En este segundo periodo, la 4T puede tomar dos caminos y derivar o en un régimen de excesos autoritarios y terminar como Nicaragua o Venezuela, o evolucionar hacia una “república amorosa” libre ya de ideologías políticas. En ello un elemento clave es el papel jugado por los pueblos originarios que son la reserva cultural y espiritual del país. Esa “civilización olvidada” por la modernidad industrial, capitalista, tecnocrática y patriarcal, según lo reflexionado por Guillermo BonfilBatalla en su México profundo (1987).
A la fecha, el tema de la biodiversidad ha sido ampliamente vanagloriado por su importancia biológica intrínseca o por su valor económico. La perspectiva mercantil fue especialmente adoptada y difundida por la Comisión para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, que bautizó sin parpadeo alguno la riqueza biótica del país como “capital natural”, en plena sintonía con los valores de los gobiernos neoliberales. Sin embargo, desde la perspectiva biocultural, donde México ocupa el segundo sitio después de Indonesia y por delante de Brasil, Australia y China; los estudios etnobotánicos, etnozoológicos y etnomicológicos de las últimas décadas revelan la existencia de una “biodiversidad sagrada”. Los ejemplos que a continuación describo dan fe de ello.
El primero que salta a la vista es la trilogía o complejo de maíz, venado y peyote que los wixaritari (singular: wixárika o wirarika) o huicholes de Nayarit y Jalisco mantienen como un legado de su espiritualidad. Se trata de tres deidades: el venado como símbolo de fertilidad, el maíz como fuente de vida y el peyote para comunicarse con los dioses. Las peregrinaciones que realizan los marakame (chamanes) a Wirikuta, en San Luis Potosí, para la recolección del peyote son parte de esa relación, e implica la defensa de sus territorios (un segundo ejemplo es sin duda el árbol sagrado de los mayas de la península de Yucatán (Ceiba pentandra) que conecta la superficie de la tierra con el inframundo y el cielo.
Se trata de un árbol cósmico o Axis Mundi formado de 14 pisos y que según los principales etnógrafos representa la cosmovisión de toda Mesoamérica. Los hongos alucinógenos de los mazatecos de Oaxaca son un tercer ejemplo, documentado por los rituales de María Sabina en Huautla de Jiménez, bellamente descritos por Fernando Benítez y otros autores. Uno más es la fiesta de cada 27 de septiembre en San Miguel Tolimán, Querétaro, donde se construye y levanta el chimal, un monumento vegetal de 25 metros de altura, el eje cósmico decorado por una planta del desierto, el sotol o cucharilla (Dasylirion acrotriche), cuyas partes se restructuran para dar lugar a un símbolo de fortaleza y defensa de la cultura hñähño (otomí). Durante las festividades, además de música y bailes, se ofrece comida hasta para mil personas, servida por 100 tortilleras, con tortillas de colores. Otros ejemplos son la vainilla entre las comunidades totonakús de Veracruz y el cacao (Theobroma cacao) venerado por siglos por las élites prehispánicas, como planta sagrada, como moneda y como tributo muy preciado. Lugar muy especial es el del amaranto, alegría o huauh tli, considerado el seudocereal más nutritivo del mundo, que fue prohibido por los españoles por su carácter ritual y cultivado clandestinamente durante 500 años por comunidades indígenas del centro del país. Hoy el amaranto es un alimento ampliamente consumido en el país y en el mundo. Todavía debemos citar a la abeja nativa sin aguijón (Melipona beechii) que fue y sigue siendo una diosa para los mayas yucatecos (Xunan kab).
En la cúspide de este breve recuento se encuentran el maíz y el cempasúchil, dos íconos de la sacralidad vegetal. El primero por todas las cosmogonías ligadas a la planta, y cuya mayor sofisticación la alcanzan las “tortillas rituales” de Guanajuato (14 registros en el río La Laja) que son tortillas pintadas con tintes naturales a partir de moldes con símbolos. El segundo que es emblema máximo del Día de Muertos, herencia prehispánica y pieza esencial de las miles de ofrendas que los mexicanos levantan en hogares, escuelas, universidades, tiendas, sindicatos e iglesias. Este año se estima en 350 millones de pesos las ventas de unos 2 mil productores.
Estos casos, ejemplos vivientes de comunalidad en los que se confunden la fiesta y el ritual y viceversa, vienen a conectarse con el concepto de la “república amorosa” de AMLO. Sostengo que esa idea, que él sintetiza en el capítulo 15 de su último libro (¡Gracias!, 2024) conforma una propuesta política “no ideológica” que se adelanta décadas si no es que siglos. Y que ésta constituye la siguiente fase o quinta transformación. AMLO la define como “una manera de vivir sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza, a la patria y a la humanidad […] una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor”.