Valencia. En la cara oscura de la luna de la catástrofe natural más importante en Europa de este siglo, se encuentra el terrible fallo de los poderes públicos para prever y alertar a los vecinos del peligro en ciernes, ignorando las evidencias científicas. En el lado luminoso, sobresale la autogestión barrial y la solidaridad desinteresada con las víctimas, de parte de los que menos tienen, para ocupar el vacío gubernamental.
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La percepción ciudadana dominante en toda la ciudad y sus alrededores, es que la respuesta de las autoridades el pasado 29 de octubre fue tardía e irresponsable. El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, se encerró a comer durante 3 horas (hasta las 6 de la tarde), totalmente incomunicado, con la periodista Maribel Vilaplana, para ofrecerle dirigir la televisión pública A Punt. No solo no atendió llamadas telefónicas sino que llegó 2 horas tarde para coordinar la alerta de DANA.
Las autoridades no avisaron a los habitantes para que se prepararan adecuadamente para enfrentar la riada. Su tardanza y titubeos resultan inexplicables. Transcurrieron unos 10 horas entre la alerta de fuertes lluvias de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y el aviso telefónico a los ciudadanos de Protección Civil de las autoridades autonómicas, llamando a evitar desplazamientos.
DANA provocó, al menos, 219 muertos. Golpeó a cerca de 90 municipios. La zona afectada supone el 22 por ciento del PIB de la comunidad. Tuvo una incidencia directa e indirecta sobre más de 400 mil trabajadores, y daños de unos 28 mil millones de euros. El presidente del gobierno Pedro Sánchez, anunció ayudas por 10 mil 600 millones de euros. Pero la iniciativa privada juzga que no son suficientes.
El desamparo gubernamental ha levantado una imparable ola de indignación. Hay muchas preguntas y muy pocas explicaciones oficiales creíbles. El agotamiento, el dolor por las pérdidas, la destrucción de bienes, el miedo y el desamparo han fabricado un cóctel de consecuencias imprevisibles. No en balde, con los bonos a la baja, el pasado 3 de noviembre en Paiporta los vecinos indignados le lanzaron barro al rey y le le gritaron: ¡asesino, asesino! y “deja de hablar y coge una puta pala”.
Impresionante, también, es la solidaridad popular que ha llenado los huecos del vacío gubernamental. Se trata de un apoyo desinteresado, sin cámaras ni aplausos, de senegaleses, latinoamericanos, marroquís, gitanos y jóvenes, que se han lanzado a recoger víveres y equipo de limpieza, y volcado en las tareas de quitar escombros y fango.
Entonando la canción: “Vamos, vamos, nadie nos puede hundir”, un grupo de senegaleses, sin equipo, ni guantes, ni botas para agua, llenos de lodo, realizan tareas de limpieza en Paiporta, con lo que tienen a manos: carretillas, tablas, palas, jaladores y cubetas de plástico. Sin trasporte público, llegan hasta la zona de desastre caminando o en bicicleta.
Con el impulso de una ola cívica desinteresada, desde los más distintos lugares de España, llegan botellas de agua, escobas, material de limpieza, alimentos no perecederos, geles, cubrebocas, rastrillos, gafas de protección, guantes, cinta aislante, martillos, mangueras, bombas hidraúlicas.
La ayuda mutua surgió desde el primer momento. Ante la crecida de las aguas, los trabajadores de Decathlon ayudaron a entrar a la tienda para resguardar a víctimas, les dieron ropa y calzado secos y la comida y bebida que tenían a mano.
Del otro lado de la acera, desgracia sobre desgracia, a la pérdida de vidas humanas, destrucción de bienes y desamparo gubernamental se suma una verdadera epidemia de intoxicación informativa, que, sin evidencias, infla el número de muertos y amplifica la magnitud del desastre. La enfermedad del periodismo de redes que prescinde (por interés o falta de profesionalismo) del más elemental chequeo de datos ha hecho estragos y engordado la desconfianza.
Entre muchos otros casos, sobresale el de estacionamiento de Bonaire, donde se aseguró, habrían hasta 800 fallecidos bajo el agua. Cuando los cuerpos de rescate revisaron lo que se supone era un enorme camposanto acuático, no encontraron un solo muerto. A pesar de ello, se insistió en que se ocultaba el verdadero tamaño de la tragedia.
Por lo pronto, hoy, sábado 9 de noviembre, 40 organizaciones sociales y sindicales realizaron una manifestación hacia el Palau de la Generalitat, sede del gobierno local, bajo la consigna “Mazón, dimisión”, para demandar la salida del presidente y “exigir responsabilidades, información veraz, medios para las víctimas y para denunciar la ignominia del gobierno valenciano, que no avisó y que ha provocado, con esa falta de previsión, víctimas mortales”. Detrás de la movilización se encuentra un vigoroso movimiento vecinal. Quienes en México vivieron los sismos de 1985, entenderán lo que está en juego en esta región española.