Del deshielo en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que entró este 17 de diciembre en su décimo aniversario, sólo han sobrevivido las embajadas en ambos países, un puñado de acuerdos y reuniones bilaterales y el acceso desde la isla a Netflix y Arbnb. Es decir, casi nada.
El deshielo, en realidad, nunca ocurrió. En su primer mandato Donald Trump desmanteló las medidas de su predecesor, Barack Obama, que conducirían hacia la “normalización” de las relaciones entre ambos países, pero ha sido Joe Biden quien se ha encargado de mantener a flote el plan de Trump. Lo ha hecho traicionando las promesas electorales que lo llevaron a la Casa Blanca en 2020.
Aunque en Cuba el recelo hacia los ofrecimientos del gobierno de Estados Unidos tiene más de 200 años, cuando el secretario de Estado John Quincy Adams dijo que Cuba era la “fruta madura” que caería en las manos de Estados Unidos por la ley de la gravitación universal, en las calles cubanas se apelaba a cierta lógica elemental: el vicepresidente de Obama seguramente continuaría las políticas de su antiguo jefe.
Pronto descubriríamos lo equivocados que estábamos. En el primer año de gobierno, la administración Biden se dedicó a mirar con fría distancia cómo golpeaban la economía cubana las sanciones de Trump y cómo nos iba con el covid. En agosto de 2021, cuando Cuba enfrentaba un pico de casos de la epidemia, la principal planta productora de oxígeno del país, OxiCuba SA, sufrió una avería crítica. Ante la imposibilidad de adquirir rápidamente oxígeno en el mercado internacional debido al bloqueo, Cuba solicitó ayuda humanitaria urgente. El gobierno de Estados Unidos miró hacia otro lado con el cálculo oportunista de que las malas noticias en La Habana son muy buenas en Washington.
Reabrió su embajada y se mantuvieron algunos intercambios entre los dos países, pero Joe Biden mantuvo deliberadamente el régimen de sanciones, más las medidas adicionales de Trump y, por si fuera poco, dejó correr los fondos millonarios que llegan a la industria del “cambio de régimen”, con sus granjas de bots y trolls desde Miami y sus noticias falsas lanzadas a diario para sembrar el desaliento, la confusión y la rabia en una población sometida a durísimos rigores.
Leal a Trump, a pocas semanas de dejar la Casa Blanca, el demócrata ha decidido mantener a la isla en la lista de países patrocinadores del terrorismo, que estrangula financieramente a Cuba e incursiona en el habitual abuso del concepto de extraterritorialidad, sin respaldo jurídico alguno. Con la ilusión de que Florida regalaría a los demócratas los votos electorales, cortejó al grupo de legisladores de origen cubano que en el Congreso han practicado con entusiasmo el trumpismo neandertal, desde antes de que apareciera Trump en el horizonte.
Hemos visto por estos días decenas de análisis sobre ese momento esperanzador que marcó el 17 de diciembre de 2014, cuando simultáneamente Raúl Castro y Barack Obama anunciaron el inicio del proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el famoso “deshielo”. La mayoría de las aproximaciones culpan a Trump del retorno al punto de congelación de la política, pero muchos cubanos, entre los que me incluyo, responsabilizan más a la administración Biden por su inacción calculada respecto de Cuba.
No debió sorprendernos. Los gobiernos demócratas y republicanos tienen una sola política exterior hacia la isla, en ocasiones más beligerante cuando los primeros ocupan la Casa Blanca. Era demócrata John F. Kennedy. Durante su mandato, en 1961, decretó el bloqueo comercial y naval a Cuba, y luego se lanzó a la aventura de la invasión por Playa Girón.
Además de la vieja ilusión de Washington de acabar con el gobierno de La Habana a las “buenas” de Obama o a las “malas” de Trump-Biden, otra regularidad histórica es que van y vienen los presidentes en Estados Unidos, como lo hará Biden en unos días, pero en el Palacio de la Revolución siguen los rebeldes que llegaron en 1959. O como le dijo la diplomática cubana Johana Tablada a la agencia Associated Press hace unos días, “dentro de cuatro años Trump se va y nosotros vamos a estar aquí”.