La verdad es que en vísperas de completar la primera mitad de su tercer mandato presidencial – el 31 de diciembre ahora –, Lula da Silva ya enfrentaba una serie de problemas internos.
Había desde lloviznas, como llegar a la contención de gastos sin provocar cortes drásticos en el presupuesto hasta lluvias más intensas y peligrosas, como la difícil relación con un Congreso infiltrado tanto de derechistas como de los que tienen por meta alquilar votos. O sea, según el volumen de recursos puestos a disposición para enviar al reducto electoral de un diputado o senador, el voto será favorable o contrario a lo que pretende el gobierno.
Sin embargo, desde la mañana del miércoles 6 noviembre, lo que se precipitó sobre Lula, su gobierno y, bajo muchos aspectos, sobre toda la realidad brasileña ha sido una tempestad oceánica.
Por más que la victoria de Donald Trump sobre Kamala Harris fuera algo previsto, nadie – excepto, desde luego, los seguidores del desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro, antecesor de Lula en la presidencia – esperaba que fuese de tal forma contundente.
Además de la presidencia, Trump conquistó la mayoría en el Congreso y la mayoría de gobernadores. Como la Corte Suprema ya estaba controlada por conservadores, gracias a los nombramientos del mismo Trump en su mandato anterior, la verdad es que él ahora tiene control absoluto sobre los rumbos del país más poderoso del mundo.
Pocos días antes del pleito, como para indicar que esperaba una victoria apretada de Trump, Lula mandó un mensaje a Kamala Harris diciendo que esperaba una victoria suya, algo en que ni él creía. El mensaje provocó críticas dentro del mismo PT de Lula.
A propósito: tan pronto se confirmó la victoria de Bush, el brasileño fue de los primeros mandatarios en enviarle presidentes un mensaje formal de felicitaciones, agregando que esperaba una etapa de diálogo.
La sensación que se vive en Brasil hoy es que nadie sabe al cierto qué vendrá, y que por lo tanto es muy difícil prepararse para adaptarse a los nuevos tiempos sin sucumbir.
¿Qué pasará con el comercio entre los dos países, con Trump anunciando que recortará importaciones? Y con relación a la Venezuela de Nicolás Maduro, ¿qué exigirá Trump del Brasil de Lula? Para un obcecado como el nuevo mandatario de Estados Unidos, el alejamiento que Lula ya demostró con relación a Maduro es poco o nada.
Sobran temas.
La cuestión ambiental, por ejemplo. ¿Cómo el mandatario recién electo tratará de medidas cuya aplicación están bajo discusión en toda América, lo que incluye, por supuesto, a Estados Unidos? ¿Cómo Trump tratará de la intensa relación comercial entre Brasil y China? ¿Hasta qué punto se aprovechará de la idolatría que el desequilibrado mandatario argentino Javier Milei le dedica, interviniendo en las relaciones –ya un tanto tensas– entre ambos países, las dos mayores economías sudamericanas?
Son preocupaciones que –vale reiterar– ya rondaban por diplomáticos, partidos políticos, analistas y, claro, inversionistas desde antes de las elecciones, pero que con el tamaño y la contundencia de la victoria de Donald Trump, ahora un desequilibrado sin remedio con un poder ilimitado, se hicieron aún mayores, mucho mayores.
Lo que viene por delante son nubarrones pesadísimos. Y eso es todo que se sabe.