“Desde luego, el problema de la edad impacta la economía del ganadero –agregaba–, pero el abuso no garantiza el interés de las masas por un espectáculo. Habría entonces que modificar gastados criterios de promoción y comercialización de nuestros productos, y como criadores de bravo cerrar filas en torno a la reivindicación del toro en particular y de la fiesta brava en general para, de una vez por todas, extirpar de nuestra tauromaquia la simulación y el incumplimiento de la ley.
“El peligro es ingrediente consustancial al toreo, pero si ese peligro no se siente y no se huele en el tendido, la tauromaquia como arte deja de ser elevado ejercicio del espíritu para convertirse en pobre representación teatral. Para el torero la bravura es más problemática que la mansedumbre, pero ésta, no nos cansaremos de repetirlo, es la negación del arte del toreo y la principal causa de que los públicos se hayan alejado de las plazas. Tal vez como nunca los públicos de toros no entiendan los pormenores de la lidia, pero, como ha ocurrido en todas las épocas, los públicos sienten y deciden, hoy, ante infinidad de opciones de espectáculos.
“El reglamento taurino de la capital tiene aspectos corregibles y mejorables, pero esos ajustes deben ser hechos sin precipitaciones y a partir de un consenso que sepa anteponer el engrandecimiento de la fiesta y el interés general, a los intereses particulares y a los lucimientos fáciles. Si hay que revisar el reglamento taurino, que esa revisión sea a favor del toro de lidia y no de la comodidad de los toreros y las ventajas de los picadores. ¿No será ya tiempo de reducir el largo de la puya y el peso del peto para recuperar el otrora verdadero arte de picar y la apasionante rivalidad en quites?
Lo reitero: sólo con la recuperación de la casta estaremos en posibilidad de rencauzar, todos, el rumbo de la fiesta; de hacer una limpia en las filas de la torería; de atraer nuevamente a un público masivo; de convencer a las autoridades de que la autorregulación no puede prescindir de la ética, y de crear, en los sectores y en los medios, conciencia de que esta es la mejor salida para un espectáculo urgido de repuntar a partir de la única verdad capaz de engrandecerlo: ¡la incomparable verdad del toro bravo!
, concluía hace dos décadas don Adolfo.
Algunos asistentes a la clausura de aquella convención tomaron nota de tan valiosas reflexiones. La mayoría no, con lo que la pasión y el público se han ido alejando mientras el animalismo indiscriminado retoma vuelo ante un falso taurinismo que no quiso comprometerse con la bravura sino con el taurineo comodón de figuras, empresas y crítica. ¿Entenderán los protectores de animales que el toro de lidia es un individuo con nombre y apellido, no una especie más?