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Ciudad perdida

28 de octubre de 2024 12:11

Sería imposible hablar de la transformación del país sin considerar un cambio real, aunque no extremo, de las condiciones del quehacer político y económico del país, es decir, la evolución de la sociedad en su conjunto.

Y para que eso –el cambio– sea cierto, se requiere establecer nuevos o renovados polos de poder, y ahora, después del fracaso sonado y peligroso del neoliberalismo, más que nunca el intento de poner en manos de la gente las decisiones más importantes para el país no suena disparatado.

Nadie puede negar ahora que los más importantes factores de poder están en crisis. Lo mismos los partidos políticos que algunos organismos encargados de ejercerlo, como la Suprema Corte de Justicia de la Nación o los llamados componentes de la hegemonía fáctica.

Suponer, hasta hace muy poco, que alguien o algo pondría en jaque a las televisoras era algo más que una locura. ¿Quién podría romper el escudo de impunidad que habían logrado quienes, por ejemplo, impusieron a un presidente, incluso por encima de lo que opinaban los partidos políticos?

¿Cómo cobrar impuestos a quienes favorecían día con día las corrupciones del régimen?

Podríamos decir que la vida dio un vuelco y los factores fácticos de poder perdieron casi toda su fuerza luego del fracaso innegable de sus personeros.

El poder se concentró, durante más de tres décadas, en algunos representantes de la iniciativa privada, que en nombre de las libertades y la democracia decidían la vida política de México.

Hoy, esos poderes se han venido por tierra. No sólo están cuestionados en su quehacer, sino que tienen que rendir cuentas ante la ley que les reclama sus actividades al margen de ella, de acuerdo con denuncias.

Es decir, están fuera de la política. Hoy dejaron de tener influencia en los partidos, no son más una amenaza para la Presidencia de la República, a la que sometieron a punta de golpes de micrófono y han pasado a ser víctimas de la falacia de su supremacía.

Hoy, la representación de la gente –todos incluidos– está en la Presidenta de México, y hasta ahora las necesidades de la población han sido bien interpretadas, sin que eso tenga que crear escándalos o discordias, pero con la firmeza de quien se sabe bien apoyado. De todas formas, bien vale no soltar las riendas. No se vale volver a exponer a las mayorías a los caprichos de unos cuantos.

De todas formas, es necesario impulsar la transformación en la vida política. Los partidos, ahora inexistentes –Morena no deja de ser un movimiento, y nada más–, deben acompañar los esfuerzos del cambio con ideas que no anuncien nuevos fracasos.

Seguramente desde la Secretaría de Gobernación se habrán de impulsar las nuevas formas que propongan los partidos y hasta se podrán idear caminos que hagan de esos organismos entidades parte de la sociedad.

De pasadita

En unos días más habrá de renovarse la dirigencia de Morena en la Ciudad de México y no se vale que se pretenda imponer a quienes dirijan a ese partido sin el conteo real de la militancia.

Hacer lo que se hizo con Morena a nivel nacional no servirá de mucho en la capital del país, donde el movimiento ha sido severamente cuestionado.

Hay militantes bien preparados para tomar el reto de devolver al movimiento de izquierda la seriedad perdida. Ir a situaciones que ponen en riesgo la confianza que aún se tiene en Morena sería un error imperdonable; por eso, ahora que habrá cambio en la dirigencia, ojalá inteligencia mate caprichos.

 


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