Monterrey. El América es el rey de un futbol que cambia continuamente de reglas, el único capaz de ganar tres campeonatos seguidos en un formato de torneos cortos, con o sin fases de reclasificación y la falta de un mandamás en la Federación Mexicana de Futbol. En la final de vuelta contra el Monterrey (1-1, 3-2 global), miles de personas que siguen al club escribieron una historia nueva, la del primer monarca imbatible en año y medio en el circuito profesional desde 1996.
No es que un partido resuelva la condición conflictiva de un proyecto federativo, pero desmantela problemas, anuncios frecuentes que aparecen en el desarrollo de una competencia, como la renuncia el viernes del alto comisionado Juan Carlos La Bomba Rodríguez. Si el brasileño André Jardine consiguió aislar a su plantel de todo eso, fue porque su labor implicó un acto consecutivo de liderazgo. Y porque ganar no es lo único, pero cómo vale cuando se hace costumbre.
Ante más de 52 mil aficionados en el estadio BBVA, la aventura del América tuvo la estampa final que tanto buscó: un derechazo del mediocampista Richard Sánchez, de aire y al ángulo derecho del portero Luis Cárdenas, que sentenció una serie cuyo dominio fue irrebatible (minuto 24). En los segundos que siguieron al festejo del paraguayo, el silencio de los locales, tan eufóricos en un principio, certificó que la derrota ya estaba escrita antes de finalizar el primer tiempo.
¡Dale campeóóón, dale campeóóón!
, celebró el plantel americanista y no fue necesario decir que, en esas palabras, cabía un oasis mayor a cualquier recinto. Porque en eso también consiste tanta felicidad. Abrazarse con amigos o desconocidos, cantar junto con los del asiento de al lado, ir de la tensión al alivio y aventurar vaticinios sobre quiénes harán los goles. Cientos terminaron sin voz cuando Sánchez empezó a correr hacia un costado del campo; luego abrieron los ojos y corroboraron que el América era campeón por decimosexta vez en la Liga.
En la imagen, el riflazo del mediocampista Richard Sánchez, que silenció al Gigante de Acero. Foto @LigaBBVAMX
En el futbol hay aficiones que ríen y lloran de alegría. Lo de anoche fue eso que algunas suelen denominar la gloria
, una máxima que cada persona ubica en los libros personales y colectivos, pero jamás en los estantes de una biblioteca. La gloria, esa sensación única de ganar, desordena las emociones y hace sudar las manos y los pies. Perdura en el aire, produce un temblor repentino en los dedos y quiebra la voz como un fuego en la garganta.
Desde hace dos temporadas, Jardine y sus dirigidos lo hicieron costumbre en las gradas, invitaron a sus seguidores a reconocerse en un estilo que los invitaba a soñar, aunque fuera lejos del Azteca.
Si hablar es también jugar con palabras, la que dice tricampeón
se volvió para las Águilas un capítulo memorable. Sólo el tiempo permitió medir que los tropezones en la fase regular –cerró en octavo lugar– poseían una menor profundidad de la que muchos pensaban. Algunos conocedores de este deporte afirman que ganar es complicado, pero hacerlo después de un bicampeonato es todavía más. No se percibió ninguna rendija por donde el título podía diluirse, ni siquiera los 39 años sin definir un trofeo fuera de casa. Este fue el mejor desde la fase de reclasificación –hoy llamada play-in– y dejó atrás una serie de polémicas en relación con el favor
de los árbitros.
Extrañan a Ocampos
En el Monterey no sobrevino algo radicalmente distinto a la final de ida en Puebla. Aunque el técnico argentino Martín Demichelis dispuso de varios cambios, los jugadores pasaron por desafíos más complejos ante las bajas por lesión de Lucas Ocampos y Víctor Guzmán. Rayados combatió al América desde las vísceras, se repuso y trató de no rendirse con el tanto del colombiano Johan Rojas (minuto 85), pero la ausencia de Ocampos corroboró que es un plantel fuerte por individualidades, no por su juego colectivo.
Sobre estas líneas, Sebastián Cáceres (izquierda) y Brandon Vázquez, se disputan el balón. Foto Ap
Por fuera de lo que planteó el partido, una marea multicolor de seguidores rayados avanzó desde temprano por el puente peatonal que conecta al estadio, para acompañar el último trayecto del autobús del equipo. Decenas de pequeñas estampas con la imagen del español Sergio Canales, convertido en santo con programas de edición, circularon en medio de una multitudinaria caravana que colmó las calles, los negocios y principales puertas de entrada. Hubo banderas, bombas humeantes y miles de camisetas de color albiazul, incluso una persona atropellada por el autobús visitante. Pero al final nada de eso pesó.
Es la hora, es la hooora, es la hora de ganaaar
, alentó una y otra vez a sus jugadores el principal grupo de animación de Rayados desde la cabecera local. De no ser por el gol de Rojas y alguna atajada del arquero Luis Malagón, no habría quedado rastro de los regiomontanos. El América, tricampeón, se encargó de borrar lo que alguna vez era tan temible para otros equipos del futbol mexicano: la visita al Cerro de la Silla, ese lugar que recordará para siempre como la consagración de una época, la más dulce en su historia en torneos cortos. No importa lo que ocurra a su alrededor.
“Este momento es muy importante por muchas circunstancias (que pasamos). Yo dije, ‘si ganamos este tricampeonato valdrá muchos más que otros pasados’”, dijo emocionado Israel Reyes. El lateral derecho Kevin Álvarez aseguró que este título sabe muy diferente a todos los demás
y ahora pelearán por un cuarto cetro para seguir con este sueño
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