invita a reflexionar sobre nuestra felicidad desde lo personal, pero también desde un sentido de comunidad enmarcado en la preocupación genuina por la otra persona, en el cuestionamiento crítico de las relaciones que sostenemos y desde dónde lo hacemos, así como anteponer las amistades y los amores revolucionarios como fundamentos para acompañarnos en estas fechas navideñas y en las épocas de la lucha y la resistencia.
Que logremos encontrar los caminos para hacer la paz y recuperar la felicidad y la alegría como esperanzas combativas. Que podamos rencontrarnos colectivamente en el diálogo y la escucha activa de la otra, otre, otro. Que mantengamos nuestra capacidad crítica y combatamos los sistemas de desigualdad y de opresión. Y que sostengamos viva la llama de la esperanza desde la generosidad y la búsqueda de la felicidad hasta conseguir la justicia social y la dignidad humana para todas, todes y todos.
Agradezco a todas las personas lectoras de esta columna y del periódico por sumarse a estas reflexiones. Deseo que esta Navidad sea de encuentro con sus seres queridos y que sea un año lleno de justicia social y alegría combativa para ustedes.