Aunque no sea intencional y se corrija, el “error” en el presupuesto para educación superior es un ominoso aviso para las universidades. Ofrece con claridad el mensaje de que vienen cambios de fondo. Ya al comienzo del sexenio, el presidente López Obrador planteó que los presupuestos universitarios sólo se aumentarían para compensar la inflación.
Y así fue durante todo el sexenio. Hubo un resignado silencio, aunque la UNAM sí subrayó la importancia de su contribución, y la hizo visible poniendo en marcha una significativa ampliación de su matrícula.
En la UAM, también en respuesta, hubo una reunión en Xochimilco que inicialmente fue amplia, pero que luego se confinó a unos cuantos. Se despidió a quienes también proponían aprovechar el momento para comenzar a dar una respuesta con cambios profundos que fortalecieran a la institución hacia adentro y hacia afuera.
“Se trata de defendernos, no de cambiar”, les dijeron, y nada se hizo. Pero ahora es un momento donde las instituciones –la UAM incluida especialmente, pues se le anticipó un recorte sustancial–, aparecen como apagadas y vulnerables; incapaces de dar una respuesta con acciones contundentes de su importancia, que descoloque al gobierno y a sus concepciones respecto del valor y la trascendencia de la educación superior y especialmente universitaria. Aunque –como se promete– no se dé el recorte a la UAM y se cumpla además con por lo menos el aumento de 3.5 por ciento correspondiente a la inflación, eso no resuelve el problema de lo que viene a mediano plazo. Porque, para agravar aún más las cosas, con 85 por ciento que se otorga al proyecto de las Universidades del Bienestar, se anuncia algo que también ya viene desde el recién concluido sexenio: que sí hay una educación superior alterna capaz de ir ocupando un lugar clave en las preferencias gubernamentales. Así, el problema no es sólo el de una reducción coyuntural sino el de una visión y tendencia a mediano y largo plazo que ya no pasa por la ruta de las autónomas e instituciones semejantes.
Para enfrentar esta inédita situación, el único camino realmente eficaz a nivel nacional es de unidad y frente unificado entre las instituciones –como sí ocurrió al comienzo de los años 90–, pero ahora es claro que las directivas no lo contemplan. Y como, además, está la visión que de ellas activamente se fomenta, de elitistas y conservadoras, es más evidente su vulnerabilidad. Si la respuesta no puede venir desde un frente amplio, habrá entonces de comenzar a generarla desde las propias instituciones. Por eso, la otra opción es dar respuesta a través de una comunidad con poder de hacer cambios que resignifiquen el papel de la universidad desde dentro y hacia afuera y planteen con esto una manera de responder.
En el caso de la UAM, por ejemplo, habría que colocar en el centro las relaciones con la metrópoli que la alberga. Establecer no convenios, sino alianzas que se traduzcan en procedimientos de ingreso de estudiantes sin sesgo de género y clase social que permitan un mayor número de admitidos de las comunidades, barrios, colonias. Dejar atrás el hecho de que la matrícula UAM no cambia desde hace décadas: en 1998 eran 40 mil estudiantes; en 2017, 48; en 2020,46; en 2024, 46.5, y hace semanas –¿preocupación por recorte?– 61 mil. En lugar de con grandes empresas, reorientar programas de investigación-acción y la difusión cultural hoy comercializada, para fomentar el conocimiento en respuesta a las necesidades de información y formación de los habitantes de esta metrópoli.
Para eso es necesario cambiar de fondo las relaciones internas, cambiar la difusión y procesamiento de la información y la participación plena y crítica en decisiones mediante espacios amplios y legítimos de estudiantes y trabajadores, y dar atención al uso del presupuesto. Porque para atender a muchos más estudiantes y responder hacia afuera es necesario contratar a muchos más profesores-investigadores (con preferencia extraordinaria a los temporales), aumentar el personal de apoyo de base y beneficiar su tabulador. Asimismo, mejorar las condiciones de estudiantes (no clasificarlos por color de piel) y disponer de amplios comedores. Para hacer posible todo esto, revisar los montos de las becas y estímulos a profesores y volver permanente y estable –como ya ocurre con ciertos profesores– una parte de estos ingresos. Además, para los mismos propósitos, revisar los gastos que hoy se hacen en “gestión eficaz” (344.6 millones), en “compensaciones, estímulos y honorarios” no académicos (447 millones), “contribuciones para eventos” (55 millones) (Presupuesto UAM, 2024) y utilizar esos recursos en la contratación de más profesores-investigadores, personal administrativo o manual y en becas y apoyos a los estudiantes. Es decir, constituir comunidades fuertes, activas y actoras, trabar alianzas con otras instituciones, y con la ciudad y sus espacios, salir así a defender con el conocimiento la universidad y la educación pública.
*UAM-X