El padre Marcelo Pérez Pérez afirmó el pasado 13 de septiembre, cuando con ahínco y valentía participó en la marcha por la paz, en la cual las diócesis de Tapachula, San Cristóbal y Tuxtla Gutiérrez exigieron un alto a la violencia, dar visibilidad a las víctimas y recuperar el territorio para las familias que han sido desplazadas: “No esperemos que nos toque la violencia para que participemos [...]. Si no nos organizamos, si no nos levantamos, el crimen organizado entrará a los pueblos y entonces ya no podríamos sacarlos”.
Nadie se imaginaría que a poco más de un mes, el pasado domingo 20 de octubre, un hombre le arrebataría la vida. El crimen fue, como la inmensa mayoría, despiadado, inhumano, violento y doloroso; lo acribillaron a escasos metros de la iglesia en la que acababa de oficiar misa, a plena luz del día y con feligreses aún saliendo del recinto.
Los disparos asustaron y a la vez alertaron a pobladores, quienes se encontraban cerca, al darse cuenta de quién había sido la víctima, corrieron a auxiliarlo, pero fue en vano. A pesar de que el padre Marcelo logró arrancar su camioneta y hacerla avanzar, alrededor de las 9 de la mañana del pasado domingo, las amenazas que le habían proclamado desde hace nueve años se cumplieron.
De origen tsotsil, el padre Marcelo se convirtió en uno de los primeros sacerdotes indígenas; fue ordenado por su amigo y mentor el cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, en 2022; y aunque se le acusó infamemente en diversas ocasiones de ser el promotor del levantamiento del grupo armado Los Machetes y de la desaparición de 19 personas, las aseveraciones fueron rechazadas de manera rotunda por la comunidad, colaboradores y compañeros de la Iglesia.
Fue bien sabido que desde 2015 se encontraba amenazado; sin embargo, aludió que, a pesar de que su vida podía tener precio, jamás dejaría de luchar y cumplió su promesa, jamás dejó su ministerio, su fe se afianzó en un ideal de paz que no llegó a ver.
Hoy, aun cuando el dolor embarga a Chiapas y la impotencia colma al pueblo de México, su valentía debe convertirse en un pilar que nos impulse a seguir luchando por una cultura de paz, sobre todo ante un país afectado por las constantes violaciones a los derechos humanos, angustiado por la crueldad de las acciones del narcotráfico y dividido ante la cuestionada incapacidad de las instituciones de seguridad.
El padre Marcelo fue, desafortunadamente, siempre consciente de la incomodidad que causaba entre los grupos de poder y las bandas criminales, pero durante más de 20 años se dedicó con ahínco, compromiso y lealtad a defender los derechos humanos, a buscar detener la violencia y a ser mediador y promotor de la paz; durante su funeral uno de los catequistas mencionó: “Lo mataron por haber denunciado las injusticias en los pueblos, por haber alzado la voz por la violencia perpetrada por el crimen organizado y por el Estado mexicano, por denunciar los desplazamientos forzados y los encarcelamientos injustos y los asesinatos”.
Este crimen se ha convertido en un punto de inflexión, el cual nos recuerda lo sucedido en 2022, cuando asesinaron a los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, en Cerocahui, Chihuahua, lo que nos habla de un incesante tratar de silenciar a quienes han levantado la voz, quienes han sido un ejemplo vivo de compromiso con los más necesitados y quienes han practicado un verdadero amor al prójimo.
No se puede perder de vista que estados del país se encuentran acribillados por el narcotráfico y el crimen; sin embargo, el caso de algunos en particular como Guanajuato, Chiapas, Sinaloa y Guerrero merecen análisis puntuales. No olvidemos que la muerte del padre Marcelo quizá incentive significativamente la cada vez más evidente presencia de confrontaciones que desde 2021 vienen configurándose como una posibilidad que costará miles de vidas.
La indignación ha sido evidente. Instituciones en México, como la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, el Congreso Nacional Indígena y el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas realizaron pronunciamientos que condenaron el abandono en que se encuentra Chiapas y la manera descarada en que el crimen se ha incrustado en la entidad, todo bajo la inacción del Estado.
Pero, además, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas condenó el asesinato, así como la delegación de la Unión Europea, Noruega y Suiza expresaron sus condolencias e instaron a las autoridades a llevar una investigación pronta, exhaustiva y eficaz; en una reunión del Sínodo de la Sinodalidad, el martes 22 se realizó una oración por el espíritu del padre Marcelo; en ésta se encontraba el Papa Francisco, enterado del terrible crimen.
El día 22 también se realizó una misa de cuerpo presente ante unas 3 mil personas, quienes con evidente dolor caminaron por las calles de San Andrés Larráinzar, el pueblo natal del sacerdote. Este día, como una endeble respuesta a la indignación, las autoridades informaron sobre la detención del presunto autor material del crimen.
El tema sobre la situación de Chiapas es amplio, pero hoy basemos nuestra búsqueda de una realidad que parece alejarse cada vez más en las palabras del padre Marcelo: “Lo que busco es la paz para el pueblo. Y la paz es más grande que la muerte, que las amenazas, que la vida”.
*Consultor en temas de seguridad, inteligencia, educación, religión, justicia y política