Hay algo sobrecogedor al pensar en la creación a partir de la nada. Ese instante previo al parto de un universo en el que todo parece estar a punto de ocurrir. Paul McCartney desempeñó ese papel de inventor de un mundo en la cultura popular del siglo XX. Fue el demiurgo que imaginó lo que nadie se había atrevido antes. Debió ser una delicia verlo operar antes de ese Big Bang sonoro, antes de que George Martin, su productor seminal con The Beatles, amplificara ese acorde inconfundible de guitarra en A Hard Day’s Night, que abre aquel disco y uno de los episodios más emocionantes para los jóvenes de la posguerra de la centuria pasada.
Porque si algo tienen sus canciones, ya sea con The Beatles, Wings o las que publicó con nombre propio, es que nacieron memorables. Se lo contó al célebre productor musical Rick Rubin en el documental McCartney 3,2,1: Nos dimos cuenta de que estábamos escribiendo canciones memorables. Y no porque así lo pretendiéramos, sino por razones prácticas: había que recordarlas al día siguiente
, le cuenta sir Paul al barbilargo productor. Se refiere a las limitaciones tecnológicas de los primeros años 60, pues las canciones tenían que quedarse aferradas a la memoria para que Lennon y McCartney pudieran repetirlas al día siguiente. Esa es la clave del pop que perdura hasta nuestros días, y también ellos son pioneros.
Para recordar
Vaya que lo lograron. Anoche en el estadio GNP Seguros, una multitud de fanáticos se estremeció 60 años después de que compusieron varios de estos temas. Miles de veteranos que fueron niños o púberes cuando esto sonaba en la radio, también reforzados por ejércitos de jóvenes –¿a poco creían que ya no lo escuchan?– que entonan esas frases y tonadas que nacieron memorables, que fueron creadas para ser recordadas y cantadas primero en una habitación adolescente y después en un estadio para miles de asistentes.
Los atuendos del Sargento Pimienta ahora son el uniforme de familia. Esta noche, en los alrededores vemos esas levitas de satín chillón; lo que sea con tal de evocar lo que les heredaron los padres, porque Los Beatles son una memoria que se lega, como el apellido.
Esta noche voy a tratar de hablar un poquito de español, porque está padre estar aquí de nuevo, expresó ‘sir’ Paul McCartney anoche en el primero de sus dos conciertos en la Ciudad de México. Foto Ocesa
Por eso el telón se abre con una de esas piezas que casi todo mundo puede repetir: Can’t buy me love. Hace seis décadas que fue impresa en vinilo y hoy luce saludable. No finjan, si hasta se humedecen los ojos cuando la escuchamos en medio de esta multitud, porque lo que dice es verdad y por esa misma razón, esa canción nació memorable.
¿Qué onda, chilangos?
, preguntó McCartney en español, bien enterado de que a los mexicanos se les gana con la lengua. Esta noche voy a tratar de hablar un poquito de español, porque está padre estar aquí de nuevo. Está padrísimo
, dice con acento bastante aceptable para ser de la ciudad portuaria inglesa y tener un título de sir.
A estas alturas de la noche y avanzado el concierto, la gente ya no sabe si es beatlemaniaca o mccartneysta, porque cantan con el mismo sentimiento el repertorio de Paul. Aunque Love Me Do provoca histeria como si fuera 1963. Da igual, se trata del mismo genio intuitivo que sin saber leer o escribir música superpuso estilos y melodías como si fuera un atrevido maestro del barroco.
Cuando tocan Let Me Roll It, del mítico disco Band on the Run de Wings –con un juego de luces en el cielo como diamantes o estrellas–, todos cantan como si estuviera firmada por esa legendaria mancuerna Lennon-McCartney. Y qué importa. Como tampoco importa esta noche que los demos de esa grabación terminaron en las manos de unos ladrones que asaltaron a sir Paul y compañía en las calles de Lagos en Nigeria. Tuvo que empezar el disco desde cero y gracias a esa osadía lo podemos escuchar esta noche.
Este señor parece inmortal. Tal vez lo es, y a los 82 años ha seguido sus andanzas, que empezaron hace seis décadas y recalan esta noche en la Ciudad de México.