Las flores nacen en silencio es el título del mural multidimensional transportable que Antonio Ortiz Gritón pintó en homenaje al asalto al Cuartel Madera de 1965, al Grupo Popular Guerrillero y a los movimientos político-militares que luchan por otro mundo. Es parte de la colección permanente del Museo Vivo del Muralismo. Allí, convive y dialoga dignamente con los deslumbrantes frescos que Diego Rivera plasmó en el edificio de la Secretaría de Educación Pública.
La obra mide 2.40 por 4 metros. Como ha hecho desde su mural Los caminos de la libertad, incluye códigos QR que documentan los movimientos agrarios en Chihuahua y el inicio de las luchas armadas socialistas en el país: novelas, artículos, tesis y documentales. Sintetiza y relabora muchas de las técnicas con las que ha experimentado desde que se convirtió en pintor en 1976 y de las temáticas alrededor de la denuncia política que comenzó a abordar desde 2018.
Las flores crecen en silencio es un archipiélago de cuatro grandes bloques de islas.
El primero, incluye a teóricos, intelectuales y revolucionarios que alimentaron el pensamiento crítico y la formación de las organizaciones guerrilleras en México, de manera destacada, Che Guevara. El segundo, que da nombre a la obra, hace un recuento de los grupos de acción, representándolos, bajo la inspiración de la cosmogonía maya, con flores. El tercero incorpora figuras como Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón y Pablo González Casanova, y actores claves en Madera como Salomón Gaytán, Álvaro Ríos, Saúl Chacón, Arturo Gámiz, Pablo Gómez y Judith Reyes. La última sección, titulada Los presidentes asesinos, en la que aparece una enorme calaca, representa la triada de políticos, latifundistas y militares, que despojan a los pueblos de sus recursos naturales y siembran muerte y desolación.
La pintura corona un largo camino inaugurado con la elaboración del mural Flor (1.80 por 7 metros), en el Departamento de Diseño de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Su producción recrea la matanza del 10 de junio de 1971 y la responsabilidad del presidente Luis Echeverría en ella.
Entre los detonadores que lo condujeron a acercarse a esta temática está un cartel convocando a una manifestación contra la masacre, con una foto de una joven, que participó en la marcha del Jueves de Corpus y fue asesinada por los halcones. Sacudido, se preguntó: “¿Es así como el Estado mexicano responde a la participación política de los jóvenes? ¿Matándolos?” Se respondió con la idea-fuerza del mural, plasmada en la frase: “Ninguna ley permite al Estado mexicano secuestrar, torturar, matar o inhumar clandestinamente a una persona”.
Incursionó así en una temática (la guerra sucia y las organizaciones insurgentes) en que, hasta entonces, más preocupado por motivos mexicanistas, neoestridentismo y abstracción instrospectiva, no había trabajado como artista.
Su vida artística se remonta a una tarde de 1976 cuando, siendo físico de profesión, se encontró en la librería del Sanborns de la Diana, el libro de Jerzy Andrzejewsky Helo aquí que viene saltando por las montañas. Leyó en el primer párrafo: “Así que el viejo Antonio Ortiz, el condenado vejestorio, el chivo genial ¡sorprendió una vez más al mundo!” La novela trata de un pintor octogenario que vive en el sur de Francia y es su homónimo. Gritón –bautizado así por sus compañeros de la UNAM– decidió en ese instante que el libro podía ser su vida. Abandonó la ciencia por el arte.
Al terminar Flor, siguió investigando “sobre el genocidio que cometió el Estado entre los años 60, 70 y 80 contra estudiantes y campesinos”. Estaba muy conmovido. “Es difícil que uno imagine toda esa maldad”, dice. Se obsesionó por recuperar la memoria mediante la pintura. Impactando por la barbaridad perpetrada, realizó la exposición Las flores nacen en silencio, en la Galería 5° Piso, en un estacionamiento de la calle Venustiano Carranza en el Centro de la Ciudad de México. Tomó de Amargo lugar sin nombre 200 fotos de guerrilleros, a las que intervino. Con buena parte de la bitácora de la guerra sucia, elaboró un gran cuadro.
La exposición levantó polémica. Hubo quien se molestó por presentar a los combatientes como héroes. Muchos del mundo del arte confesaron que no tenían ni idea de lo sucedido. “Es la cara del horror –reflexiona Antonio–. Hay gente que asegura que la pintura está muerta. Pero, en este caso, desde la pintura se impulsó una discusión política y se dijeron cosas muy fuertes. Así que tan muerta no está.”
Encarrerado, presentó en una exposición en Tijuana Los caminos de la libertad, pintura-mural transportable que ensalza a pensadores y activistas sociales que luchan por la emancipación de la humanidad. La gran cantidad de códigos QR en la obra, inconformaron a la crítica más purista.
Dos obras destacan en esta fusión entre arte y denuncia política: Xochicalco, sobre el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo, y Nepantla, obra formidable, tributo a las víctimas de la ejecución extrajudicial perpetrada en una casa de seguridad de las Fuerzas de Liberación Nacional en 1974. La Galería Banda Municipal la exhibió recientemente.
Por ahora, no nacen más flores de la paleta de Antonio Gritón. El artista dedica ahora todas sus fuerzas a enfrentar el cáncer. En su batalla, lo acompaña su admirado David Alfaro Siqueiros. En cada visita a Oncología del Centro Médico Siglo XXI, mira el mural Apología de la futura victoria de la ciencia médica contra el cáncer y se reconforta. “Te da esperanza. Te hace sentir que no está uno solo, que está toda la gente”, asegura. Ojalá muy pronto vuelvan a brotar capullos de sus pinceles.
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