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Estados Unidos, rojo amanecer

07 de noviembre de 2024 00:02

Temprano en la mañana de ayer, en Washington, el periodista Mario Ávila Roque, a pocas de haberse dado a conocer el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, me dijo: “Tenemos un rojo amanecer”. Compartimos una cobertura de la jornada electoral en la que a pesar de que la información que llegaba con los resultados no sorprendió, fue desesperanzadora para muchos, principalmente fuera de la unión americana donde el gobierno de este país tiene, desde siempre, la mirada puesta con mayor detenimiento que en su propio territorio.

Los resultados, a diferencia de lo que sucede en México, fueron dados a conocer por los medios de comunicación y no por una autoridad electoral. En Estados Unidos nadie detiene a los medios, son poderosísimos. Washington estuvo blindada por policías, el Servicio Secreto y efectivos militares. Se temían revueltas incitadas por Trump en caso de que perdiera la elección. Avisó el republicano, amagó muy a su estilo, que no reconocería una derrota. Había preocupación ante la posibilidad de una segunda versión de la toma del Capitolio ocurrida el 6 de enero de 2021.

Pero las probabilidades de que eso sucediera eran pocas, no por otra cosa sino porque Trump, se sabía, alcanzaría los 270 votos electorales para ser triunfador. Kamala Harris perdió no porque la mayoría estadunidense haya salido a votar por las propuestas trumpistas, sino porque salieron a votar en contra del Partido Demócrata.

Donald Trump tuvo cuatro años para hacer una campaña en la que le habló a la misma gente a la que convenció en 2016, pero también fue escuchado por otros que no necesariamente creen que sus propuestas vayan a resolver los problemas, y fue escuchado debido a que Kamala Harris ni siquiera planteó que hay problemas qué resolver. Evadió y el republicano aprovechó para continuar su estrategia de explotar resentimientos con noticias y promesas falsas mientras ofreció a los votantes “volver a ser grandes otra vez”.

Harris tuvo sólo tres meses de campaña y, a pesar de que sabía sobre las complicaciones que un periodo tan corto implican, no aprovechó el tiempo para hablar a una población que no se siente vista ni escuchada por el gobierno del cual ha sido vicepresidenta. No acusó recibo sobre los conflictos bélicos en Medio Oriente y Ucrania, ni con claridad sobre el tema migrante o la inflación, tampoco sobre la tensión en las relaciones con Rusia y China. Pero el mayor error de Harris parece haber sido no marcar distancia con Joe Biden.

¿Hay algo que habría hecho de diferente manera a Biden?, le preguntaron a la candidata demócrata en una entrevista. “No se me ocurre nada [...] he sido parte de la mayoría de las decisiones que han tenido impacto”, respondió. Esa declaración abrió la puerta a Donald Trump para utilizar contra Kamala Harris la misma metralla que había conseguido para atacar a Biden.

En Estados Unidos al menos cuatro de cada 10 blancos de clase trabajadora aseguran vivir peor que sus padres.

Aquel sueño americano y orgullo de una nación, se cimentó en la capacidad de gasto de personas a las que el american way of life convirtió más que en ciudadanos en consumidores. El discurso de Donald Trump, racista y demagogo, incluye la promesa de recuperar trabajo para los estadunidenses al tiempo en que divide al imponer enemistades como resultado de miedos y repudios inculcados contra quienes califica de ser diferentes por cuestiones de raza, nacionalidad, ideología o postura política.

El olor de la pólvora quemada exacerba lo que muchos estadunidenses conciben como patriotismo, están dispuestos a matar o morir para defender un país al que en su manera de nombrarlo arrebatan a un continente completo su nombre, América. Existe un odio arraigado en la historia de la conquista del territorio que hoy se llama Estados Unidos. Ese odio identifica a personas que viven en zonas rurales, poblaciones blancas que se sienten amenazadas ante la llegada de mexicanos, latinos, orientales o afroamericanos.

Trump es la voz de quienes escondieron sus discursos de odio debido a una mordaza social llamada lo “políticamente correcto”. Defiende prejuicios y justifica aversiones, fabrica enemigos y esculpe sujetos de repudio para manipular. Es la chispa que enciende millones de hogueras que estuvieron esperando al odio como combustible y al poder como viento para avivar llamas.

Donald Trump no despierta a un “América profunda” pues jamás estuvo dormida. La representa, la convoca al hacerle creer que, como ella, está en contra del statu quo, cuando la realidad es que el mismo Trump es el statu quo. Estados Unidos, nación en la que se abolen derechos progresistas, como la determinación de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, mientras se blindan derechos retrógrados para dotar de armas a la ciudadanía, no podría estar mejor representada que por Donald Trump, su presidente número 47.



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