La amenaza anunciada está a nuestras puertas. No sabemos aún en qué grado se cumplirá; tampoco sabíamos el resultado de las pasadas elecciones que dieron un triunfo rotundo a Donald Trump.
Europa ni Estados Unidos saben hasta dónde la decisión del senil Biden “dando permiso” a Ucrania de disparar misiles de largo alcance hacia territorio ruso sea el inicio de la tercera guerra mundial. Pero el gobierno de Suecia ya reparte masivamente un instructivo dando indicaciones detalladas a los habitantes de este país para tomar providencias frente a una eventualidad de tal naturaleza.
Ante las medidas de Washington bajo el mandato del presidente electo y la composición de su gabinete tupido de halcones, los gobiernos ni los pueblos de América Latina nada hemos hecho para impedir sus efectos en cualquier cuantía que se presenten. Ciertas señales, no obstante, ya indican que su carga lesiva no será menor.
Los premios Nobel de Economía han sido hasta ahora muy claros en cuanto al servicio que prestan los premiados y su obra a las tendencias dominantes del capitalismo dominado por Estados Unidos y Europa. Este año fueron premiados los autores del libro Por qué fracasan las naciones. Plagado de lugares comunes, falsas categorías de análisis y comparaciones abusonas, sus argumentos no ocultan su filiación neoliberal. Los países son producto de sus instituciones: si son extractivistas, como las de México y en general las de América Latina, esos países no podrán ser prósperos como sí lo son los que tienen instituciones incluyentes. Ya se sabe cuáles.
De repente deslizan la expresión “sociedad abierta”: no es otra, para ellos, que la de los países que dominan el capitalismo global. El primero en el que esta expresión cobró dimensión teórica fue Friedrick Hayek, uno de los forjadores del neoliberalismo, desde el Coloquio Lippmann (1938) hasta la Sociedad Mont Pelerin (1947), fundada por él y otros conocidos neoliberales y anticomunistas; entre ellos Milton Friedman –del que se declara discípulo Elon Musk–, que propone la vuelta al Estado gendarme y la entrega al mercado de sus funciones estratégicas y sociales.
El primer intento neoliberal fue desplazado del pensamiento internacional por el del estado de bienestar liderado por Keynes. Esta respuesta a la crisis del capitalismo de 1929 se agotó hacia los años 70. Y, ¿quién fue galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1974?, pues nada menos que Friedrich Hayek. Sus tesis neoliberales encarnaron un lustro después en Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
El neoliberalismo se reveló pronto como un fracaso. En su regreso al poder, Trump amenaza reciclar esta modalidad, la más depredadora del capitalismo y principal causante del éxodo masivo de individuos del sur al norte del planeta, al cual quiere ahora sobrecastigar.
Otra señal de lo que vendrá: la calificadora Moody’s ha reclasificado negativamente a México y con ello lo coloca en la condición de “país riesgo” para los posibles inversiones foráneas. La razón: las instituciones mexicanas se han debilitado (a raíz de la reforma judicial). Calificadoras y certificadoras, aparatos dizque técnicos del mundo financiero, sólo sirven a Washington para chantajearnos económica y políticamente. A ver, ¿cuándo alguno de ellos calificó negativamente a Estados Unidos por su dejadez institucional que culminó en la crisis de 2002 y en la más grave de 2008? Y, claro, ¿cuándo veremos en América Latina aparatos que les den respuesta con verdadero rigor a sus manipulaciones y embustes?
Una más. Canadá se suma a la postura estadunidense evaluando negativamente a México en el marco del tratado de libre comercio. Las empresas canadienses se han beneficiado a manos llenas de una riqueza minera que le hubiera envidiado la corona española durante la Colonia. Pero la creencia errada de que la inversión extranjera directa equivale a desarrollo sigue tan pertinaz como el cambio climático.
Los cuatro presidentes de Brasil, Chile, Colombia y México aparecen unidos en la foto. Fuera de ella, el de Brasil y el de Chile han logrado aislar a Venezuela. Todos, por lo demás, han aceptado al respecto el chantaje de Estados Unidos. Y también mantienen una “sana” distancia de los demás gobiernos de izquierda o progresistas. Los 27 países de la Unión Europea, con una mayor complejidad económica, política y cultural que los de América Latina y el Caribe consiguieron unirse hace tres décadas con objetivos comunes favorables a la autonomía y desarrollo de sus integrantes y su región. Aún así, hoy se hallan postrados y en riesgo de desintegración.
Simón Bolívar llamó a la conformación del Congreso de Panamá hace dos siglos. El objetivo de crear una confederación a escala continental fue frustrado ab ovo, tanto por las maniobras de Inglaterra y Estados Unidos como por las pugnas internas de las naciones convocadas. Por razones semejantes seguimos fragmentados en favor de las potencias capitalistas encabezadas por Washington. Así que no nos sorprenda cualquier avance desestabilizador que pueda intentar el gobierno de Trump en nuestros países. Es por ello urgente el llamado a la resistencia conjunta para impedirlo.