Se sabía “y nadie hizo nada para evitarlo”. Eso fue lo que espetaron al rey Felipe VI los habitantes de Paiporta, en Valencia, España, uno de los lugares devorados por esa especie de tsunami ocurrido el martes 29 de octubre. Como es sabido, el fenómeno conocido como DANA provocó inundaciones que tomaron por sorpresa a la mayoría de los habitantes del litoral mediterráneo al sur de Valencia. Como los huracanes y los tornados, la violencia de la DANA está relacionada con el incremento del cambio climático. Pero lo que no ha sido nada natural fue la gestión política anterior, durante y al acabar el paso de las tormentas que arrastraron a personas, automóviles y casas en las inmediaciones del río Turia en su camino al mar. Hay cuerpos que se han encontrado a 12 kilómetros de sus pueblos arrastrados por los caudales, personas que se ahogaron en los estacionamientos subterráneos de los edificios donde vivían cuando fueron a sacar el coche. Pero muchísimas vidas se perdieron en su camino a casa después de la jornada laboral, en la hora más crítica de la tormenta la tarde-noche del martes, cuando un aviso a tiempo habría evitado que estuvieran en el peor lugar a la peor hora.
Los servicios de meteorología habían avisado desde el viernes la llegada de las lluvias, para el lunes la alerta ya marcaba el rojo. Pero el gobierno de la generalitat de Valencia, encabezado por Carlos Mazón, del Partido Popular, no actuó ni informó de la situación que podría haber salvado decenas de vidas. Al contrario, hacia la tarde del martes minimizó lo que en las calles ya se vivía como una tragedia. Por su parte el gobierno socialista de Pedro Sánchez se quedó a la espera de que Mazón decretara el nivel de alarma al tercer grado para poder actuar según señala la gestión de riesgos española en un sistema que es muy autonomista. En otras palabras, las autoridades de estos dos niveles de gobierno se quedaron a la espera, mientras los cálculos político-electorales marcaban los costos de pedir ayudar u ofrecerla. Cosa aparte fue la actitud de algunos alcaldes que sí avisaron de la inminencia de las lluvias y cerraron las actividades laborales y educativas. No así los dueños de grandes supermercados y algunas empresas que obligaron a sus trabajadores a permanecer en sus puestos.
En algunas tertulias se habla mucho de toda la información que dieron los telediarios españoles sobre el huracán Milton aproximándose a la costa este de Estados Unidos, en comparación a la nula información mediática sobre la DANA, fenómeno que es cada vez más común en el litoral mediterráneo. Pero son las decisiones políticas las que ponen en mayor riesgo a las personas. Al momento de escribir esto son 213 las víctimas que perdieron la vida, y se espera que sean muchas más. Son más de mil los desaparecidos.
En México tenemos marcado en la memoria el triste papel del gobierno de Miguel de la Madrid en los sismos de 1985, su inacción para movilizar a las fuerzas y cuerpos del Estado para salvar las vidas de la gente atrapada. Se recuerda con frustración esos días en que, pudiendo actuar, el gobierno mexicano no conectó con la urgencia de la ayuda nacional e internacional. En Valencia esa misma impotencia se vivió desde el día siguiente de la tragedia. La ayuda ofrecida por otras comunidades autonómicas españolas fue rechazada, la entrada en acción de la Unidad Militar de Emergencia tardó en ser solicitada.
Desde el punto de vista humano, las personas que han perdido todo se han quedado sin lo que da identidad, al menos el mundo que conocían: sus calles, sus casas, los lugares de convivencialidad que ahora están bajo las aguas.
Con todo esto en cuenta, la indignación social está a flor de piel. Como en 1985 en México, la sociedad civil valenciana ha salido a poner el cuerpo en las labores de rescate y ayuda a las víctimas. Se movilizan autónomamente con palas y escobas, abrigan a las víctimas con su solidaridad. Pero su presencia también es un recuerdo de la distancia entre la gente y sus representantes políticos. Felipe VI, Letizia, Pedro Sánchez y Carlos Mazón fueron recibidos al grito de “¡asesinos!” en su visita a la zona cero. Es muy probable que grupos de ultraderecha estuvieran infiltrados en esta acción, pero el descontento es mayúsculo y la desafección política planea sobre Valencia.
Los insultos y el lanzamiento de lodo a las autoridades recuerdan justamente que no se puede vivir en la retórica política como si se estuviera en campaña electoral eternamente, algo muy común tanto en Valencia como en Cataluña o Madrid. Los cálculos políticos en caso de emergencias sólo pueden acarrear costos en vidas humanas.
*Sociólogo.
Taula per Mèxic