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Orquesta infantil renueva tradición musical en Puebla

09 de diciembre de 2024 07:24

Huauchinango, Pue., Entre la neblina de los bosques de la sierra norte de Puebla, los violines, las guitarras, quintas y jaranas huapangueras han vuelto a ser parte del paisaje sonoro. En esta región de profundas raíces musicales, enclavada en la Huasteca poblana, nació la primera orquesta comunitaria del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe).

Integrada por 33 niñas y niños indígenas, hablantes de lengua náhuatl, de la comunidad de Matlaluca, municipio de Huauchinango, Puebla, han hecho realidad un sueño: interpretar sones y huapangos.

Su profesor, David Flores Gayosso, maestro de prescolar y un destacado músico regional, acompañó su formación durante medio año, pero asegura: ya estaban tocando a los tres meses que iniciamos el proyecto. Son niños apasionados. Incluso, ahora, que no reciben clases, me cuentan que solos están sacando nuevas piezas.

Situada en la zona norte de Puebla, donde conviven los pueblos indígenas ahñu (otomí), nahuas y tepehuas, Matlaluca tuvo huapangueros, recuerda doña Hermelinda, presidenta de la Asociación Promotora de Educación Comunitaria (APEC), de la localidad en la que residen menos de 200 habitantes.

Sí teníamos músicos, pero se fueron muriendo. Los dos últimos tocaban el violín. Uno falleció recién y otro se fue a vivir a Nopala, una comunidad cercana. Cuando había fiesta o un difunto, pues había que mandarlo traer y el pueblo le tenía que responder con un pago, narra.

Ahora, afirma con una enorme sonrisa, estamos muy felices. Nunca nos imaginamos que llegara este apoyo. Me siento muy orgullosa de nuestros pequeños, que le están echando ganas. Agradecemos de todo corazón a los de Conafe, porque ya mero se iban a perder nuestros sones, nuestras tradiciones.

Rodeada de cerros, con el paisaje cotidiano de bruma y árboles, la comunidad, donde la mayoría de las casas tienen techos de lámina, subsiste de la tierra fértil en la que se siembran maíz y hortalizas, señala doña Hermelinda.

Recientemente, gracias al programa Sembrando Vida, se cultivan 60 hectáreas de árboles frutales, que les han permitido obtener algunas cosechas, porque, reconoce, el pueblo también estuvo a punto de desaparecer.

La orquesta, asegura, fue un respiro para la comunidad. Muchos se iban sin volver, pero ahora ya hay un orgullo de ser de Matlaluca, donde los niños son parte de una orquesta, que hasta toca en otros pueblos.

Armando Catarino González, profesor de educación indígena y padre de Alison, quien a sus nueve años de edad toca la jarana huapanguera y sueña con tener su propio trío, asegura: ha sido maravilloso. Una experiencia increíble, me siento orgulloso cuando la veo tocar. Como padres de familia los estamos apoyando, porque nos da mucho orgullo tener nuestra orquesta.

El camino, destaca, no fue fácil. Los niños no conocían los instrumentos, por eso sus primeros ensayos, en abril pasado, fueron con violines, guitarras y jaranas de cartón. Les hacía mucha ilusión que llegaran los instrumentos de verdad y no dejaban de ir a ninguna de sus clases. Con lluvia o sol, todas las tardes iban a practicar con sus maestros de música.

Orquesta de tríos huapangueros

Rodrigo Díaz Bueno, director de Educación Musical de la Secretaría de Educación Pública (SEP), señala que el proyecto nace a partir de la búsqueda de una propuesta para llevar música tradicional mexicana a los niños, y del interés de Conafe de hacer realidad esta propuesta.

Concierto en Matatluca, Puebla, donde tres maestros enseñaron a tocar a un grupo de niños que ahora son maestros de más menores. Foto José Ángel Pablo García

Con 15 años de experiencia en la integración de orquestas infantiles, explica que la propuesta se gesta con el consejo, que adquirió los instrumentos y garantizó la presencia de maestros de música en la comunidad, como el profesor David Flores.

Se escogió a Matlaluca, indica, por el interés que mostraron niños y padres por participar en el proyecto. La idea central fue crear una orquesta que, a su vez, pudiera subdividirse en 10 u 11 tríos huapangueros con la posibilidad de que cada trío tenga un repertorio y busque ingresos propios.

Una de las experiencias más alentadoras, reconoce, es que pese a haber concluido el periodo de formación musical con los niños en septiembre pasado, ellos mismos se tutorean, tienen una relación en la que una niña le enseña a otra; un niño que toca excelente la guitarra, le enseña a los demás.

Y lo mejor, asegura, es que están dispuestos a enseñar a otros niños de otras comunidades que estén interesados en aprender a tocar un instrumento, lo que sería el siguiente paso para dar continuidad al proyecto: crear más orquestas en comunidades cercanas a Matlaluca.

Para Alison, la orquesta comunitaria ha sido una fantasía hecha realidad. Primero llegaron los maestros David, Juan y Rodrigo y se pusieron a tocar en el pueblo. Todos salimos a ver qué era eso; a mí me gustó mucho cómo se escuchaba. Después intenté tocar la guitarra, pero como es muy grande, no pude. Y por eso me dieron la jarana, que ahora me gusta más.

Asegura que luego de varios conciertos que han dado, mi papá ya habló con los padres de otros dos niños y vamos a hacer nuestro trío. Eso me hace muy feliz, porque me gusta mucho cuando toco, y cómo me miran las personas. Me siento orgullosa de ser música.

Rosa es otra de las integrantes de la orquesta. Toca el violín, pero le gustaría también la jarana huapanguera. Esta orgullosa de que niñas y adolescentes estén en el proyecto. Nos ayuda a transmitir nuestras emociones. Por ejemplo, desde que toco mi violín y me pasa algo que me molesta, pues me calmo tocando, y ya no estoy tan enojada.

Le gusta ser autodidacta. Cuenta que no ha sido fácil aprender solos nuevas piezas, pero “nos dimos cuenta de que si olvidamos algo, otro se acuerda, y nos lo vuelve a mos-trar, como me pasó con una amiga, que me enseñó a tocar El moño colorado, pero luego se le olvidó, y le pude recordar cómo se toca”.

Cerca de ella, Juanito, uno de los más destacados intérpretes de la orquesta, asegura que ha sido una experiencia muy bonita. Aprendimos a tocar, pero también a enseñarnos entre nosotros. Por nuestra cuenta ya aprendimos otras canciones, entre ellas, Las mañanitas.

Con apenas nueve años, ya sabe que quiere grabar un disco, porque “me gusta mucho tocar. Cuando escucho el sonido, por ejemplo, de la Xochipitzahuatl, sé que representa a mi pueblo”.

Recuerda que antes de la llegada de la orquesta no conocía un instrumento, pero cuando vi cómo tocaban los profesores, pensé: quiero tocar. Y ahora ya estoy buscando mi trío, porque también soy bueno con las quintas.

Sonriente, afirma: cuando la gente me ve tocar, me siento feliz, porque estoy al lado de mis compañeros y porque es música de mi pueblo, que ya no bailaba contradanzas y ahora sí: porque ya regresaron el huapango y el son.

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