El beneficio de la duda es un método para darle paso a la credibilidad. Tal vez, en una sociedad civilizada sí genere certidumbre, pero otorgar tal concesión a un millonario con alardes de todo poderoso, genio de los trucos financieros y amo de los negocios, buenos para pocos y malos para millones, es una pifia.
Peor aún. Una dupla de millonarios manejando la economía de un país tan endeudado, suena algo peor que un autogol. En cuanto los caprichos de uno se contrapongan a los del otro, la situación se complicará, no sólo para los grupos de inmigrantes ni para las mascotas republicanas y demócratas y, mucho menos para los fabricantes de artefactos bélicos que disminuirán sus ventas por el afán dizque pacifista del presidente electo Donald Trump. La verdad es que la mayoría de la población será la más afectada. Y la repercusión será para todo el mundo, especialmente para los socios comerciales, voluntarios u obligados.
El perjuicio que vendrá con los retos económicos que pretende resolver Trump, apoyado por Elon Musk, será para toda la población, como ya decíamos en otros artículos de este espacio de La Jornada. Pero, también, los propios votantes estadunidenses quienes vieron en Donald Trump un camino a la pronta recuperación económica de su país, están de acuerdo con las alevosas promesas del presidente de liberar al país de aquellos migrantes invasores, incivilizados, delincuentes y culpables de la drogadicción de la población y responsables de las altas tasas de violencia: robo, secuestros, asesinatos, etcétera.
En resumen, quienes votaron por Trump están esperando que el año que entra ya estén de regreso a los años maravillosos capitalistas que llevaron a esa sociedad a la forma de vida consumista y de dominio a los países vecinos que devolverlos a su patio trasero. A eso le llaman “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. Sin importarles que, para ello, tengan que imponer su política de excesos.
En efecto, como lo señala el maestro John Saxe-Fernández, en su artículo Trump: ¿Crisis hegemónica? del 14 del presente mes de este mismo diario, la llegada del empresario a la Casa Blanca desde su primera gestión fue una sorpresa que, al parecer, no ha sido asimilada por los votantes demócratas, pero tampoco, por la dirigencia de ese partido. ¿Será cierto?
Por esta razón, creemos que la campaña del presidente Biden y, posteriormente, la de Kamala Harris, vicepresidenta que sustituye al mandatario, a contracorriente, no fueron diseñadas sobre la base de un profundo análisis político, económico o social. Entonces, ¿cómo encausan sus propuestas? Lo hacen, como lo vemos, con base en amenazas y declaraciones desgastadas, con principios violados por ellos mismos y con mentiras piadosas, dicen: estamos luchando por un nuevo camino hacia adelante. Tal vez debieron agregar “sin la cultura de las armas y las drogas y sin invasiones a otras naciones, sin apoyos bélicos a ningún país y menos a aquellos gobiernos genocidas (ej. Israel) y sin extorsiones comerciales a los socios y no socios”.
Y, también dijeron: protegeremos nuestras libertades fundamentales, fortaleceremos nuestra democracia y garantizaremos las oportunidades para que cada persona tenga la oportunidad no sólo de sobrevivir, sino de salir adelante. Discurso muy parecido al de los viejos mensajes de campaña del PRI. No cabe duda que las ideas se reciclan y rompen fronteras.
El Partido Demócrata intentó convencer de que Harris siempre defendió a la población, enfrentó a depredadores, estafadores y se opuso a los múltiples “intereses especiales”. Una de sus promesas menos creíbles fue que, como presidente y desde la Casa Blanca convertida en una gran trinchera, iba a unir a todos los estadunidenses para lograr las más altas aspiraciones. Aunque la candidata no especificó claramente a cuáles se refería. Es aquí donde Bernie Sanders, ex candidato progresista, lanza fuerte crítica a la política demócrata: “no debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”. En México tenemos múltiples ejemplos.
Los partidos políticos van y vienen, y se olvidan que son una herramienta prescindible. En efecto, es el medio más organizado para que el pueblo tome el poder. De otra forma, el partido será un grupo de oportunistas que se apodere del destino de una nación, por la vía pacífica, o por el golpe de Estado, tan socorrido por las mafias apoyadas por Estados Unidos.
En unos días, Trump iniciará su gobierno con la obligación de cumplir sus violentas promesas. Intentará acabar con el enemigo interno (?), acabará con los marxistas (?), con los migrantes sin permiso, los periodistas que denuncien las pestilencias republicanas, los estudiantes progresistas y someterá a todos aquellos grupos que le estorben.
Así que el refrán “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, pierde su sentido esperanzador. En Estados Unidos ni republicanos ni demócratas merecen el beneficio de la duda.
(Colaboró Ruxi Mendieta)
X@AntonioGershens