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Economía institucional: breve nota

21 de octubre de 2024 00:03

Son pocos los que pueden, como lo hace Marx, expresar con solo un escueto enunciado el sentido de una situación compleja con la que ilustra toda una concepción de un fenómeno social. Con ello abre de par en par un amplio ventanal para asomarse a la configuración de las relaciones sociales de producción y a la llamada superestructura que se levanta sobre ellas. Una parte relevante de la misma corresponde al orden institucional prevaleciente en cada época.

Dice Marx en su texto Trabajo asalariado y capital, de 1849: “Un negro es un negro. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina de hilar algodón. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en capital”.

Es a partir de esa relación elemental, compuesta por dichas “determinadas circunstancias”, que se configura un modo de producción, es decir, el entrelazamiento de las fuerzas productivas con las relaciones sociales de producción. Cada época edifica las instituciones que requiere para conformarse, reproducirse y persistir. Esas instituciones se adaptan constantemente a su evolución, hasta llegar a un límite que impulsa una transformación. El estudio de las instituciones se desprende y articula con un determinado entorno productivo, financiero, laboral y tecnológico sobre el cual se forma y funciona el sistema político y su sustento ideológico.

Otra idea seminal sobre el asunto del cimiento del desarrollo de las instituciones es el famoso planteamiento de Adam Smith, hecho en los primeros capítulos de La riqueza de las naciones, de 1776. Ahí asienta de manera contundente que: “No es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por la consideración de sus propios intereses”. Y añado aquí de manera un poco brusca: lo demás es cosa de la mano invisible. El caso es que sobre ese mecanismo de intercambio sustentado en el interés individual y egoísta de quien vende y quien compra se levanta un cierto orden institucional que lo mantiene. De esta manera se hace posible constituir un muy complicado sistema de mercado basado en los precios. Y sobre la teoría de los mercados se ha escrito muy abundantemente.

Basten en esta nota las dos limitadas pero fecundas referencias para pasar a una consideración, muy corta también, de la moderna economía institucional. Ésta corre por sus propias vías que, me parece, tienden a bifurcarse considerablemente de lo anteriormente señalado. Las ideas vinculadas con lo que hoy se denomina economía institucional se desarrollaron en una vertiente, digamos que bajo la formalidad dictada por las pautas académicas, en la década de 1990. Fue entonces cuando se enfatizó la relevancia del entorno de las instituciones sociales en el proceso de desarrollo económico.

En esta línea de pensamiento ha habido varios receptores del Premio Nobel de Economía. En 1991 lo recibió Ronald Coase, un economista interesante de estudiar, aunque hoy se le menciona poco, que trabajó en torno al concepto y las consecuencias de los costos sociales. Según la Academia Sueca, mereció el premio por “descubrir y clarificar el significado de los costos de transacción y de los derechos de propiedad para la estructura institucional y el funcionamiento de la economía”. Douglass North lo obtuvo en 1993 por “haber renovado la investigación de la historia económica aplicando la teoría y los métodos cuantitativos para explicar el cambio económico e institucional”. Elinor Ostrom y Oliver Williamson lo recibieron en 2009 por su análisis de la gobernanza económica, ella especialmente por el tema de los “bienes comunes” y él por estudiar las fronteras de la empresa. El premio se otorgó en 2024 a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson “por sus estudios de cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad”. Su trabajo se ha descrito de modo sucinto partiendo de una base en la historia del colonialismo y las diferentes maneras en que las experiencias nacionales han conformado las instituciones, tales como la protección de los derechos de propiedad, o bien el modo en que se toman las decisiones políticas.

Como puede advertirse, el campo de la “economía institucional”, que se refiere precisamente a la comprensión de las instituciones sociales, su vinculación con las relaciones sociales y sus repercusiones en el funcionamiento de una economía, es amplio y controvertido. Parafraseando a J. F. Kennedy, se ha dicho que: “Ahora somos todos economistas institucionales”. Siempre hay modas. Esta línea de trabajo se suma a la llamada “economía evolutiva”, que propone que el proceso económico evoluciona y está determinado tanto por los individuos como por la sociedad en su conjunto”; en una primera instancia se asocia con el economista estadunidense Thorstein Veblen. La cuestión se ha ido conformando de modo un tanto deshilvanado y se ha descrito de modo genérico como el “enfoque en los cambios que ocurren en el proceso material de producción, distribución y consumo y en las instituciones sociales que rodean esos procesos”.

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