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Santiago I. Flores, el orillero

29 de octubre de 2024 00:01

El ingeniero químico y escritor Santiago I. Flores tuvo la desgracia de descubrir a los cuatro años que Santa Claus no existe.

Eso, pese a que desde muy pequeño conoció al Papa Noel en Sears Insurgentes, tanto al grandote que se encontraba en el escaparate de la tienda y emitía escandalosas carcajadas dignas de una mala película de terror, como al que estaba adentro y atendía las peticiones de los niños. Quizás de ahí le viene lo incrédulo.

Es la oveja negra de una familia de clase media ultracatólica, al que mandaron al colegio de monjas porque querían que siguiera la ruta de la virtud. Para desgracia de su parentela, se hizo comunista. Fue expulsado de tres escuelas religiosas.

Alegre viejito que sigue inmerso en la lucha de clases y el antimilitarismo, que piensa que Madero es más nombre de una calle que un héroe patrio, que reivindica a magonistas y zapatistas, es conocido por la crudeza de su lenguaje y su descarnada ironía. A los cuatro años, su papá lo puso en la ventana en la colonia San Rafael, con el letrero: “Soy un lépero”. Tenía razón.

Lector compulsivo, apasionado de la historia como otros miembros de su generación militante (Paco Ignacio Taibo II, Armando Bartra, Jorge Belarmino Fernández, Martín Reyes), acaba de publicar un nuevo libro sobre sus ancestros, en el Coahuila de los siglos XIX y comienzos del XX: ¡Mientes, Encarnación Galindo! La obra confirma que no hay modo más hermoso de difundir un embuste que escribir una novela. Es un relato en que se entrecruzan muchísimos engaños con algunas verdades, como vivió su niñez a raíz del divorcio de sus papás.

La novela tuvo como materia prima una caja llena de papeles y fotografías familiares que le donó su hermana, entre los que se encontraban actas de nacimiento y documentos bautismales. Acostumbrado a que cuando mete a alguien en su lista negra ya no lo saca de allí, y decidido a cobrárselas, la novela desmenuza las horrendas mentiras propaladas por tías, acompañándolas de personajes como Praxédis Guerrero, Felipe Ángeles o el racista y xenófobo Benjamín Argumedo.

Santiago fue uno de los 260 representantes del Consejo Nacional de Huelga del movimiento estudiantil de 1968. Integrante del Grupo Cultural Voltaire y participante en las movilizaciones contra la guerra en Vietnam, estudió en la Facultad de Química. Autodidacto, perdió en dos ocasiones el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, de José Revueltas, que le vendió Ángel Verdugo, dirigente de los mamelucos, lo sedujo El capital por sus razonamientos matemáticos, se apasionó con la historia de Indochina y, aunque nunca tuvo el Libro rojo, de Mao Tse-tug, leyó sus Obras completas en cuatro tomos.

Tenía 22 años cuando se salvó de ser aprehendido porque el Ejército entró a Ciudad Universitaria, pero no de resultar herido, el 2 de octubre, por una esquirla de bala calibre .50 que entró en la rodilla y navegó por el ligamento, de la que conserva una cicatriz. Del edificio Chihuahua lo llevaron al Hospital Rubén Leñero de la Cruz Verde, donde personal médico lo protegió. Le hicieron la prueba de la parafina y lo interrogaron. Un doctor le confió que no lo curaban para que no lo apresaran. Lo trasladaron a urología, mientras le aplicaban antibióticos. Una hermana consiguió que lo rescataran y, después de madrearlo y amenazarlo, lo operaron.

Convaleciente, leyó el Ulises, de James Joyce, y vio en la televisión cuando los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos levantaron el puño con un guante negro al recibir sus medallas olímpicas. Emocionado, se dijo: “Apenas empieza la cosa”.

El 10 de junio de 1971 participó en el contingente del CCH Naucalpan. Santiago recuerda: “Los halcones entraron con pancartas que disfrazaban las varas kendo, otros con rifles. Pensé que estábamos acorralados, sin escape. Con un miedo terrible no sabía qué hacer. Un chavo gritó “¡por aquí!”, señalando la caseta de entrada a los campos deportivos. Corrimos hacia ella. Los chavos treparon de un salto y con un giro cayeron del otro lado. A mí me costó más trabajo. Cinco tomamos un taxi. Nos dejó en Paseo de la Reforma”.

El 12 de julio de 1972 salió el primer número del periódico La Causa del Pueblo (que 21 edidiones después se convirtió en Trabajadores en Lucha). Él fue parte de su directorio. Tenía un Renault 8, con el motor atrás y cajuela adelante. Distraído, al ir a recoger la publicación a la imprenta y estacionarse, se echó en reversa a menos 5 kilómetros por hora con tan mala suerte que rompió el panel del motor al vehículo.

Logró que allí cerca de lo repararan el mismo día; ya entrada la noche, fue a entregar el rotativo a la reunión de coordinación en la calle Atlixco de la Ciudad de México. Salió se subió al carro, metió reversa y, otra vez, destrozó el panel del auto. Taibo II lo bautizó como Rompecoches.

El Rompe dio clases en la prepa 8 y trabajó en la mecanización y computación de Pemex. Orgulloso profesor del CCH Naucalpan desde la primera generación de estas escuelas, impartió 40 horas de clases a la semana, participó en la fundación del SPAUNAM y organizó sindicatos independientes con la Cooperativa de Cine Marginal en Xalostoc y en el gremio mueblero. Hizo amistad con Raúl Montalvo y Yamilé Paz Paredes y conoció y siguió de cerca a Enrique González Rojo. Enfrentó a los porros universitarios.

Cuando la derrota de la insurgencia sindical y los electricistas democráticos de Rafael Galván cerraron muchas puertas, Santiago consiguió una beca para estudiar en Inglaterra. Se convirtió así en doctor en ingeniería de procesos. Desde entonces ha sido el mismo de siempre. Crítico, informado, enamorado de la historia y autor de varios libros, como es un orillero, comunista, mal hablado e irónico, enemigo de la mentira y los mentirosos. ¡Mientes, Encarnación Galindo! resume su vocación y trayectoria.

@lhan55



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