Frustración, no de otra manera puedo calificar el sentimiento que emerge tras leer ensayos de ciencia política y sociología latinoamericana. Es desalentador ver cómo los argumentos y las referencias atienden autores de moda, sin ninguna idea relevante. No entiendo cómo es posible analizar la realidad latinoamericana, desconociendo su acervo cultural, pensadores, teorías y debates que han sido la simiente para construir el pensamiento de nuestra América. Parece que en estos tiempos acelerados de saberes de Wikipedia no ha lugar a una reflexión pausada. La invisibilidad de autores que han marcado, en los siglos XIX y XX, la arquitectura del pensamiento crítico latinoamericano, han desaparecido.
Su desconocimiento tiene consecuencias en lo inmediato, un saber romo y falto de creatividad. Creo, debido, entre otras causas, a la dinámica competitiva instaurada en los centros e institutos universitarios, donde prima la cantidad más que la calidad a fin de mejorar las condiciones salariales, optar a promociones internas y estabilidad laboral. Motivos legítimos, pero alejados del compromiso inherente al trabajo intelectual.
Evaluar tesis doctorales y artículos para revistas académicas se transforma en un peregrinar por el desierto de las ideas. En la inmensa mayoría de los casos, las citas bibliográficas tienen un denominador común, responden a textos de última generación; a la par gana adeptos el sustituir las vocales a y o por la e. El elle por el ello, el niñe por el niño y así suma y sigue. No se trata de pedir a jóvenes investigadores y docentes noveles un pensamiento consistente. Pero sí estar al tanto de la bibliografía básica para abordar sus hipótesis de trabajo. Y eso es responsabilidad de los tutores. Ellos sí deberían saber autores, textos y debates a consultar. Se trate de estructuras sociales, geopolítica, dependencia, movimiento obrero, luchas por la igualdad de género, neoliberalismo, golpes de Estado o procesos revolucionarios.
Seleccionar y fijar son dos premisas para formar buenos académicos e investigadores. Conocer el pensamiento latinoamericano y tener un manejo elemental de los conceptos y categorías propios de un científico social es labor compartida entre el maestro y los aprendices. El concepto discípulo queda grande. El proceso de aprendizaje se proyecta en el tiempo, dando lugar, tras años de inquirir a la realidad, a un pensamiento propio. Sin ideas fuerza, cualquier praxis teórica es imposible. Recomiendo la lectura de Cicerón, Acerca de la vejez, para descubrir de qué hablamos.
Mediocres, loros repetidores, transformados en inquisidores copan los espacios universitarios. Exigen sus obras, ocultan y descalifican a pensadores que no se ubican en su órbita, por convicción o ignorancia. Personajes con extensos currículos, estancias en universidades extranjeras, trilingües, sin ideas, pero con los monederos llenos, son el referente. Impostores que han sustituido a los maestros, con menos publicaciones, pero relevantes. En las ciencias sociales como en la literatura hay ejemplos: Juan Rulfo, Pedro Páramo, o Aníbal Pinto Santa Cruz y su ensayo: Chile, un caso de un desarrollo frustrado.
El origen de esta situación debemos buscarlo en los años 80 del siglo pasado. Allí se fue creando una animadversión, cuando no un desprecio, a leer los clásicos. En la enseñanza superior se optó por resúmenes, apuntes o una selección parcial de textos. Da igual que fuese Marx, Durkheim, Simmel, Weber, Merton, Mills, Hannah Arendt, Marcuse o Freud. Lo mismo con autores latinoamericanos. González Casanova, Germani, Stavenhagen, Sergio Bagú, Vania Bambirra, René Zavaleta, Antonio García, Darcy Ribeiro, Fals Borda, José Arico, Marini, Carmen Miro, Fernando Martínez Heredia, Cueva, Faletto, Do Santos, Torres Rivas, entre otros, fueron troceados hasta hacerlos irreconocibles. Se borró de un plumazo a Sarmiento, Hostos, José Ingenieros, Julio Mella, Haya de la Torre o Mariátegui.
Hoy, reivindicar el saber de los clásicos del pensamiento latinoamericano, para forjar un saber enraizado en nuestras realidades está mal visto. Sus detractores lo han transformado en un debate de nostálgicos, cuando no lo tachan de una discusión politizada, anclada a un marxismo desfasado e ideológicamente dogmático. Las ciencias sociales latinoamericanas están siendo colonizadas por desafectos y aprendices de brujo. Lo efímero y las modas intelectuales copan el espacio. Lo decolonial o las teorías del decrecimiento son buen ejemplo.
Hay quienes se jactan de no haber leído a Weber, pero disertan sobre la racionalidad política, el poder o las formas de dominación. No menos sucede con Marx. Muchos hablan del capitalismo contemporáneo, pero reconocen no haber abierto una página de El capital. Eso sí, han leído múltiples interpretaciones. Baste recordar las generaciones de científicos-sociales cuyo conocimiento de la obra de Marx provenía del texto de Marta Harnecker, Los conceptos fundamentales del materialismo histórico. Sin duda, ella no es responsable de tal desaguisado. Hoy el caso se repite con Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI o su ensayo Capital e ideología. Vivimos un momento crucial en la batalla de las ideas y, a decir de Pablo González Casanova, pensar para ganar implica no renunciar a nuestras ciencias sociales.
Enfrentar la mediocridad intelectual, supone formar, dar argumentos y articular un debate forjador de pensamiento crítico, alejado de modas y dogmatismos inquisitoriales.