La casi totalidad de experiencias de organización y resistencia de abajo que han permanecido a lo largo del tiempo se verifican en áreas rurales. El reciente segundo Encuentro Mesoamericano de Movimientos Sociales, realizado en Acteal, Chiapas, a comienzos de noviembre, en el que participaron 40 organizaciones mesoamericanas, y la Tercera Asamblea de Pueblos Originarios de la Región Cholulteca en Defensa del Agua y la Vida, celebrada en la comunidad de Santa María Acuexcomac, Puebla, con la presencia de 27 pueblos originarios, son buena prueba de ello.
Las principales resistencias y defensa de tierras y territorios, están siendo protagonizadas por los pueblos que viven en esos espacios y dependen de ellos, por lo que su defensa frente al despojo es vital para seguir siendo pueblos. Si no resistieran y se doblegaran ante la violencia, deberían migrar a ciudades donde serían asimilados, lo que equivale a la muerte como colectivos humanos. Es el sentido común lo que los guía para seguir resistiendo.
En las ciudades la situación es completamente diferente, ya que en ellas dominan el individualismo y el consumismo, en tanto las resistencias al despojo que se presenta en la forma de especulación inmobiliaria, son insuficientes para frenar el modelo de acumulación. La Comunidad Acapatzingo en Iztapalapa (Ciudad de México) y los otros ocho emprendimientos urbanos de la Organización Francisco Villa de la Izquierda Independiente, son muy valiosos, pero minoritarios. La ocupación otomí del INPI y su notable resistencia, representa apenas una pequeña fracción de los casi 2 millones de personas de pueblos originarios que habitan la megaciudad.
En toda América Latina existen colectivos y grupos que trabajan en las ciudades, con desigual resultado. Días atrás pude participar en diversos encuentros en Río de Janeiro, una de las ciudades más golpeadas por la alianza entre el Estado, sus fuerzas policiales, las milicias paramilitares y las iglesias evangélicas y pentecostales. Todas esas fuerzas confluyen en el control territorial en las favelas, donde trabaja la mayor parte de los colectivos con los que pude interactuar.
Buena parte de ellos está creando la Teia dos Povos (Red de Pueblos) en la ciudad de Río, en los dos o tres últimos años. Es evidente que el trabajo territorial avanza muy lentamente, pero se va extendiendo a nuevos espacios, aunque las relaciones son siempre inestables y su permanencia exige mucho esfuerzo.
Militantes de la Teia dos Povos trabajan en favelas como Complejo de Maré, Morro (cerro) de Formiga, la aldea indígena Marakanã, y en la ciudad de Maricá a una hora de Río. Mantienen buenas relaciones con la escuela Dandara del Complejo Alemão, el Movimiento de Comunidades Populares (MCP) del morro Chapadão, así como con la Alianza de Trabajadores de Base, que busca agrupar a trabajadores precarizados, y con varias cooperativas de trabajo urbanas. Todos ellos son colectivos que optaron por la construcción de autonomía territorial.
En la aldea Marakanã funciona la Universidad Pluriétnica Indígena (Upiam), donde se celebrará desde el 15 de este mes el cuarto Congreso Internacional de Resistencia para fortalecer “la resistencia por la vida”, como destaca la convocatoria.
El colectivo de Maricá, llamado Ecovila Maricá, viene en su origen del Movimento Nacional de Luta por Moradia (MNLM), y hoy está articulado en la Teia dos Povos de Río de Janeiro. Ha resistido tres tentativas de desalojo de su ocupación de la Hacienda Río Fundo, pese a que el municipio es gobernado desde hace muchos años por el Partido de los Trabajadores, de Lula. Varias decenas de familias desalojadas negocian un espacio para la construcción de una villa ecológica, la Ecovila Maricá, donde podrán levantar sus casas y comenzar una nueva vida.
En la favela Formiga organizaron una jornada en la que participarán 117 grafiteros de la ciudad, para consolidar la propuesta de Formiga Verde, en la que participarán varios colectivos del barrio dedicados al cultivo de huertas, el club literario de niños y el grupo de hierbateras.
En el debate se destacaron los pequeños avances, entre ellos que el MCP de Río consiguió duplicar la cantidad de “inversores” que aportan al banco popular de la favela. Aunque en ocasiones los colectivos son muy pequeños, consiguen sobrevivir en un medio como Río de Janeiro, donde la violencia es permanente y las amenazas constantes.
En los debates se hizo hincapié en el doble empobrecimiento de la vida en las favelas: la caída de los ingresos por la precarización del empleo y el encarecimiento de los alimentos, pero además la pobreza de horizontes y de la vida cotidiana. También se habló sobre la necesidad de fortalecer la formación, apelando a los sabedores de los barrios, y conociendo mejor las experiencias territoriales exitosas.
No resulta sencillo sobrevivir en los territorios de la exclusión y el empobrecimiento, navegando a contracorriente del sistema.