En un ejercicio de honestidad, debemos aceptar que nuestro régimen de seguridad y justicia hace décadas que está colapsado. Es el efecto de la dinámica de una población históricamente creciente y la ausencia de una respuesta gubernamental suficiente. Es un problema que se alimenta a sí mismo.
Sobran pruebas del desatino:
1) La explosión delincuencial es evidente en la percepción social y las estadísticas.
2) Falló la multitudinaria Conferencia Nacional de Seguridad Pública de Felipe Calderón que se sintetizó al estilo PRI, en simular que la nación, sociedad y gobierno, se volcaba en un plan confiable.
3) Fracasó por la inestabilidad de toda estrategia: Zedillo crea una policía federal, Fox una comisión, Calderón una secretaría, Peña Nieto vuelve a la comisión y AMLO reinventa la secretaría.
¿Resultado? Todo un fracaso nacional. Fueron muchos años, muchas ideas y planes, muchos presidentes. Algo mayúsculo se impone que no hemos sabido descifrar y menos confrontar.
La gravedad de la situación hizo que su atención fuera un punto central en la campaña presidencial y en el discurso de la toma de posesión de la presidenta Sheinbaum. El anuncio de un nuevo proyecto fue bien recibido sin obviar en algunos sectores porciones de escepticismo.
Posteriormente se agregaron la relocalización de la Guardia Nacional en Defensa, la reforma del artículo 21 constitucional y un expansivo proyecto dizque de inteligencia que da desmedidas facultades al simple policía. Podrá ganarse en eficiencia, pero con eso dimos un paso al abismo en materia de derechos humanos.
Todo apunta a la necesidad racional de aceptar que se terminaron las ideas. La nueva visión esperada se sintetizó en cuatro ya ejercitados métodos: atender a las causas, fortalecimiento de la inteligencia e investigación, consolidación de la Guardia Nacional y coordinación con las entidades federativas.
Aceptando que es posible que en una sola frase se exprese gran riqueza, preocupa, además, la sorprendente omisión de la cooperación internacional. Se excluyó posiblemente como propósito o peor aún como descuido, siendo que el delito tiene un fuerte componente supranacional.
Entonces, ¿dónde estamos? ¿Qué significa todo eso y adónde nos conduce? Señores llamados expertos: si ya antes se ha practicado todo, lo único nuevo posible es que habría que reinventarlo todo.
Fue hasta 1985 con el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, que empezamos a percibir la dimensión del riesgo de volverse un asunto de Estado. Despertó gran preocupación en políticos, académicos, formadores de opinión y pueblo en general que es quien aporta el sufrimiento.
Agréguese la elección de Donald Trump como presidente por los siguientes cuatro años. Suma una carga de complejidad para México que obliga a hacer una redefinición de las relaciones bilaterales novedosa.
Para aquellos que tengan la tarea del rediseño integral de otra política nacional de seguridad debe tener en cuenta que la falla central es no haber mantenido el compás del mantenimiento del sistema con la evolución de la conflictividad social.
En tiempos que claramente ya han pasado, toda crisis de seguridad se resolvió con la participación de los ejércitos, recordemos huelgas estudiantiles en Morelia, Sonora, el IPN o el 68. Misma receta se aplicó también a servicios públicos como ferrocarriles, telegrafistas o médicos.
Ni esas agrias experiencias nos abrieron los ojos. No se crearon las instituciones necesarias y fuimos hacia lo que hoy padecemos: inseguridad, complicidad impunidad, ineficiencia de policías, fiscales y jueces.
No hubo mecanismos de actualización, lo que nos llevó a cometer error tras error desde allá por los años 30. Las supuestas soluciones descansaban en respuestas equivocadas e insuficientes: prácticas extrajudiciales de la fuerza pública, aumentar el uso de las tropas en la supuesta solución y ajustes menores en los cuerpos policiales.
Esta visión prontista dejó de lado la atención de otros factores indefectibles de la fórmula: la procuración de justicia, su administración y el régimen penitenciario. Al faltar uno de sus componentes todo sistema se colapsa, haciendo insuficiente el esfuerzo individual de las partes involucradas.
Estamos ante un riesgo de creer, aunque fuera honestamente, que nuestra solución es la adecuada y que no necesita de una visión que nos trasciende en su concepción y su desarrollo. Estamos equivocados.
Vivimos en un problema añejo que no pudimos resolver con soluciones tradicionalistas. Hoy sólo una definición mayor en la concepción y en el alcance puede empezar a ser eficiente. Los gobiernos de décadas atrás seguro se esforzaron en cumplir con sus responsabilidades, pero creyeron que bastaba con ubicarlas en los tiempos de su función. No vieron que el reto los excedía.
Acabadas las ideas, la exigencia de inventar el futuro parece ambiciosa y quizás hasta aventurada, pero esta visión es la que ha transformado al mundo. Por hoy, se acabaron las ideas.