Vaya con la ilusión utópica del título de este artículo. ¿Más allá de las confusiones? ¿Cómo si ellas no fueran lo nuestro? ¿Cómo ir más allá del hábitat opaco y sí, confuso, que tan afanosamente nos construimos?
Aparte de su metafísica ineludible, la consigna de inicio debe asumir que hacer cabeza en esto de confundirnos, confundir, confundirse, ha tocado al gobierno anterior y, por desgracia, también al actual. Y aquí sí que estamos en problemas.
En nombre del voto mayoritario, el gobierno del segundo piso pretende erigir el culto a un “nuevo dios”, deidad de la verdad democrática y absoluta. Y bien apoyado por la voluntad mayoritaria; la voluntad del pueblo. Qué mayor prueba se puede pedir en estos tiempos posmodernos y de neoliberalismos sometidos por dicha voluntad, salvo en los asuntos de moneda y crédito decretados monopolio del poder hacendario.
El llamado a civilizar la política, alejarla de cualquier barrunto de violencia o disrupción, en un ayer no muy lejano estaba en el centro de cualquier propuesta progresista democrática. Hoy está arrinconado por los tiempos del desorden mental que indefectiblemente llevan a la confusión, los malos entendidos y el enojo.
Mientras, los datos sobre ejecuciones y muertes siguen su aterradora y cotidiana marcha hacia la desprotección generalizada de personas y comunidades hasta llevarlas a estados de sitio o excepción que, por lo visto en Sinaloa, no pocos parecen querer volverlos “estados de hecho”, en palabras de José Woldenberg, del todo contrarios a nuestra arcana aspiración de contar con un Estado de derecho.
La anomia se abre paso en prácticamente todos los horizontes, acompañada de una irracional negación de la realidad por parte de quienes mandan y tienen el poder. El remolino no nos alevanta, como en el corrido, nos arrastra hacia sótanos de enconos e incertidumbres.
La prisa es otra de las variables que encabezan nuestro infausto hit parade, y se ha expresado con fuerza y miopía inauditas. La peor de las compañías, si de lo que se trata es de contar con una mejor democracia y un Estado capaz de protegernos, así como de promover un desempeño económico que sea satisfactorio y de aliento para la sociedad en su conjunto y sirva para desatar potencialidades productivas que muchos todavía imaginamos tener con nosotros.
El litigio desatado inconstitucionalmente por los gobiernos, anterior y actual, ha puesto en la picota un sistema de procuración y administración de justicia que, sin duda, requería de algo más que una “mano de gato”, pero de ninguna manera su demolición orquestada nada menos que por los otros dos poderes que dan cuerpo a la república.
Hoy, esta república anda sola y obligada a navegar por mares tormentosos donde los poderes del mundo disputan una hegemonía que nos ha puesto sin más al borde de una guerra generalizada y, para qué ocultarlo, con “colmillos atómicos”. Y en estos escenarios veremos colapsar formaciones político-jurídicas y decaer sistemas económicos, de producción, consumo y distribución que todavía hoy muchos pretenden ver como un orden eficaz para la vida humana y su reproducción.
Por ello tenemos que insistir: la defensa de la república es, tiene que ser, la defensa y promoción del derecho y la búsqueda de justicia en todo y para todos.
Lo que con muchas dificultades podía ofrecer el orden jurídico hoy devastado y que el supuesto nuevo orden de la enésima transformación no puede siquiera balbucir, no digamos construir desde las cenizas del edificio que quieren reducir a cenizas.
Y como la vida y el show tienen que seguir, ahí vienen el presupuesto y la innegable realidad y perspectiva de una crisis fiscal que, pronto, puede devenir debacle financiera y postración económica. Y sin jueces a que acudir en pos de algún consuelo, alivio, aliento.