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Ofrece Paul McCartney una noche de canciones que nacieron memorables

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El legendario músico británico deleitó a sus seguidores en el primero de dos conciertos que ofrece en el Estadio GNP Seguros, en la Ciudad de México. Foto José Jorge Carreón/Ocesa.
12 de noviembre de 2024 23:03

Ciudad de México. Hay algo sobrecogedor al pensar en la creación a partir de la nada. Ese instante previo al parto de un universo en el que todo parece estar a punto de ocurrir. Paul McCartney desempeñó ese papel de inventor de un mundo en la cultura popular del siglo XX. Fue el demiurgo que imaginó lo que nadie se había atrevido antes. Debió ser una delicia verlo operar antes de ese Big Bang sonoro, antes de que George Martin, su productor seminal con The Beatles, amplificara ese acorde inconfundible de guitarra en Hard Day´s Night que abre aquel disco y uno de los episodios más emocionantes para los jóvenes de la posguerra de la centuria pasada.

Porque si algo tienen sus canciones, ya sea con Beatles, Wings o las que publicó con nombre propio, es que nacieron memorables. Se lo contó al célebre productor musical Rick Rubin en el documental McCartney 3,2,1. “Nos dimos cuenta que estábamos escribiendo canciones memorables. Y no porque así lo pretendiéramos, sino por razones prácticas: había que recordarlas al día siguiente”, le cuenta Sir Paul al barbilargo productor. Se refiere a las limitaciones tecnológicas de los primeros años sesenta, de modo que las canciones tenían que quedarse aferradas a la memoria para que que Lennon y McCartney pudieran repetirlas al día siguiente. Esa es la clave del pop que perdurara hasta nuestros días y también ellos son pioneros.

Vaya que lo lograron, esta noche en el Estadio GNP Seguros, una multitud de fanáticos se estremece sesenta años después de que compusieran varios de estos temas. Miles de veteranos que fueron niños o púberes cuando esto sonaba en la radio. Y también reforzados por ejércitos de jóvenes -¿a poco creían que ya no lo escuchan?-que entonan esas frases y tonadas que nacieron memorables, que fueron creadas para ser recordadas y cantadas primero en una habitación adolescente y después en un estadio para miles de asistentes.

Foto José Jorge Carreón/Ocesa

Los atuendos del Sargento Pimienta ahora son el uniforme de familia. Esta noche los alrededores vemos esas levitas de satén chillón. Hijas que relatan que convencieron a sus padres de vestir como prófugos de esa portada multiforme. Lo que sea con tal de evocar lo que les heredaron los padres porque los Beatles son una memoria que se lega como el apellido.

Por eso el telón se abre con una de esas piezas que casi todo mundo puede repetir: Can´t buy me love. Hace seis décadas que fue impresa en vinilo y hoy luce saludable. No finjan, si hasta se humedecen los ojos cuando la escuchamos en medio de esta multitud. Porque lo que dice es verdad y por esa misma razón esa canción nació memorable.

“¿Qué onda, chilangos?”, pregunta McCartney en español, bien enterado de que a los mexicanos se les gana con la lengua. “Esta noche voy a tratar de hablar un poquito de español, porque está padre estar aquí de nuevo. Está padrísimo”, dice con un acento bastante aceptable para ser de la ciudad portuaria inglesa y tener un título de Sir.

A estas alturas de la noche y avanzado el concierto, la gente ya no sabe si es beatlemaniaca o McCartnysta, porque cantan con el mismo sentimiento el repertorio de Paul. Aunque Love me do provoca histeria como si fuera 1963. Da igual, se trata del mismo genio intuitivo que sin saber leer o escribir música superpuso estilos y melodías como si fuera un atrevido maestro del barroco.

Foto José Jorge Carreón/Ocesa

Cuando tocan Let me roll it del disco del mítico disco Band on the run de Wings, Sir Paul toca una Les Paul y se acompaña de un juego de luces en el cielo como si fueran diamantes o estrellas -ustedes perdonen el atrevimiento-.

“Esta canción se la quiero dedicar a mi carnal George (Harrison)”, dice otra vez en español de Sir chilango y se arranca con Something, una versión con ukulele que detona en distorsión y lágrimas de muchos asistentes. Abe Laboriel, sobrino del entrañable Johnny Laboriel, toca la batería con verdadera fruición, seguro fue un niño que creció tarareando este repertorio y haciendo sonar las mesas con las manos.

Y entonces viene Band on the run de Wings. ¿No que muy Beatles? Todos se la saben y la cantan como si estuviera firmada por esa legendaria mancuerna Lennon-McCartney. Y qué importa que sólo sea de Paul. Como tampoco importa esta noche que los demos de esa grabación terminaron en las manos de unos ladrones que asaltaron a Sir Paul y compañía en las calles de Lagos en Nigeria en 1973. Sólo le dijo a sus compañeros de Las Alas, entre ellos Linda: “No tenemos más remedio que hacer el disco con lo que tenemos y de la mejor manera”. Y tuvo que empezar el disco desde cero; gracias a esa osadía lo podemos escuchar esta noche.

 

Foto José Jorge Carreón/Ocesa

Es indiscutible que McCartney grabó maravillas tanto con el cuarteto como de solista y con los Wings, donde su mujer Linda estaba a cargo de los teclados. Los fanáticos de Beatles en aquella época no le perdonaban a él y a John que siguieran sus obras acompañados de sus parejas. Un periodista tan genial como despiadado y misógino de la revista Creem, Lester Bangs, incluso escribió que dejarle esa responsabilidad a Linda con los Wings era tan descabellada como poner a un albañil a editar el New York Times.

Pero ya no existe más, afortunadamente y la obra de McCartney incluye todo su caleidoscopio. En ese repertorio se abren paso con el mismo derecho las piezas que fueron creadas al cruzar límites que nadie había imaginado. Paul dijo alguna vez que la palabra clave de su sonido fue la yuxtaposición. Y eso hizo con los géneros, acá melodías vocales a lo Everly Brothers, encima un piano a lo Little Richards, abajo un tema country o un piano que imita la pianola de una señora muy divertida de la televisión inglesa de los sesenta, luego una trompeta que evoca a Bach y, ¿por qué no?, la amplitud sinfónica de una orquesta que parecía una idea descabellada en su época, recordemos que todo estaba por ser creado, y por allá un sintetizador modular con Robert Moog al mando.

Foto José Jorge Carreón/Ocesa

Este señor que hizo un sonido que hoy parece inmortal, como él mismo,a los 82 años ha seguido sus andanzas que empezaron hace seis décadas, cuando todo estaba por ocurrir, y recala esta noche en la Ciudad de México con fuegos en el cielo mientras nos recomienda de manera ambigua “Live and let die”.

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