“¿Cómo es que Alemania, cuna de la Ilustración y el estado de derecho, con un pluralismo bien afianzado, centro del laboratorio de la democracia social durante la República de Weimar, acabó por abrazar el camino de su autodestrucción en 1933?”
La pregunta se debe a Hermann Broch y se encuentra en sus textos sobre sicología política. Un día después de la abrasiva victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales –obtuvo incluso la mayoría en el Senado–, cabe hacerse un interrogante semejante. ¿Cómo es posible que una sociedad –Estados Unidos– que ostentaba para sí misma el relato de la democracia (así fuera estrictamente parlamentaria) y el estado de derecho (reducido a un mercado de abogados) eligiera a quien ha basado su vertiginosa carrera en el desprecio (y el intento de allanamiento) de todas y cada una de sus instituciones elementales?
Ya en el discurso que fabula con la idea de la decadencia como diagnóstico de la situación se encuentran los ingredientes elementales que vuelven a un hazmerreír (como Trump) en una figura capaz de convertir al delirio aspiracional propio en la condición esquizo de una sociedad entera. En 2024, MAGA (Make America Great Again, que equivale en realidad a Make Trump Great Again) parecen siglas extraídas de un kukusnest. Ahora hay que temer que más de 150 millones de estadunidenses estén convencidos de que se trata de su indescifrable tarea.
El relato de la decadencia supone de antemano el cometido de ubicar a sus causantes. Ellos representan ahora los múltiples rostros del “enemigo interno”.
No es difícil situar su construcción en esa lógica que los convierte en las figuras de las escenas de “lo que todo ciudadano debe temer”, en palabras del vicepresidente Vance. La estrategia republicana consistió en hacer ingresar a la ciudadanía en el túnel del miedo. En primer lugar, “los migrantes”, que equivalen a las metáforas del “crimen, las violaciones, el fentanilo y la zozobra urbana”.
Siguen los “terroristas”, un emblema del islam. Los “palestinos”, que “envenenan las mentes de los jóvenes”, son nuevos en esta galería. No podían faltar los “comunistas” (Sanders y Ocasio), y el espectro más impredecible (la versión de 2024): “todos los que me atacaron”. Trump enarbola la ira personal e íntima como un acto de liberación a la manera de un personaje de Tarantino, sólo que esto no es el cine. Digamos que extiende una licencia de venganza.
Existe un estudio sobre la semántica del fascismo alemán (G. Leipen, Die Semantik des Faschismus). La palabra que más se repite en los años 30 es una y la misma: “deportación”. Es también la que fijó a toda la campaña electoral. Proviene de la filosofía del lebensraum (el espacio vital), que a la vez proviene de la geografía estadunidense de “liberar a los territorios salvajes” (los que eran habitados por las naciones indígenas). La ironía es que Estados Unidos ha sido –y continúa siendo– un país de migrantes. Son ellos los que han construido las carreteras y los puentes, quienes han ofrecido la vida en sus guerras, quienes han pagado impuestos sin retribución, quienes han padecido durante generaciones para hacerse de una vida un poco mejor.
Quienes votan por MAGA en 2024 son franjas de la sociedad bien definidas y predecibles. Hombres blancos mayores de 50 años que han perdido el trabajo irremediablemente por las transformaciones del mundo digital o el traslado a otros países de la industria manufacturera. Se trata de una estadística que alcanza 20 millones. Ahora sus ingresos provienen de sus esposas que han logrado mantener sus trabajos.
Un desplome del orden patriarcal, con la respectiva ira y depresión social que acarrea. Después, el mundo rural, que en el Bible Belt y el Midwest representan la demografía mayoritaria del fundamentalismo protestante. Los jóvenes de familias blancas y proletarias, que no pueden ni siquiera aspirar a una educación formal en un college de prestigio o una universidad promedio. Desde los 15 o 16 años sin alternativas en una sociedad que sólo premia y otorga licencias de movilidad a quienes atienden los beneficios de la educación superior. Las conservadoras, a las que aterran los derechos de la mujer y los de género. Y, por último, un caudal impresionante de latinos (que no sorprende si se conoce las raíces profundas del racismo autoinfligido en el mundo latinoamericano).
En las dos guerras mundiales del siglo XX, estas franjas fueron sacrificadas en los mataderos de los campos de batalla.
¿Adónde irán ahora? En Estados Unidos se halla en curso una guerra civil. Ellos proveerán sus filas.
Trump nunca ofrece solución alguna a ninguna de estas franjas, porque el fascismo consiste en organizar e inspirar a masas enteras para destruir derechos y prerrogativas alcanzadas por las luchas sociales. Además, sólo conoce un estilo de “política social”: bajar impuestos.
Pero disminuir impuestos equivale a reducir la recaudación de ingresos estatales bajo una deuda pública que ya es mayor que el PIB. Existe un ingrediente religioso en el capitalismo, según Walter Benjamin, que se esconde en el místico concepto alemán de schuld (en español significa deuda y culpa a la vez). ¿Cómo se lidia con las deudas? Se pagan o se destruye a quienes inducen la culpa. En todo lo que irradia, el mensaje de Trump es un proyecto de destrucción. ¿Hasta dónde llegará?