Una de las preocupaciones más personales de Gilberto Bosques era la educación.
Nacido en Chiautla, Puebla, de una familia rural, era poeta y tenía profundo interés por la enseñanza.
Ya mayor, escribió el soneto La barranca de Chiautla
para recordar el pueblo donde nació el 20 de julio de 1892, y volver por la palabra a aquella barranca que estaba al lado de su casa y donde pasó sus primeros años de infancia:
Fue mi casa natal en la
barranca
donde el agua suspira, viaja
y sueña.
Imán para la luz de hebra
sedeña,
para la nube matinal y
blanca.
Bosques recuerda a su madre tiernamente, doña María de la Paz Saldívar, como la dignidad femenina, segura de sí misma, de sonrisa fluida, de armonía en su vida cotidiana y con un entorno espiritual.
Su padre, don Cornelio Bosques, no fue un charro con las atribuciones propias de un jinete de reata y floreos, sino de costumbres hogareñas, de natural serenidad, y era dado a la lectura en la calma familiar
. Se dedicó a diversas actividades comerciales.
Casi al final del siglo XX, el joven Gilberto dejó Chiau-tla y se trasladó a Puebla con el fin de estudiar para maestro normalista. Los estudiantes normalistas poblanos estaban aportando contingentes al movimiento antireleccionista. Un día memorable fue la visita a Puebla del candidato a la Presidencia de la República, don Francisco I. Madero, en 1910.
Se vinculó muy joven con los hermanos Serdán, Carmen, Aquiles y Máximo, en la lucha maderista.
Su carrera magisterial lo llevó al estudio, a la lucha social y a la política. Ya tenía lo que él mismo llamó una conciencia revolucionaria y el compromiso por defender los principios de la Revolución Mexicana, nos recuerda Alberto Enríquez Perea, uno de los promotores más importantes de la obra del embajador Bosques.
Evidentemente, fue natural que al llegar a Cuba se concentrara en estudiar las raíces del Moncada, de sus actores y llegara muy rápidamente a la inspiración que los asaltantes, los mártires y los sobrevivientes tuvieron en José Martí.
Al estudiar a José Martí encontró un sentido que coincidió con su pensamiento de formador, con su magisterio.
Compartió que los valores que le dan sentido de la vida, elevando la personalidad, habían de traducirse en conducta. Que Martí no es un mero teórico que construye castillos de sólo palabras. Que las ideas significan un compromiso de realización. No cumplirlas es deshonrar a éstas y la propia vida.
Martí concede al carácter
un valor supremo. Bosques se identificó y asumió este pensamiento. Bosques reconoció la visión de Martí de la educación para la libertad.
Encontró que la vocación de Martí, como la suya, era la de maestro, en su profundo y trascendental sentido, como orientador y diseñador de un estilo de vida.
Descubrió que Martí ejerció el magisterio durante gran parte de su vida y que su obra política es, en esencia, trasmitir su doctrina de formación de conciencias para unir voluntades y abrir cauces a la búsqueda de la libertad.
Una definición lo conmovió: educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive; es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que podrá salir a flote; es preparar al hombre para la vida
.
Convencido de esa necesidad de que las escuelas enseñen a vivir, José Martí se mostró partidario de la educación científica, con la idea de que la república está en el ciudadano.
Bosques trabajó por formar en México la educación socialista.
El prócer cubano recomendó la creación de un cuerpo de maestros ambulantes.
En México, José Vasconcelos y la generación de Gilberto Bosques alentaron las misiones culturales que llevaron por todo país el apetito del saber y la curiosidad intelectual. Bibliotecas además de maquinaria, semillas y mejoras a la tierra.
Gilberto Bosques estudió a fondo a José Martí y reconoció en su lectura que pesa enormemente su originalidad. Una originalidad esencial. Vitalidad en general y luego vitalidad tropical –decía Gabriela Mistral. Martí era muy vital, y su robustez el fundamento de su independencia.
Cuando Bosques revisó Nuestra América, vio su gran actualidad y vigencia:
Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.
Dio nueva lectura y halló la actualidad de sus palabras:
“Oh, México querido. Oh, México adorado, ve los peligros que te cercan ¡Oye el clamor de un hijo tuyo, que no nació de ti!
“Por el norte un vecino avieso se cuaja. Tú te ordenarás, tú te entenderás, tú te guiarás; yo habré muerto, oh, México, por defenderte y amarte…”
Martí lo iluminó.
Al seguir el juicio a los combatientes del Cuartel Moncada, el embajador Bosques entendió nítidamente las palabras de Fidel que el autor intelectual de esa acción era Martí. Desde muy joven, Castro defendió sus ideales y acciones con las doctrinas de Martí.
“Parecía que el apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, pero su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo su doctrina… para que él siga viviendo en el alma de su patria”–sentenció Fidel.
Bosques entendió todo el sentido de estas palabras.
Tenía que actuar en consecuencia.
Y así hizo durante sus 11 años en Cuba.
Bosques escribió:
“llegaste al bello paraje
para levantar tu tienda
para esperar las auroras
y dormir en las estrellas.”
*Embajador de México en Cuba