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Marco Antonio Miranda, maestro cerero/ Poniatowska

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Las velas mismas se podrían considerar parte de la ceroplástica. Foto Cuartoscuro
15 de diciembre de 2024 08:34

Me llamo Marco Antonio Miranda; soy especialista en cera. Hago figuras en ese material, las arreglo.

–¿Y el pico de cera también? Yo no soy pico de cera, por eso hago entrevistas.

–Soy maestro artesano cerero. El Fomento Cultural Banamex me tiene muy reconocido y apreciado también por el trabajo de arte plumaria e imaginería religiosa en pasta y caña de maíz, pero la cerería es la que más me reconocen.

–Maestro, ¿qué es la cerería? Porque cualquiera puede pensar sólo en las veladoras y los cirios de las iglesias.

–El trabajo de la cerería tiene muchas vertientes: las muñecas de cera; las velas escamadas, que ha de conocer; la imaginería religiosa, como figuras para los nacimientos, imágenes de santos para las iglesias; tiene una vertiente que es anatomía. En el Museo de Medicina, en Santo Domingo, las piezas médicas para los estudiantes antes estaban elaboradas en cera. En la botánica, se hacían réplicas de cera para que las plantas mantuvieran su aspecto, sobre todo cuando los viajeros venían a América y querían llevar a los reyes de Europa los especímenes que no conocían, y los elaboraban en cera; hay una gran colección, por ejemplo, en Florencia, en el Museo de Historia Natural. Esa misma vertiente, durante el Siglo de la Ilustración, se extendió hacia el ámbito de lo decorativo de las residencias inglesas y alemanas, con los fruteros de cera que quizás usted también conoció. Madame Calderón de la Barca las mencionaba cuando visitaba México. En la pintura encáustica también interviene la cerería. Todo lo que esté trabajado con cera, sea juguete, sea científico, sea artesanal, todo eso abarca la ceroplástica. Las coronas de monja estaban decoradas con mucha ceroplástica, porque tenían los botones de azahares hechos de cera; las mismas monjas elaboraron una floristería antigua y usaban sus moldes de fierro: los prensaban, los grababan, los pintaban y se enceraban para dar ese aspecto tan natural a las flores. Mucho de ello se ha perdido ya, pero llegan hasta el ámbito artístico.

–¿Y las velas que compramos en la tienda?

–Las velas mismas se podrían considerar parte de la ceroplástica. Eran importantes, porque cuando llegaron a México los españoles, lo fundamental, después de tener ellos una ciudad, de haber derribado una ciudad y luego construir otra encima, lo que necesitaban era iluminación, y lo lograron con las velas. Por eso era una industria que ellos debían de traer inmediatamente de Europa. Las ordenanzas regularon el uso de la cera y el cebo, entonces había gremios de cereros y de veleros; éste se ocupaba más que nada de procesar el cebo, mezclarlo con resinas con brea para endurecer el cebo y hacer velas. Los cereros en sí se dedicaban a la cera, pero de abeja, y también las ordenanzas regularon el uso de la cera, que podían ofrendar la cera a la iglesia para que la iglesia misma hiciera las velas. Era un círculo vicioso de negocio para ellos, porque a los indígenas no se les permitía ofrendar velas que ellos mismos podían trabajar, porque cultivaban las abejas y recogían la cera. A ellos sólo se les permitió hacer ofrendas de la cera sin labrar su propia vela. Así llegó la cerería a México, si tomamos en cuenta el proceso de labrar una vela.

–Pero la cerería en manos indígenas, por ejemplo, en Santa María Tonantzintla, empezaron a ponerle una enorme cantidad de adornos: flores y estrellas. ¿Eso es una aportación de toda de América Latina o sólo es peruana?

–En Perú se hacía, pero no como en México. Hasta donde sé, por ejemplo, el origen del arte de la cera está en Andalucía, y allá sigue, ya quedan los últimos artesanos que elaboran esta cera escamada; por ejemplo, para las procesiones de la famosa Macarena, no es en toda España, se reduce únicamente a Sevilla, toda esa zona andaluza. No hay antecedentes de estas velas en otros países, que ya los he buscado, no hay en Italia, ni en Francia, ni en Alemania, ni en lo que era Austria... en ningún lado. Sí los hay en la zona andaluza, cuyos puertos eran Cádiz, Huelva y Sevilla; estos puertos eran los únicos de salida a las Indias. Actualmente, se sigue alabando a las velas floreadas en España, pero nos llega por alguno de estos tres puertos; no debió haber salido el producto, porque era difícil que una vela escamada llegara a América, por lo frágil que es; entonces, seguramente, se trasladó uno de estos artesanos andaluces a México. Así comenzó el proceso de elaboración de las velas. La imaginación, la creatividad de los artesanos mexicanos son las que han ido añadiendo en cada región a esta aportación española. Pero todo este arte no llega de Europa; no hay ningún antecedente.

–¿En el Museo de Arte Popular sí hay de esas velas antiguas?

–Sí hay, aunque sigue siendo un arte efímero el de las velas escamadas, es un arte que dura mientras esté la llama de la vela, pero si no la prende nunca tiene cierto tiempo de vida, porque la cera se empieza a resecar y poco a poco se va cayendo, como hojas de árbol.

Es bonito pensar en eso, que el arte es efímero. Los mandalas de arena de los monjes es un arte efímero; tardan tanto en elaborarlas, para que con un movimiento las borren. Lo mismo aplica en la vela: se tarda en crearla, para que termine derramándose. Los tapetes de aserrín para las procesiones son arte efímero también.

–Los que se hacen en Tlaxcala, ¿no? Son bellísimos y muy elaborados, y Tlaxcala ha adquirido el título de Pueblo Mágico gracias a ellos.

–Sí, los de Tlaxcala. Da pie, precisamente, a esta otra idea: no es un arte humilde, habría que enseñárselo a todos los que se creen la divina garza.

“Eso es lo que abarca la cerería. La señora Rosana Duffour tiene en su museo una gran colección, y me parece una filántropa, porque reunir esta obra, guardarla, viajar, amar y hurgar, es admirable, y la cerería forma parte de su museo. La muñeca de cera mexicana siento que está en decadencia. Soy el último de los que las elaboran. Las hermanas que vivían en Puebla y surtían las dulcerías que están en Santa Clara, murieron; después, falleció don José, que fue a terminar a Apizaco; él era el penúltimo y yo soy el último, y a ver a quién se le queda esto. Mientras tanto, la Casa de las Mil Muñecas tiene un gran acervo, es la historia de la muñeca mexicana.

El rescate de las coronas de monja, que actualmente se está realizando con las monjas concepcionistas, por ejemplo, también es cerería. El año pasado retomaron la tradición de renovación de votos y de coronarse. Me pidieron la elaboración de esa corona; retoman esta tradición de finales del siglo XIX.

–¿Sor Juana Inés de la Cruz se coronó?

–Seguramente, y quizá tuvo a alguien que le hizo el ajuar, le mandó hacer su corona y la vestimenta de boda, porque es el momento en el que la monja se casa con Cristo. Para que Cristo la reconozca, periódicamente, cada 25 años, renueva sus votos y se vuelve a casar con él con el mismo vestuario. Cuando muere la monja la entierran con ese ajuar, esa es su mortaja. Entonces no existen demasiadas muestras de esas coronas, porque eran enterradas; las que sobrevivieron están en el Museo de Santa Mónica, en Puebla. Existen porque esas coronas eran comunitarias. A Sor Juana, por ejemplo, la enterraron con su corona, pero encontraron los puros armazones.

–Pero no me ha dicho dónde nació usted, maestro.

–Yo nací en Guanajuato. En mi estado, la cerería es característica, específicamente, en Salamanca, donde los nacimientos se realizaban con figuritas de cera. Crecí viéndolos y siempre pensé que quizá podría hacer yo esas figuras. Ya había terminado la primaria, estaba entrando en secundaria y quise que me enseñara un maestro cerero de ahí, pero se dedicó a cansarme, como que quería desanimarme en vez de impulsarme, y aguanté sólo seis meses, porque era muy neurótico. Me desanimé, me dio coraje que no me enseñara. Tenía seis meses con él y no pasaba de hacer una mano, quebrarla y volverla a hacer y le decía, Pero, ¿cómo hago para hacer las venas? Así, así. Vete la mano, ve cómo la tienes así, la ponía de ejemplo.

–Qué falta de generosidad.

–Y de didáctica. Entonces, a base de acierto y error fui desarrollando mi técnica. Busqué libros, no existían, no existen a la fecha, por eso también estoy escribiendo una tesis sobre el origen de la ceroplástica, porque es algo que yo hubiera querido encontrar. Me hubiera gustado tener un libro que me explicara dónde nació, cómo llegó a otro país. 



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