Yo ya sé que los europeos nacimos en un rincón afortunado del globo, pero déjenme llorar un poco y decir que a ratos esta esquina del planeta es insoportable. O al menos desesperante. Las elecciones estadunidenses fueron el 5 de noviembre y para enero el país volverá a tener un presidente naranja al mando. En China no se complican demasiado con el tema electoral. En Europa, en cambio, se celebraron los comicios entre el 6 y el 9 de junio, y seguimos a la espera de que asuma el mando la nueva Comisión Europea. El gobierno de la Unión Europea, para entendernos.
Se suponía que ésta debía a echar a andar el próximo 1º de diciembre, tras el paso de los candidatos a comisarios por el Parlamento Europeo, pero todo se ha complicado en un episodio que refleja por igual miserias europeas y españolas.
Por partes. El colegio de comisarios siempre es fruto de un doble equilibrio. El primero tiene que ver con la geografía –un comisario por estado– y el segundo con la ideología. Históricamente, conservadores y socialdemócratas se han repartido el pastel, dejando algo para los liberales. El auge de la extrema derecha y el abrazo indisimulado que le han dado los conservadores, sin embargo, han complicado las cosas, pues ni el Partido Popular Europeo (PPE) puede prescindir de los socialdemócratas, ni a la izquierda le dan los números para crear una alternativa.
Esto acaba desembocando en soluciones de compromiso como la que se suponía que iba a darse esta semana. Los socialdemócratas parecían mostrarse dispuestos a aceptar como uno de los seis vicepresidentes al candidato de la ultraderechista primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que fue lo suficientemente hábil como para proponer a Raffaele Fitto, miembro del ala más moderada y europeísta de su partido. De hecho, la izquierda italiana anunció hace tiempo que votaría a favor del candidato de su país. Italia siempre tiene giros de guion.
España también, pero en sentido contrario. Pedro Sánchez, que tras el previsible adiós de Olaf Scholz en Alemania, se quedará como único primer ministro socialdemócrata al frente de uno de los pesos pesados europeos, aspira a colocar a Teresa Ribera como vicepresidenta. Parecía hecho, pero entonces llegó la DANA, la catástrofe meteorológica que hace dos semanas se cobró la vida de más de 200 personas en Valencia, sumergiendo barrios y pueblos y haciendo emerger lo más miserable de la política española.
La izquierda italiana vota a su adversario político porque entiende que, pese a todo, le conviene tener una voz italiana en Bruselas. La derecha española, por contra, ha movilizado al PPE entero para impedir el nombramiento de Ribera.
Hay una razón inmediata: una huida adelante en la que, para tapar la vergonzosa y negligente gestión de la catástrofe valenciana –comunidad gobernada por el PP– la derecha ha decidido culpar a Pedro Sánchez de lo ocurrido. No está claro que el gobierno central esté libre de culpa, porque todos incurrieron en cálculos políticos demasiado peligrosos, pero está fuera de toda duda que la principal responsabilidad fue la de los gobernantes locales del PP. El presidente de la comunidad, Carlos Mazón, estuvo desaparecido durante las primeras cinco horas y la consejera responsable ni siquiera sabía que existía un sistema de alertas.
Hay otra razón de fondo: la oposición sin cuartel que el PP de Alberto Núñez Feijóo ha elegido hacer a Sánchez. Un estilo duro, sin tregua ni concertación posible, ante quien consideran un usurpador. Esta ruindad es letal para la convivencia política. España, el país que mejor desempeño económico está mostrando en los últimos meses en Europa, es uno de los más polarizados del mundo, según la casa Edelman.
Pero el drama no es sólo español. A la fiesta se ha sumado el presidente del PPE, Manfred Weber, enemistado desde hace tiempo con la presidenta de la Comisión, su correligionaria y paisana Ursula Von der Leyen, y con Sánchez, con quien ha tenido serios encontronazos. Para Weber ha sido un dos por uno de vendetta personal, la cual ha priorizado por encima de dar estabilidad a la institución a la que se supone que se debe. Es probable que Ribera acabe siendo designada, pero el proceso se alargará más de lo debido, como todo en este rincón del mundo.
Es desesperante y delirante. Esta Unión Europea es un proyecto elitista al servicio del neoliberalismo, renuncia a una política exterior propia, se obsesiona en crear una fortaleza contra los migrantes y anula, desde Grecia a Catalunya, la voluntad de pueblos y ciudadanos.
En sus términos actuales, es un proyecto político indefendible desde posiciones progresistas. Y al mismo tiempo, el futuro del maltrecho estado de bienestar europeo depende de que el continente asuma como conjunto su mayoría de edad y busque su lugar en un mundo cambiante. China, una civilización que finge ser un país –lo dice Lucian Pye–, lleva décadas, si no siglos, preparándose. A Trump apenas le interesa nada que no sea esa competición insomne con Pekín.
El eje del mundo se mueve hacia el Pacífico, mientras Bruselas ni siquiera es capaz de acordar un gobierno.