Es bien conocida y muy comentada la trilogía sobre Benito Mussolini que ha escrito Antonio Scurati. El primer libro es M: El hijo del siglo, publicado en 2018. Cubre el tramo inicial del ascenso, entre 1919 y 1924, del líder político italiano. Un aspecto destacable de la atrayente narración es la manera de tratar los hechos históricos y el entorno político y social entonces vigente y rápidamente cambiante. Un relato ágil que gira siempre alrededor de los personajes, sean del propio bando –el del fascio combatiente–, de la fragmentada oposición socialista indecisa para lanzarse a la revolución y de los políticos del gobierno en turno.
En M se recogen las particularidades políticas y sociales de Italia en la primera posguerra. Lo relevante es el relato y la pauta es el análisis de los vericuetos de los propósitos políticos, los avances y los retrocesos, así como las pausas estratégicas. Se trata de las figuras de relevancia o de personajes laterales que aparecen de modo reiterado y cuya interrelación va configurando progresivamente las claves del análisis histórico y, también, de la eficaz literatura de Scurati.
Uno de los soportes de la narración tiene que ver con la relación que hay entre el talento, en este caso de M, y los ideales que se persiguen. Esta es una condición inamovible de la acción política. Ningún movimiento político dura para siempre; ningún régimen político es eterno, aunque así pueda parecerlo a quienes viven bajo su dominio. La épica tiene distintas formas de manifestarse e irremediablemente llega a un fin y muta en otra cosa, que en muchos casos es algo diametralmente opuesto, lo ordinario.
En el texto de Scurati destaca notablemente la técnica narrativa; la consideración general de los hechos; el rico complemento de relatos sobre situaciones particulares, cuestiones personales, en algunos casos íntimas y detalles oportunos. Lo mismo ocurre con la selección de los personajes principales y secundarios y su apreciación pertinente y precisa. Puede tratarse de una personalidad reconocida como el poeta y comandante Gabriele D’Annunzio, con quien Mussolini mantuvo una relación estrecha, hasta la traición final. Pueden ser una diversidad de personajes que capturan momentos decisivos de los acontecimientos que se narran.
Scurati señala: “La grandeza de un hombre estriba en ser un puente, no un propósito”, y que en el “hombre se puede admirar incluso que su condición sea la del ocaso”. Al respecto no deben eludirse un par de cuestiones derivadas directamente de esto: ¿qué hay del otro lado del puente? Por otro lado, ¿cuándo y cómo llega el ocaso?
Cumple Scurati con una de sus afirmaciones en el curso de la narración al advertir que solemos “desertar de la historia y nos conformamos con la noticia”. Eso ocurre ostensiblemente mientras se viven los procesos políticos, sobre todo los que son agitados y marcan cambios relevantes en la sociedad. Luego, más pronto que tarde, la noticia se hace vieja y queda incólume la historia. En todo caso, el poder con todo degenera.
Es irremediable pensar a partir de M en un tratamiento de ese mismo orden histórico y literario aplicado al caso del obradorismo en México. Eso permitiría adentrarse en las líneas finas de un largo proceso de conformación de un movimiento social y político que cambió las condiciones que estuvieron vigentes en el país durante varias décadas. Es por eso mismo un proceso controvertido. Haría posible ir más allá de la fuerte personalidad del líder y, así, apreciar los entresijos del poder y a los personajes que posibilitaron ese cambio, sea con convicción, con intereses propios o con artimañas.
En todo caso, cabe recordar lo que asentó Simone Weil en un texto de 1937: “Todos los absurdos que hacen que la historia se parezca a un largo delirio tienen su raíz en un absurdo esencial: la naturaleza del poder”. Apuntaba que la necesidad de que haya un poder es tangible, pero que la atribución del poder es arbitraria. Sin embargo, no debe aparecer como arbitraria, pues de ser así, el poder se acabaría. “El prestigio, es decir, la ilusión, está así en el corazón mismo del poder. Todo poder recae sobre la relación entre actividades humanas; pero un poder, para ser estable, debe aparecer como algo absoluto, intangible para aquellos que lo ejercen y para quienes le están sometidos”. Remata Weil advirtiendo que hay que “elegir entre la anarquía que acompaña a los poderes débiles y las guerras de todo tipo que suscita el prurito del prestigio.”
Por otra parte, Schopenhauer sostenía que la naturaleza humana hace que queramos siempre tener la razón; más allá de la relación que esto tenga con la verdad o la objetividad. Se trata de imponer las ideas y las formas de pensar. Para tratarlo, escribió El arte de tener razón, donde sistematizó el asunto planteando 38 estratagemas; a la letra, una serie de astucias, ardides y bajezas usadas para proponer, discutir, argumentar e imponer las ideas propias. La relación complicada entre política y verdad es un asunto crucial de la configuración y el ejercicio del poder. El líder político, sobre todo si está en el poder, siempre pretende tener la razón, hasta abatir al contrario. La cuestión fue tratada expresamente por Hannah Arendt.