Todo verdadero gobierno de izquierda debe llevar como objetivos dos tareas centrales: acotar al capital (poder económico) limitando su voracidad, y empoderar a la sociedad (poder social o ciudadano), es decir, a comunidades, cooperativas, sindicatos, organizaciones civiles, uniones de profesionistas, etcétera.
Con ello se logra aminorar o eliminar la tremenda explotación que una minoría de minorías efectúa sobre el resto. Hoy, los datos que nos dan Oxfam Internacional y el Laboratorio de la Desigualdad de París, fundado y dirigido por Thomas Piketty, es que vivimos en la peor desigualdad de toda la historia. El otro acto de justicia que debe realizar un gobierno de izquierda es la explotación que esa misma minoría realiza sobre la naturaleza y que de manera similar hoy alcanza su peor situación. La contaminación de aires, suelos, cuerpos de agua y océanos; la extinción de especies de flora y fauna (biodiversidad), y especialmente la crisis climática de escala global por la contaminación industrial de la atmósfera. El capitalismo actúa entonces como un mecanismo de doble injusticia: social y ambiental.
Los mexicanos vivimos actualmente en un extraño país, pues en la enorme mayoría de las naciones nada de esto se reconoce y, por el contrario, se oculta, niega o desvanece. Y para ello utilizan las democracias (electorales, formales o representativas) como fórmula de adormecimiento. Casi todos los partidos políticos, el Ejecutivo y el Legislativo operan como reforzadores de esa situación, pero especialmente el sector judicial. Con una presidenta que además de izquierda es feminista, científica y ambientalista, los mexicanos somos políticamente privilegiados, pues contamos con un régimen asegurado de progreso verdadero, una utopía que se realiza de manera serena. Ello fue el resultado de las acciones de un estratega político fuera de serie: Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
AMLO se adelanta a su tiempo y por ello es difícil de entender e imposible de definir, calificar o encasillar. Cualquier adversario pierde de inmediato ante la inmensidad de su pensamiento y su capacidad para llevarlo a la práctica. AMLO puso en acción una filosofía que además fue ajustando y enriqueciendo a lo largo del tiempo, y que está plasmada en los 20 libros escritos y publicados entre 1986 y 2024 (¡Gracias!), y que en realidad es una “no ideología”. En dos de ellos desarrolla explícitamente buena parte de sus tesis: Fundamentos para una república amorosa y El humanismo mexicano (2022), y en un tercero adopta la Economía moral.
Su filosofía combina, taoísmo, budismo, cristianismo, y quizás Cábala (misticismo judío) junto al “buen vivir” del “México profundo”, todo ello circunscrito a un marco conceptual: la historia de México y Mesoamérica. Es impresionante cómo logró convencer a los votantes del 2 de junio de 2024, incrementar los votos en 6 millones, logrando lo que pedía: la mayoría de las cámaras de diputados y senadores. ¿Un acto de magia?
La idea de una “república amorosa” me parece que se adelanta décadas, si no es que siglos, que inaugura una época del “fin de las ideologías” y en la que la única batalla válida es y será la “lucha por la vida”. Sólo conociendo e involucrándose con los fenómenos maravillosos de la naturaleza, aprendiendo de sus lecciones y comprendiendo las relaciones que las primeras sociedades humanas tuvieron con ella, lograremos salir de la crisis en la que nos tiene sumidos la civilización industrial. Afortunadamente, día con día, más ciudadanos y sus familias adoptan lo anterior. Hoy somos ya varios millones.
Sin embargo, la filosofía de AMLO padece de una enorme carencia, de una ausencia gigantesca. Por alguna razón que es necesario investigar y descubrir, AMLO desechó el ambientalismo y lo rechazó reiteradamente bajo la idea equivocada de que todo era una manipulación política. Todo ello y a pesar de que los auténticos ambientalistas de la nación le apoyamos desde siempre. Se olvidó de los 168 ambientalistas mexicanos asesinados y nunca jamás proununció la frase “cambio climático”.
Por lo hasta aquí analizado, considero que Claudia Sheinbaum está obligada a corregir en su “segundo piso” dos asuntos. Primero, volcarse a fortalecer el poder social, pues en el sexenio anterior sólo tres programas lo efectuaron: Sembrando Vida (Secretaría del Bienestar), Escuelas del Campo (Secretaría de Agricultura) y Educación para el Bienestar (Secretaría de Educación). Y segundo, aplicar una potente política ambiental en plena colaboración con las numerosas organizaciones, movimientos y resistencias de defensa ambiental y ecológica.