Siete refugios frágiles construidos con madera, cartón y plástico ardieron el jueves en el campamento que algunos centenares de migrantes –venezolanos, en su mayoría– han ido habitando junto a las vías del tren, en la colonia Vallejo de la Ciudad de México. Quienes viven en el campamento dicen que fue un incendio intencional, algo que las autoridades deberán esclarecer.
Bueno, no se necesita de intención alguna para que chozas como esas se vean envueltas en llamas; basta con una instalación eléctrica precaria, con un anafre mal apagado o hasta con una colilla de cigarro para que ardan. Pero también es cierto que ha ido creciendo entre los vecinos la animadversión contra los migrantes de ese y otros asentamientos temporales en la capital del país y que ese sentimiento bien podría llevar a un idiota a incendiar los refugios de los extranjeros.
Ya desde julio pasado (https://shorturl.at/xyTCi), este diario daba cuenta de la tensión creciente entre los residentes y las personas en tránsito que se han asentado en la zona comprendida entre la Calzada de los Misterios y la calle Florencio Constantino, en la alcaldía Gustavo A. Madero. Un fenómeno similar ocurrió entre la población sedentaria (es un decir) de la colonia Juárez, alcaldía Cuauhtémoc, y las familias de migrantes (en su mayoría, haitianas) que construyeron tiendas de campaña en la Plaza Giordano Bruno.
Nadie se hace ilusiones respecto de lo que vendrá una vez que Donald Trump asuma la presidencia en el país vecino y decenas de miles de personas –procedentes en su gran mayoría del Caribe y de Centro y Sudamérica– están en nuestro país tratando desesperadamente de aprovechar los últimos días de la administración de Joe Biden para obtener, por medio de la aplicación “Custom and Border Protection, CBP One”, citas para pedir asilo en Estados Unidos.
Aquí, los vecinos se quejan de la insalubridad que conllevan estos pequeños hacinamientos, del humo que sale de las estufas improvisadas, del ruido de las fiestas que de cuando en cuando arman los viajeros, y tienen razón. Los migrantes señalan la discriminación de que son víctimas, de los lineamientos confusos de las autoridades, de las agudas carencias que padecen, y tienen razón. Los gobiernos capitalino y federal señalan las enormes dificultades organizativas, administrativas y legales que entraña el hacer frente a un fenómeno migratorio siempre cambiante, y también tienen razón.
La gran solución a la tragedia de la emigración masiva está a la vista; la planteó hace más de seis años Andrés Manuel López Obrador y la ha reiterado la presidenta Claudia Sheinbaum: es necesario erradicar las causas que provocan la expulsión de miles de sus lugares de origen o residencia en América Latina, es decir, combatir allí la pobreza, la no observancia de derechos (al trabajo, a la vivienda, a la educación, a la salud) y contrarrestar de esa manera los fenómenos delictivos que se derivan de esas condiciones y que refuerzan la salida forzosa de millones de personas. Y para eso se requiere de un esfuerzo de coordinación internacional y de una inversión importante –aunque mínima, si se le compara con lo que Washington gasta en impedir el acceso de las migraciones a su territorio– en bienestar y desarrollo, en reactivación del campo y en atención a las juventudes.
Pero los demócratas estadunidenses no entienden o no quieren entender la lógica de la propuesta y los republicanos, menos. A fin de cuentas, la mano de obra indocumentada es uno de los factores que permiten a la economía de la superpotencia mantener lo que le queda de competitividad frente a Asia y Europa, y darle documentos a los trabajadores extranjeros llevaría a disipar las condiciones de sobrexplotación en que viven.
Esto plantea para México, nación puente entre los lugares de origen y el destino anhelado por los viajeros, el peligro concreto y constante de que se generen conflictos cada vez más agudos entre éstos y sectores de la población nacional, y algo peor: que se fortalezcan los sentimientos xenofóbicos y racistas o, por así decirlo, que se active el pequeño Trump que muchos llevan dentro.
Paradójicamente, la adición poblacional –así sea flotante– ha sido desde siempre uno de los elementos fundamentales de la riqueza de las naciones y el gran ejemplo de ello es, precisamente, Estados Unidos. Con esa consideración en mente, una vía de acción posible es la formulación de una política pública de integración dirigida tanto a los recién llegados como a la población establecida. Sería una inversión para el enriquecimiento material y cultural del país. Vaya, ¿cuánto tiempo hace que no se funda una nueva ciudad en el territorio mexicano?