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Miedos, grosería y guerra

23 de octubre de 2024 00:03

No hace falta ser muy observador. Tampoco convivir largo tiempo con el pueblo estadunidense. Ni recurrir a estudios profundos de la conducta ciudadana y del poder establecido para notar ciertas anomalías continuas. Tan sólo es necesario aguzar un tanto la curiosidad para apresar lo que flota en el ambiente público de la nación vecina del norte. Amenazas, peligros y terrores, conflictos y hasta guerras van y vienen constantemente azuzadas por los medios. Propiciados desde varios orígenes y con frecuencia desde el mismo poder.

La materia de origen o los causantes de tales miedos varían, aunque unos que otros, permanecen o se alternan con regularidad. Todo lo que rodea o sea imaginable como peligro para la propiedad individual y social es estigmatizada de inmediato. Así se erigió el enemigo mayor que pudieron construir tras largos periodos de luchas y temores: el comunismo o los comunistas. La destructiva y agresiva política que definió y usó la lucha contra el terrorismo se forjó de esta manera.

Aunque, de manera relativamente reciente, este envolvente, ya histórico y provocador, ha sido remplazado por el migrante y, con precisión, por el migrante “ilegal”. La desembocadura de ello bien puede ser un muro fronterizo o conjunto de políticas a cual más agresivo. Hay otros muchos motivos (terroristas, traficantes, China, por ejemplo) que se van sucediendo en la cotidianidad de los días o semanas.

Esas ocasiones, propiciadoras de temores, generan, con las frecuentes o sucesivas repeticiones, un mundo espectral que flota en el ánimo colectivo de manera constante. Todos con energía suficiente para inducir acciones. Y seguidamente se transforman en sujeto a neutralizar o, incluso, destruir.

El medio que mejor puede llevar a cabo la tarea, protectora de todos, es el ejército. La policía, agrupada en agencias, puede, eventualmente, reunir los requisitos indispensables para tal tarea. En los últimos tiempos esas mismas agencias que deben velar por la tranquilidad y castigar al infractor se han convertido en entes capaces de abarcadoras conspiraciones, capaces de infundir pánicos ciertos. Hay actores políticos que, en sus afanes de sobresalir y ganar audiencias, se tornan hábiles auspiciadores de temores.

Las campañas electorales son momentos inigualables para hacer aparecer cualquiera de los ya bien cimentados miedos. Sean éstos un país, una organización o hasta un individuo elevado a la categoría de terrorista. Las oleadas de migrantes, sin permisos previos, o con ellos, pero numerosos, capaces de lidiar con cualquier barrera, se convierten en perentorios invasores, peligrosos para la paz y tranquilidad. El magnate Donald Trump ha estado llevando a cabo una inigualable tarea de zapa al respecto.

Lo hizo en el pasado cuando esta misión le acercó la misma presidencia de la república. Estos alebrestados días le permiten repetir con eficacia el mismo rol que lo hizo famoso y hasta necesario para buena parte del electorado. Agitar miedos y presentarse como el enérgico curandero de almas en pena por excelencia es una escenificación que le sale con pasión teatral inigualable.

Para llevarla al culmen de su estelaridad no duda en mentir flagrantemente y procrear escenas extremas de terror: migrantes negros comiéndose indefensas mascotas, por ejemplo. La demagogia electorera desplegada, una y otra vez por Trump, lleva consigo contradicciones y falsedades que, sin embargo, no le causan daño notable entre sus simpatizantes. Pero, a nivel externo, le acarrean rechazos que llegan al desprecio por su persona y por su eventual gobierno.

Las factibles consecuencias de esos irresponsables desplantes, lo convierten en un personaje indeseable y dañino para la imagen de la nación a la que aspira representar. Pero esa será una cuestión adicional con la que habrá de lidiar en caso de que, como parece, pueda encaramarse en ese ambicionado y estelar puesto.

Para su rival demócrata, Kamala Harris, parece cuesta arriba adoptar el rol de protectora social ante peligros y temores acendrados. La feminidad es una característica que poco aporta contra esos extremos casos. Sí lo puede hacer, en cambio, para los matices y las calidades en las conductas de variada índole que no impliquen armas o penas. Sin embargo y muy a pesar de haber entrado tarde a la contienda, Harris ha logrado presentarse como una muy aceptable opción ante los votantes. No ha requerido apelar a tragedias inminentes para convertirse en aceptable opción.

En el actual empate, que repetidamente se reporta y califica, lleva aunque sea la pequeña ventaja por delante. Será, sin duda alguna, mucho mejor presidenta que su grosero rival. Ojalá y el vetusto y complicado proceso electivo estadunidense pueda esta vez funcionar para bien de la vida organizada de ese amedrentado país. No se menosprecia, sino se urge que, en adelante, el voto popular mayoritario sea, en efecto, el que dirima el triunfo.



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