Sobre la capital y estado sede del gobierno alemán son innumerables las historias que pueden ser contadas. Es la ciudad más poblada de este país, con 3 millones 700 mil habitantes. Detrás están Hamburgo, con un millón 852 mil; Múnich, con un millón 488 mil, y Colonia, con poco más de un millón.
Otras capitales europeas como París, Londres o Madrid podrán ejercer también un especial atractivo; pero tienen una población mucho mayor; por ejemplo, la francesa ronda los 12 millones, la británica los 10 y la española 7 millones de habitantes.
Para muchos, Berlín es la más atractiva en este momento. La oferta cultural es desbordante y las diferentes cabeceras municipales, tanto en lo que era la parte occidental como oriental, cuentan con una propia, además de la de tipo comercial; de ser necesario moverse a una zona más lejana, resulta manejable en comparación con los traslados en otras capitales europeas.
Los precios de la vivienda aún son accesibles, si se compara con París o Londres, y es sabido el atractivo que Berlín ofrece a los jóvenes creadores de todo el mundo. Las dificultades de la lengua alemana, de difícil acceso, son resueltas al comunicarse en inglés y el área de servicios, que es la mayor fuente de trabajo, es ocupada en buena parte por jóvenes que hablan este idioma.
Hay más de 170 museos e innumerables galerías. También el arte urbano le da carácter, pues el visitante se detiene a observar las grandes esculturas. Una, en pleno centro se ubica a pocos pasos de la Iglesia de la Memoria del káiser Guillermo –llamada así por quedar con los restos del templo que prácticamente fue destruido tras los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial–.
Es imposible que esta obra pase desapercibida por su magnitud y altura. Se trata de los eslabones rotos de una enorme cadena, como se le conoce; sin embargo, el nombre oficial es simplemente Berlín.
Fue puesta allí en 1987 para conmemorar los 750 años de la ciudad, que en ese entonces no era la sede del gobierno, título que ostentaba Bonn. Fue realizada por la pareja de artistas alemanes Brigitte y Martin Matschinsky-Denninhof. Se trata de cuatro tubos de acero que se rodean pero no alcanzan a tocarse y dan la impresión de cercanía y lejanía al mismo tiempo.
De esta forma, los artistas pretendían mostrar de manera abstracta la división de Berlín, pues en ese entonces existía aún el muro, como parte del castigo de las fuerzas aliadas (Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Francia) que derrotaron en 1945 al gobierno nazi.
No sólo se dividió el país en dos. Al encontrarse Berlín en la parte oriental, las potencias no renunciarían a dejarla bajo el control absoluto de la Unión Soviética, que dominaría el este del país. Fue entonces que Berlín del Oeste se convirtió en una especie de isla.
La noche del 9 de noviembre de 1989 caería el emblemático Muro de Berlín, que representaba la división del país para dar un vuelco en la historia moderna de Alemania que concluiría con la reunificación.