A nueve días de las elecciones presidenciales la pulsión de guerra domina e impregna a toda la sociedad estadunidense inmersa en un proceso de decadencia intelectual. Esa pulsión nihilista imperial, como la llama Emmanuel Todd, es impulsada por la “estrategia de tensión” del Estado profundo (deep state) –el gobierno paralelo secreto organizado por los aparatos de seguridad e inteligencia, e integrado por representantes de las principales corporaciones del complejo militar-industrial-financiero-digital que dirige la política exterior y de defensa en EU más allá de las apariencias democráticas–, y podría derivar, a partir de la coyuntura y con independencia de la victoria de Kamala Harris o Donald Trump en los comicios del 5 de noviembre, en un “capitalismo totalitario”, ya que ambas facciones promueven un modelo que, facilitado por la financiarización de la economía, se basa en la extracción de rentas y el empobrecimiento sistemático de la mayoría.
Se trata de un proceso que a comienzos de siglo Sheldon Wolin describió como “totalitarismo invertido”, una forma de dominación donde las instituciones democráticas se mantienen en apariencia, pero están vacías de contenido real, controladas en su totalidad por una élite económica parasitaria. Un capitalismo rapaz donde la política se convierte en una farsa y los derechos democráticos son abolidos, y que, según advirtió Karl Polanyi en La gran transformación (1944), conduce a la “demolición de la sociedad” en el marco de un capitalismo y un sistema político mafiosos.
Como señaló Maciek Wisniewski en La Jornada, existe una línea de continuidad imperial, no de ruptura, entre las administraciones del “fascista” Trump (como lo llamó Kamala Harris en un acto de campaña) y Joe Biden, cuya política exterior, al gusto de la extrema derecha y del neoconservadurismo estadunidense y promotora de los regímenes protofascistas de Ucrania e Israel, está en camino de poner al mundo más cerca de la tercera guerra mundial de lo que jamás haya estado el convicto magnate neoyorquino.
En ese contexto, Chris Hedges advierte que hay una “guerra civil” en ciernes dentro del capitalismo plutocrático, entre diferentes facciones de una élite económica-financiera que drena recursos de la sociedad para concentrarlos en pocas manos, con Harris como rostro visible del “poder corporativo” del ramo manufacturero y agrícola, que necesita estabilidad y un gobierno tecnocrático, pero que cuenta, también, con el aval de BlackRock, Vanguard y State Street, quienes controlan una vasta porción de la economía mundial, y de figuras claves de la tecnología y las finanzas, como Reid Hoffman, creador de LinkedIn y consejero de Microsoft, Roger Altman, ex funcionario de Lehman Brothers y actual director del banco Evercore, y Reed Hastings, presidente de Netflix.
A su vez, Trump es descrito como la mascota bufonesca de un “poder oligárquico” proclive a un neofeudalismo, que agrupa al capitalismo de los señores de la guerra y los demagogos de extrema derecha (Johnson, Meloni, Modi, Orban, Le Pen), y que, como las empresas de capital de riesgo que canibalizan la nación (Apollo, Blakstone, Grupo Carlyle) y los multimillonarios Elon Musk, líder de Tesla y SpaceX (que construye una red de satélites espía para Oficina Nacional de Reconocimiento), estrechamente ligado al Pentágono y la CIA, quien ha abogado por desregular aún más el mercado apoyando una visión de Silicon Valley que busca la “destrucción creativa” y mediante America PAC ha gastado más de 75 millones de dólares en la campaña trumpista; Peter Thiel, cofundador de PayPal, Facebook, In-Q-Tel y Palantir, cuyos sistemas policiales predictivos basados en IA usa Israel para vigilar a los palestinos en Cisjordania y Gaza; los magnates del petróleo Timothy Dunn y Harold Hamm, y la israelíestadunidense Miriam Adelson, quien según Open Secrets ha gastado 129 millones de dólares en la campaña del republicano, todos los cuales prosperan en el caos y, como dice Steve Bannon, en la “deconstrucción del Estado administrativo”.
Tal vez sea por ello, que, en sendas cartas, la vicepresidenta y candidata demócrata “progresista” recibió el apoyo de viejos halcones de la guerra del ámbito de la seguridad nacional y el establishment de la política exterior de las administraciones republicanas de Ronald Reagan, George Bush padre e hijo y Trump, entre quienes se encuentran, según señaló James Carden, exasesor de la Comisión Presidencial Bilateral entre EU y Rusia del Departamento de Estado, “criminales de guerra” como el ex vicepresidente Dick Cheney; el ex fiscal general Alberto Gonzáles, quien legalizó la tortura como método de interrogatorio; Eric Edelman, timonel de la Estrategia de Defensa Nacional que pidió aumentar el gasto militar para una guerra en múltiples teatros contra China y Rusia; Michael Hayden, ex director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y el ex embajador en México y primer director de Inteligencia Nacional, John D. Negroponte, uno de los arquitectos de las sangrientas intervenciones estadunidenses en América Latina durante el último cuarto del siglo XX. Asimismo, Harris recibió el apoyo de figuras partidistas como Hillary Clinton; Victoria Nuland, notoria por su involucramiento en el golpe de Estado en Ucrania en 2014 y en la posterior guerra proxy de Biden para desestabilizar a Rusia; el ex embajador de EU en Rusia, Michael McFaul, y los ex directores de la CIA, Leon Panetta y John Brennan, quien también fue secretario de Defensa de Barack Obama.
Como señala Carden, el temor de que vuelva Trump a la Casa Blanca hace que progresistas, liberales y la élite militarista que ha llevado a sangrientas guerras e intervenciones en el orbe, se unan para conservar y defender los supuestos “valores” que les quieren arrebatar, como si el republicano no tuviera los mismos impulsos imperiales que han dominado la política de EU en los dos últimos siglos. De allí que, como apunta Hedges, ninguno de los dos candidatos es democrático y usan cuestiones como el derecho a las armas o al aborto para distraer al público de la guerra civil dentro de la élite capitalista; ambas fórmulas canalizan el dinero hacia las manos de la plutocracia, ya que se trata de crear un mundo de amos y siervos, de élites oligárquicas y corporativas empoderadas y un público desempoderado. Así, con Harris o Trump, el resultado final es el mismo.