Autora de Arrangements in Blue, libro de memorias inspirado en Joni Mitchell, Amy Key se sumergió en un capítulo menos conocido del catálogo de la cantautora canadiense: describe que ésta nunca fue más libre que en sus años de grabación con el sello Asylum.
Los comentarios en primera persona de la autora sirven para el anuncio de que sale al mercado Joni Mitchell Archives, Vol. 4: The Asylum Years (1976-1980).
“Para ser una superfán, no he sido muy diligente con el catálogo de Joni Mitchell (que abarca 19 álbumes de estudio grabados a lo largo de 39 años, varios en vivo y un volumen cada vez mayor de recopilatorios).
Mi relación con su música comienza con Clouds (1969) y hasta hace poco, salvo algunas pistas al azar, terminó con Hejira (1976). De alguna manera, esta reducción de su obra ha sido intencional.
Tal vez la gran cantidad de sus discos podría diluir la potencia de los que amaba, o tal vez Joni iría a lugares a los que no podría seguirla, como encontrar algo en un enamoramiento que es un profundo asco y le resultaría difícil dejar ir. Esto sucedió una vez que me paré por primera vez en la habitación de alguien con quien estaba obsesionada, pero era tan fétida y estaba tan desordenada que el deseo que había sentido se evaporó de inmediato. Y para ser honesta, le pondría un bloqueo mental a un álbum porque es infame por presentar a Joni con la cara pintada de negro como su alter ego art nouveau
en la portada. Yo era una cobarde que no quería complicar mi relación con su música.
Viaje salvaje
The Asylum Albums (1976-1980), cuatro discos que hizo con el sello Asylum, han sido remasterizados y presentados en una caja.
Abre con su octavo álbum de estudio, la misteriosa, sexy e inquieta Hejira, seguida por la curiosamente libre Don Juan’s Reckless Daughter; luego Mingus, tributo experimental y colaboración con Charles Mingus, y termina con su doble álbum en vivo de 1980, Shadows and Light. Documentan un viaje salvaje de su estilo musical.
Durante las últimas semanas los he escuchado exclusivamente, empujándome más allá de mi amor prexistente por Hejira, que se ha convertido en mi selección nocturna, disco al que recurro en busca de compañía cuando mi vulnerabilidad está ansiosa por una banda sonora. En esas noches toco Coyote, Amelia y Hejira una y otra vez, y cuando hay reuniones en mi departamento, le pido a mi amigo Richard –que tiene una hermosa voz de contratenor– que me cante Amelia mientras vemos un video de YouTube con fotos de Joni y Amelia Earhart en montaje. Cuando termina, le solicito que la cante de nuevo, lo cual hace, y perdemos a nuestros amigos, que se sienten menos cómodos con la melancolía.
Hejira es un extraño álbum. Los arreglos, el fuzz y los ritmos en bucle del bajo y la guitarra recuerdan que estamos atados a la tierra y levantaremos polvo síquico mientras viajamos; en otros lugares se superponen con la voz flexible de Joni, que se abalanza y se eleva en vuelo. Oscila entre la tierra y el cielo, siempre en movimiento. Sigue siendo el más destacado para mí entre estos cuatro discos, siempre en mi canon personal de arte que interroga y valora la experiencia de una mujer sola. Aunque no he llegado a amar sus dos álbumes siguientes, Don Juan’s Restless Daughter y Mingus, he estado agradecida de pasar tiempo con ellos, si bien las canciones de estas placas son menos pegajosas para mi oído, y sigo intrigada por ellas, respetando la escala de su ambición.
Hizo lo que quiso: arte antes que ventas. Abandonó la comodidad de su reputación para ser una estudiante musical de jazz y Charles Mingus
, y llegó a algo totalmente único, aunque no comercialmente viable. Esta toma de riesgos creativos me vigoriza.
El último disco de la caja, su álbum en vivo Shadows and Light, tiene canciones de la década de los 70 Woodstock y representa 10 años de composición. Si escucharas sus composiciones cronológicamente, tendrías la impresión de una artista transformada, pero oírlas interpretadas fuera de secuencia, con el jazz de patas de gato de The Dry Cleaner From Des Moines seguido del autoconocimiento reflexivo y resignado de Amelia, de alguna manera tiene mucho sentido.
A medida que he ido escuchando cada álbum, me he encontrado leyendo las letras como lo haría con una colección de poemas. Anoto las líneas que me atraen, encuentro motivos, patrones, incongruencias. Me pregunto ¿de qué trata esta canción?, ¿cómo se conecta con la anterior, con el disco anterior? Esa es la indagación a que invita la obra de Joni, en la que cada tema existe en sus propios términos, tiene su propia coherencia interna, pero a medida que se superponen en la mente comienzan a transformarse, a ampliar sus límites, a volverse más extraños y expansivos.
Joni vuelve a los mismos temas y expresiones una y otra vez, jugando con su propia iconografía. Dirigiéndose a su amante en la canción Coyote.
Sweet Sucker Dance trajo a la mente The Last Time I Saw Richard, donde el cinismo y el deseo romántico luchan por el dominio; Amelia y Paprika Plains reflexionan en el terreno sombrío del desierto y la pradera.
A lo largo de sus años en Asylum, Joni se vuelve más impredecible en términos musicales (escuchando Don Juan’s Restless Daughter y Mingus, a veces me encuentro preparada para lo que podría hacer a continuación; estos discos están llenos de desvíos de improvisación), mantiene una fidelidad a su tema principal, que he llegado a entender como incertidumbre. ¿Debería irse o quedarse? ¿Puede ser libre si los demás no lo son? ¿Debería perseguir causas nobles o ceder a sus deseos? Quizá por eso me ha resultado tan conmovedor escuchar estos discos.
Hejira es la más estable, pero incluso en esas canciones crea una sensación de ceder, rítmica y sonoramente, cayendo sobre sí misma como si tratara de caminar sobre una playa de arena fina. Las cualidades musicales coinciden con las líricas. Están en equilibrio.
Me doy cuenta de que he caído en la trampa de construir una relación con estos discos basada en mi nexo con Blue, como la forma en que un amigo conocido a través de otro se ata a la primera amistad, una persona vista a través de otra persona, hasta que esa amistad madura y se convierte en relación única. Escucho el largo eco de Blue a lo largo de los cuatro discos, su ambivalencia lírica y su impaciencia por seguir adelante y quedarse, las llanuras y los cielos salvajes, las direcciones fluidas, pero en busca del mundo sonoro de Joni.
Si bien no puede deshacerse de su relación emocional e intelectual con la ambivalencia, todavía está viajando por todas partes.
Me encuentro con ganas de seguir su ritmo, de moverme con ella en una nueva década, con ganas de conocer su música más allá de los años de Asylum.”
Joni Mitchell Archives, Vol. 4: The Asylum Years (1976-1980) ya está disponible a través de Rhino.
©The Independent
Traducción Juan José Olivares