Llega la hora de los recuerdos y, también, de renovar ánimos, pero no para eludir ni evadir los obligados recuentos de lo hecho y dejado de hacer, sino para arriesgar expectativas. El acontecer del mundo no da descanso y sólo los diestros en la “economía política de la negación” pueden insistir en que las cosas van bien, con rumbo y pujanza patriótica. La violencia no da tregua, se trate de Culiacán, Chiapas o el ensombrecido Guerrero; viven horas de miedo e incertidumbre que desmienten visiones triunfalistas. Su acontecer niega que las cosas vayan bien y, para volver a la manida metáfora marinera, la nave no va.
Como quiera que sea, el gobierno tiene claros mandatos constitucionales que cumplir. Debe presentar(le) a la nación y sus desvencijadas representaciones su itinerario a seguir para elaborar el Plan Nacional de Desarrollo 2025- 2030. Por eso, a pesar del vergonzoso espectáculo habido con el Presupuesto de Egresos de la Federación, aprobado en fast track sin apenas enmendar el “lamentable error” con las universidades públicas y sin ofrecer visos de que vamos en la dirección de unas realidades fiscales promisorias para promover nuevos y mejores desempeños en la economía pública y social, el Estado tiene que ponerse en movimiento constitucional.
Los pendientes son muchos, tanto como las necesidades. Requerimos reflexiones rigurosas y puntuales, asumir congruencia republicana y (re)definir el curso de nuestro desarrollo nacional. Encarar unas circunstancias poco propicias para entonar himnos de victoria sobre las múltiples adversidades.
La nuestra es una economía política del desencuentro: los inventarios que, en conjunto, conforman nuestro horizonte dibujan una realidad en la que se nutren la afrenta y el desaliento de muchos, mayorías o no, pero siempre dispuestas a formar filas en la oposición o el descontento con el comportamiento del poder constituido y unos resultados poco propicios a las celebraciones.
Revisar esos datos, que recogen carencias e incongruencias, es tarea legítima, indispensable, de toda crítica y debería ser, asimismo, de los partidos. Hasta ahora no lo ha sido y en esta (auto)abstención puede encontrarse algún indicio de la condición lamentable de una política que se presumía democrática y, por tanto, dispuesta a la deliberación.
Sin diálogo, la política se privatiza; se impone el monopolio del poder y los encuentros de dirigentes y contingentes no parece tener más derrotero que la confrontación y el encono, la sospecha y el desprecio al otro y sus opiniones. Y de ahí al reino del silencio y la negación no hay muchos pasos, algunos de los cuales ya se han dado en nuestro país al calor de un singular cambio de estafeta y gobierno que, hasta la fecha, ha sido una reiteración de abusos y malas costumbres que el presidente Andrés Manuel López Obrador impuso a la ciudadanía como forma de gobierno.
La hora de acordar una nueva agenda y asumir una renovada visión del presente y del ominoso futuro debería estar cerca. Es posible que la negación, como epistemología del poder, trate de mantenerse a la cabeza del ejercicio del poder del Estado; por ello, toca a partidos y organismos cívicos, intelectuales y academias dar a la reflexión crítica un perfil constructivo, convocando a ciudadanos en activo o en receso a ejercicios que tienen que ser públicos y cargados de voluntad pedagógica, como tendrá que serlo la agitación de la ciudadanía y la labor informativa de los medios.
Entre los primeros rubros de la agenda están la omisiones, desabastos y carencias de un sistema de salud enfermo; también una estadística laboral que nos retrata: somos una sociedad mal empleada y peor pagada; acorralada por el desorden sanitario y menospreciada arteramente por unas oligarquías desconocidas por Pirandello, quien debe haberlas expulsado con antelación a su obra maestra.
La educación no admite el autoelogio majadero de algunos grupejos, mientras el conjunto social sufre los impactos de una economía socialmente insatisfactoria. De hecho, contraria a cualquier medición del bienestar.
Nefasto inventario del que se alimentan los demonios de la criminalidad organizada o vasalla, que aplasta todo ánimo de convivencia pacífica y corroe anhelos de construcción de un Estado social y democrático como el que México requiere.
La emergencia puede ser soslayada por los himnos victoriosos de una mayoría electoral despilfarradora de su propia legitimidad, pero no podrán mantenerse por mucho tiempo bajo del suelo el reclamo democrático que nos permitió cultivar la esperanza. Reclamemos una afirmación orgullosa de unas convicciones cívicas que no podrán desplegarse en medio de arbitrariedades e ignorancias, de las que han hecho gala los pírricos ganadores de jornadas que reunieron a las soberanías para negar todo sentimiento y voluntad republicanos.
Las manecillas del reloj republicano (nos) marcan las horas del recuento. Que 2025 sea un nuevo buen año para todos.