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Jaime Ros y su rebeldía contra el no desarrollo

24 de noviembre de 2024 00:01

El pasado miércoles 20 la Facultad de Economía de nuestra universidad realizó un homenaje a Jaime Ros, economista brillante y riguroso, quien falleció en 2019. Ofrezco a los lectores de La Jornada una micro versión de mi intervención en esa más que merecida jornada de reflexión y análisis, porque más allá de la tristeza que nos provoca su ausencia, los incansables empeños y esfuerzos intelectuales de Jaime bien pueden servirnos para repensar algunos de los temas primordiales que tienen que ver con México y su transformación productiva:

¿Cuál es el estado y papel de la política industrial? ¿Cuál ha sido y cómo medir el impacto de las estrategias de cambio estructural?; ¿Por qué el crecimiento económico está estancado? ¿Cuál es la relación entre crecimiento y productividad?; ¿Cómo juega el salario?; ¿Cuáles son, han sido, los obstáculos fundamentales para una evolución aceptable de la economía?, ¿Cómo superar la “trampa del bajo crecimiento y alta desigualdad”? Estas y otras preguntas de igual o mayor calado conformaron una suerte de acicate permanente para el diario quehacer y pensar de nuestro amigo ido y todavía llorado.

En su ensayo Algunas tesis equivocadas sobre el estancamiento económico de México (Colmex, 2013), Jaime discutía y criticaba planteamientos que, en su opinión, están equivocados en el diagnóstico que se tiene sobre el estancamiento económico; desmenuza, con su rigor acostumbrado, algunos de los argumentos dominantes esgrimidos. Leyéndolo no resulta aventurado responder a la pregunta de por qué no crecemos con otra: ¿Y por qué habríamos de crecer? Así lo hicieron Jaime y Pepe Casar, su socio y querido amigo, en una comunicación a la revista Nexos.

Para superar el estancamiento era obligado, sostenía, realizar un cambio de fondo en las ideas, diagnósticos y propuestas prevalecientes en la conducción económica gubernamental y de otros sectores. Si de acuerdo con el diagnóstico oficial el lento crecimiento económico obedecía al escaso crecimiento de la productividad, Jaime sostenía que el estancamiento de la productividad era consecuencia, y no causa, de la insuficiente acumulación de capital y así, de la lenta expansión económica.

Un par de años después, en 2015, escribió otro “librito”, como solía describirlos ¿Cómo salir de la trampa del lento crecimiento y alta desigualdad? (Colmex y UNAM). En él insistía en la necesidad de romper el nudo del lento crecimiento con desigualdad. Una combinación explosiva no sólo en términos de los indicadores económicos al uso sino, como lo hemos podido constar en varias latitudes, un riesgo mayor para los sistemas democráticos en su conjunto.

Sin caer en determinismo alguno, Jaime encontraba en esta atadura un conjunto de alto riesgo para la evolución democrática de México. En su opinión “(…) se trata de una trampa en el sentido de que el propio lento crecimiento interactúa con sus determinantes para mantener la estabilidad de un ‘equilibrio de bajo nivel de crecimiento’”. Por ello abogaba “por una reorientación de la estrategia de desarrollo que le otorgue un papel más activo al Estado y fortalezca el mercado interno con políticas redistributivas (…)”.

El ensayo quería ser una “contribución a la formulación y el diseño de políticas públicas que simultáneamente tiendan a generar un mayor crecimiento y a reducir la desigualdad social”. Su actualidad es innegable y su lectura y estudio debería ser asignatura obligatoria en la academia y los territorios del Estado.

Desde estos poderosos libritos, con diagnósticos claros y rigurosos de por medio, no resulta tan complicado entender por qué no hemos crecido. Ante este cuestionamiento, Jaime insistiría en que el acertijo encontraba respuesta en una necia miopía de los encargados de fijar las políticas y trazar los planes quienes, desde hace ya tiempo, han asumido que la estabilidad macroeconómica es condición inapelable para un buen desempeño económico, que, para ello, la receta es mantener controlada la deuda pública externa y conservar una “adecuada” relación entre deuda y PIB. O bien, como ahora se insiste, mediante el hábito franciscano de la pobreza, cortar y recortar, esperando el milagro: que las arcas de las finanzas públicas se llenen.

¿Cómo salir de nuestras propias trampas; de nuestros cartabones mentales? Quizá, para empezar, conviene redefinir nuestros criterios de evaluación y desde ahí nuestras visiones y opciones estratégicas. Asumir que el crecimiento debe estar acompañado de redistribución social; al incorporar orgánicamente a la cuestión social como componente fundamental de la política y de la economía, podríamos dar paso a una reforma fiscal progresiva y redistributiva. Construir un Estado social y democrático propiamente dicho; una democracia bien sostenida por pilares de reflexión racional y consistente honestidad intelectual. Dentro y fuera del Estado.



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