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El beisbol, la lógica del diamante como metáfora de la vida, sugiere Harp Helú

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El embajador del Líbano en México, Sami Nmier, Alfredo Harp Helú junto a su esposa Isabel Grañén Porrúa durante la presentación de 'Vivir y morir jugando beisbol...'. Foto Marco Peláez
15 de noviembre de 2024 09:30

Si tuviera que elegir entre el beisbol o la vida, Alfredo Harp Helú no enfrentaría un dilema decisivo. Para este empresario mexicano que nació hace 80 años se trata de imágenes que se corresponden con la fidelidad de un espejo, son una cosa y lo mismo. No hay que escoger entre una y otro, como revela su biografía, tejida como un textil en el que se entrecruzan los hilos hasta ofrecer un tapiz que se aprecia mejor en perspectiva, tal como escribe en su libro Vivir y morir jugando beisbol. En busca de más campeonatos, que presentó anoche en el Centro Libanés en la alcaldía Benito Juárez.

Para Harp Helú el diamante y su lógica de juego es una metáfora de la vida. O si se prefiere, la vida es una metáfora del beisbol. Un planteamiento con sus pausas y sus momentos de reflexión, sus instantes para actuar y para buscar el objetivo, siempre con la conciencia clara de que se trata de un acto colectivo y que cada una de las acciones individuales afectan o benefician al conjunto. O qué otra cosa es un out de sacrificio, sino la muestra más honesta de ofrendarse para que otro, u otros, consigan sus metas, en la pelota llegar a una base o al home, como dice el propio Harp Helú en su libro. La vida o la sociedad misma como un parque de pelota.

La colectividad

Para mí, la mayor felicidad radica en ayudar a los demás, por eso mi maniobra clave es capitalizar mis fundaciones y hacer más obras para la colectividad, escribe Harp Helú.

Mi entrega a los demás viene de mi corazón y que mi deseo más importante es que las personas logren un mejor nivel de vida o que se conviertan en profesionistas y así puedan modificar su realidad para bien, y con ello, la realidad de muchos otros, agrega en un capítulo.

El empresario tuvo el privile-gio de poder construirse a sí mismo desde pequeño. En su libro describe sus orígenes y reconoce a su madre como una mánager en la vida. Alfredo Harp Helú estudió contabilidad en la Universidad Nacional Autónoma de México; no pudo ir más allá en su trayectoria académica porque su tiempo lo dedicó al trabajo arduo y sin tregua. Una herencia que le dejó su padre, un libanés que, como hiciera una buena parte de esa comunidad migrante, fue uno de los primeros aboneros en nuestro país. Es decir, un comerciante itinerante que vendía sus productos a crédi-to de palabra en zonas populares, y cada determinado tiempo acudía a cobrar la cuota correspondiente. Sólo quedaba en prenda eso, la palabra, destaca Harp Helú y recuer-da que cuando llegó a trabajar en la Bolsa de Valores su mayor bien empeñado era justamente la palabra.

Mi abuelo eligió Oaxaca para vivir porque se parecía a Líbano. Los mercados y los pueblos. No me da pena decirlo, era abonero y viajaba en burro cobrando lo que les dejaba. No le firmaban nada. Años después yo hacía operaciones de muchos millones de pesos en la Bolsa de Valores, pero no me firmaban nada. Las pagábamos al día siguiente sólo con la palabra. Desde esos días hasta hoy, ese lema sigue vivo para mí: soy un hombre de palabra y compromiso, contó en la presentación.

“Le entré desde muy chico al trabajo. Tenía 11 años cuando vendía suscripciones del periódico Excélsior y me transportaba en tranvías y autobuses para poder llegar a las casas de mis clientes que vivían en distintos puntos de la Ciudad de México; también vendía tarjetas de Navidad que compraba por mayoreo”, relata en su libro el empresario que además de banquero ha participado en inversiones de naturalezas muy diversas, pero sin perder un fuerte compromiso filantrópico.

Ayer durante la presentación, por ejemplo, se hizo un momento de reflexión por el sufrimiento de las poblaciones civiles en Medio Oriente. Las raíces libanesas y mexicanas son piezas significativas en la identidad de Harp Helú, quien aporta un peso por cada peso recaudado para un fondo de emergencia para la gente que sufre en este momento en Líbano por la devastación emprendida por Israel.

Con sus fundaciones ha puesto en marcha proyectos de desarro-llo en educación, artes, rescates arqueológicos y de acervos históricos, de medio ambiente, todo en beneficio de colectividades, ya sea en Oaxaca, la región con la tiene una conexión profunda, o en México en su conjunto. Y ahí tiene un sitio destacado el deporte con el beis-bol como insignia. Esto lo ha logrado con mucho empeño y con un robusto presupuesto para sus fundaciones, como escribe en su libro.

He decidido tener a mis fundaciones bien capitalizadas. Para principios de 2024 contaron con un patrimonio, en números redondos, de 19 mil 600 millones de pesos, y hemos otorgado más de 10 mil 900 millones a más de 6 mil proyectos.

Los amados Diablos Rojos

Desde que compró a sus amados Diablos Rojos en 1994 los condujo con pasión, ya sea en su trayecto itinerante del Parque Delta –hoy centro comercial– al Foro Sol, luego al Fray Nano hasta desembocar en ese estadio que lleva su nombre y que es una obra asombrosa que ha recibido juegos de Grandes Ligas. Este año además iniciaron los trabajos para darle a su otro equipo de la Liga Mexicana de Beisbol, Guerreros de Oaxaca, un estadio digno y que será también motivo de orgullo. Y abundan más compromisos de palabra, como en 2019, cuando prometió al entonces presidente Andrés Manuel López Obrador –otro apasionado de la pelota donde los haya– que apoyaría a los Algodoneros de Guasave para remodelar su casa y volver a la Liga del Pacífico, no como una inversión de negocios, sino por la importancia de integración social que tiene esta actividad en la región.

Como dueño de los Diablos Rojos del México, equipo al que siguió desde niño en trasmisiones de radio, cumplió tres décadas en la Liga Mexicana de Beisbol y este 2024 consiguió un sueño que tardó 10 años en materializarse: el campeonato 17. Un título en una temporada en la que todo apuntaba para que se lograra, pero que tuvo momentos de angustia, porque estuvieron cerca de ser eliminados por Guerreros de Oaxaca, el otro equipo del empresario, que los tuvo 3-0 en la serie por la zona sur y remontaron para después no volver a aflojar el paso con tremendos números de pitcheo y bateo: sumaron 29 entradas consecutivas sin recibir carrera. Una campaña en la que brillaron en el tolete Robinson Canó y Trevor Bauer en el montículo, quien impuso marca histórica de 120 ponches y porcentaje perfecto de victorias 10-0.

Por esta razón, el volumen incluyó un apartado de último momento para repensar esta temporada en la que salieron campeones. Cuando este libro ya estaba en la imprenta, mis queridos Diablos completaron una temporada increíble y consiguieron su campeonato 17 en lo que va de sus 84 años de historia, dice el mencionado capítulo.

Como un Boecio en el diamante de juego, Harp Helú repara en una de las grandes enseñanzas del beisbol para la vida y viceversa, porque son una cosa y lo mismo. Hay que salir a buscar las victorias siempre –aunque sean mínimas– y nunca olvidar que hay que conocer la derrota, pero con la certeza de que todas ellas son pasajeras.

Si uno hace conciencia de que el fracaso es temporal, que está acotado y por ello será siempre relativo, una vez que pase la tempes-tad siempre podremos salir a ganar de nuevo, pero eso sí, sin perder de vista que en la vida no es posible ganar todos los juegos.

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