Poco después de prevalecer sobre Zapata y Villa, la facción terrateniente norteña que emerge victoriosa de la revolución de 1910 creó una Constitución que daba respuesta de Estado al tema de la tierra (artículo 27) y de los derechos laborales (artículo 123). Pero aunque se ocupó también de la educación en el artículo tercero, no fue a fondo y, muy a lo liberal, con una mínima intervención del Estado (laicidad y gratuidad vigiladas).
Se abrió ahí entonces una disyuntiva dentro de las fuerzas sociales y al interior del naciente Estado. Se podía optar por recrear a fondo el panorama –como se hizo en el caso de la tierra y de los derechos laborales– o, muy a lo liberal, dejar hacer y dejar pasar, prácticamente intacto en este caso, el sistema educativo y la universidad, que con todo detalle y con respaldo de los estados y del Congreso había creado el porfiriato de 1880 a 1910.
Quienes no dudaron fueron las vanguardias magisteriales que, de cierto modo organizadas, pero a la vez, activamente menospreciadas por el porfiriato, emergieron en esos momentos renovadas por las teorías sociales circulantes y por los vientos de una irrupción de masas revolucionarias que transformó al país.
Pusieron manos a la obra para construir un nuevo sistema educativo, acorde con lo que veían como los primeros pasos de una nueva nación a construir a partir de las masas indígenas y campesina y de las y los asalariados que demandaban también participación decisiva en el rumbo del país.
Entonces nacieron las normales rurales, enraizadas en las comunidades indígenas y campesinas, donde los jóvenes locales se convirtieron en maestros y maestras y enseñaron a leer y escribir los derechos a la tierra y a los frutos del trabajo. El Estado se legitimó y creó sus bases corporativas y populares, incluso proclamando en 1934 el socialismo en el tercero constitucional.
Pero en 1940 todo cambió. Se regimentó a los maestros (1943, SNTE), se disciplinó la ley de la Universidad (1945), se sustituyó la palabra “socialismo” por “desarrollo armónico (1946) y 10 años después (1958) la policía ya golpeaba brutalmente a los maestros y maestras que demandaban democracia en el Zócalo.
Desdeñar así la ruta iniciada por las y los maestros significó que entonces se retomara tal cual el sistema educativo y la universidad creada por Díaz y Sierra (1880- 1910). Un sistema fundado en la experiencia del régimen prusiano de una sola nación, una lengua, una identidad superior y, creó en México un sistema educativo uniforme, que no distinguía pueblos ni regiones, con una sola lengua y un solo programa a aprender.
Un sistema educativo influenciado por poderosas corrientes de racismo latinoamericano que despreciaban las lenguas y los conocimientos originales. “¿Qué porvenir aguarda a Méjico, al Perú, –se decía– … qué tienen aún vivas en sus entrañas, las razas salvajes o bárbaras, indígenas… su odio a la civilización, sus idiomas primitivos…?” Y Justo Sierra prometía que “la escuela unifica[rá] la lengua, levantando una lengua nacional sobre el polvo de todos los idiomas de cepa indígena, creando así el elemento primordial del alma de la nación”.
Y retomó íntegra la concepción positivista de una ciencia para los superiores y de los superiores. Lo que criticando Justo Sierra llamó él mismo una “casta de la ciencia cada vez más indiferente a las pulsaciones de la realidad social, turbia, heterogénea… ” (Y lo decía apenas semanas antes del estallido de la revolución de 1910).
No llama mucho la atención que el liberal-positivista Sierra y Díaz hayan adoptado este sistema de ciencia y educación para el agotado porfiriato decimonónico, pero sí es contradictorio que para crear un nuevo y distinto país, se haya optado y se siga optando por mantener el sistema educativo del porfirismo. Con una sola lengua nacional en la mayoría de escuelas y universidades, de conducción autoritaria, centralista y burocratizada, excluyente y racista, ajena a las realidades nacionales.
Se entiende entonces por qué las y los estudiantes demandan una universidad como la UNAM, UAM, IPN, aunque democratizadas; de acceso abierto, sin racismo, sin castas, sin colegiaturas, dando la cara a la realidad compleja del país, y se entiende por qué las y los maestros desde hace más de un siglo, y desde hace 45 años como CNTE, junto con los normalistas rurales, contra viento y marea, sigan luchando y diciendo que el país merece un sistema educativo radicalmente distinto al de los genios del siglo XIX.
Y que cien años de agresión contra maestros y estudiantes (1929, 1968, UNAM,1999-2000, Ayotzinapa), una deserción masiva y millones de jóvenes sin acceso a la universidad, son todos un precio demasiado alto para seguir manteniendo un sistema que no nos funciona para construir una nación plural. Un sistema dirigido por una casta inspirada en el siglo XIX, pero en el siglo XXI.
*UAM-X