El Instrumento fundamental para llevar a cabo una acertada selección, entre las opciones que los múltiples dilemas que en la vida diaria se nos presentan, es el método comparativo. Seleccionar con objetividad y buen juicio los ítems de un cuestionario que cada quien formula y además responde (o sea se pregunta y se contesta a sí mismo) es, sin lugar a dudas, el mejor recurso al que se puede recurrir para obtener resultados ciertos, aunque no sean los que se hubieran querido alcanzar. La información certera y suficiente en todos los casos es obviamente indispensable. Por eso precisamente incluimos aquí algunos datos que nos ayudarán a formar un mejor criterio sobre los dos Calderón. En nuestro caso aportaremos datos y que cien flores florezcan.
Veamos estos hechos:
Luis Calderón Vega: Morelia, 1911. Colegio Salesiano. Premio Sto. Tomas de Aquino. Licenciado, UNAM. Padre de cinco hijos, dos de ellos políticos. La más combativa de todos, Luisa María La Cocoa, enemiga de Fernández de Ceballos. Participó activamente en la campaña de José Vasconcelos por la presidencia de la república, así como en las luchas estudiantiles por la autonomía universitaria, como integrante de la Unión de Estudiantes Católicos. Fue Consejero Nacional en repetidas legislaturas, también fue candidato a diputado federal en siete ocasiones, en las que siempre fue derrotado. A él le importaba más que la curul, la batalla por sus principios, por eso, jamás a sus adversarios donó trincheras. Solamente hasta 1979, llega al Congreso como diputado federal por la vía plurinominal. Es electo secretario general del Comité Ejecutivo Nacional. Diferencias políticas, pero sobre todo ideológicas, de principios fundamentales imposibles de superar lo hacen renunciar a la organización política que había fundado en unión de Gómez Morín, Estrada Iturbide y otros muchos mexicanos, conservadores pero patriotas (a su manera, obviamente), a veces hasta social demócratas y socialistas cristianos, devotos de la Rerum Novarum (Leon Xlll) y la Cuadragesimo Anno (Pio Xl). Cuando Luis Calderón conoció la reforma política, atribuida a Jesús Reyes Heroles, que entre otras muchas propuestas innegablemente propiciatorias para el surgimiento de un verdadero régimen de gobierno, incluía los subsidios del Estado a los partidos y asociaciones políticas, hirvió en cólera y consideró que esta legislación acabaría de golpe con la existencia de toda oposición independiente. No se puede hablar y ser libre si, de quienes tratas de liberarte, son precisamente los que te están dando los recursos que garantizan tu existencia. Fueron inútiles los argumentos de que no era el gobierno quien lo iba a financiar a cambio de una oposición de mentiritas. Era el pueblo, principal origen del presupuesto, elaborado de acuerdo a la Constitución y las leyes secundarias pertinentes, quien al emitir su voto definía qué formaciones políticas, en razón de su representatividad, tenían derecho al auspicio económico destinado al ejercicio del quehacer político indispensable para la consolidación de nuestra frágil democracia. Fue inútil todo alegato frente a la sentencia de que el que paga manda
.
(Nota al margen: el arriba firmante deja constancia de su desacuerdo con la postura de don Luis Calderón V. en este asunto que, por su importancia, requiere de más tiempo y espacio para aclaraciones. Pero, además, la bronca no es conmigo sino con su vástago).
No se acababan aquí los diferendos expresados por don Luis. Con diversas palabras insistía además, en que los fundadores de Acción Nacional, rechazaban el partido de una sola clase (se referían a la proletaria) y proponían la unidad de las diversas clases que constituían el país, para lograr que este fuera próspero e igualitario. Fue un pitoniso a medias: el país ha sido, año con año más próspero, pero también menos igualitario. Dejemos para lo último, el capítulo cierre de esta empedrada vereda, andada por un don Felipe, con su vástago autonombrado el hijo desobediente
a cuestas, y renegando de su progenitura, aunque a ella deba su pronto empoderamiento. Y un hijo vendiendo por un plato de lentejas esa progenitura, convencido que las nuevas acciones eran mucho mejor inversión.