Otra vez, como sucedió en las anteriores parlamentarias en 2020, la fragmentada oposición, que comparte sólo el anhelo de integrarse cuanto antes a la Unión Europea, se niega a reconocer los resultados, todos sus diputados renunciaron a formar parte de la nueva composición del Legislativo unicameral de Georgia y exigen repetir la votación bajo supervisión internacional.
Y, también otra vez, Sueño Georgiano hace caso omiso de las acusaciones de que cometió fraude y está listo para formar gobierno, pese al boicot de la oposición, cuya demanda principal no va a prosperar, sobre todo después de que la Comisión Central Electoral concluyó el recuento parcial en 12 por ciento de las casillas, elegidas por sorteo, que incluyó 14 por ciento de las boletas, y ratificó el triunfo del oficialismo con cerca de 54 por ciento de los votos depositados, lo que se traduce en una bancada mayoritaria de 89 legisladores.
Sin embargo, Sueño Georgiano no alcanzó la mayoría calificada de tres cuartos de los diputados, 113 del total de 150, por lo cual no podrá modificar la Constitución.
Fundado por el magnate Bidzina Ivanishvili, que amasó su fortuna en Rusia, se ha dado en creer que Sueño Georgiano es una formación pro rusa, sobre todo por la deriva autoritaria de su gobierno y por haber copiado leyes restrictivas rusas, pero sí recurrió a la alquimia electoral –alterando cerca de 14 por ciento de los sufragios, sostienen expertos que estiman que su electorado real no sobrepasa 40 por ciento– lo hizo no para abortar la adhesión de Georgia a la Unión Europea, sino para derrotar a la oposición a cualquier precio, incluso enemistándose con Bruselas.
Pragmático como es, Ivanishvili, quien mueve los hilos del poder en Georgia, apuesta por una lenta negociación con el bloque europeo para retomar la vía de la integración, sin enfadar a Rusia, país con el cual Georgia rompió relaciones diplomáticas cuando el Kremlin empleó su fuerza militar para facilitar la independencia de las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del sur.