Lo ha verbalizado esta semana el ministro de Exteriores luxemburgués, Xavier Bettel, pero era un secreto a voces: “Ya nadie nos escucha”. El también ex primer ministro del pequeño ducado europeo fue contundente tras una frustrante reunión de ministros de la Unión Europea (UE) en la que lograron acordar por los pelos una inocua e insignificante declaración para criticar, muy levemente, los ataques del ejército israelí contra los cascos azules de la ONU en Líbano. Ni una violación tan flagrante del derecho internacional genera consenso.
Merece la pena rescatar las frases de un Bettel que supo captar la esencia del momento. “En la UE somos 500 millones, pero en la escena internacional no somos más que confeti”, lamentó. “Entre Estados Unidos, China y Asia, ya casi nadie nos escucha”, añadió. “Muchos de nuestros conciudadanos tienen preguntas y nosotros no tenemos respuestas”, concluyó.
¿Cómo se ha convertido Europa en un chiste en la arena internacional? Esta misma semana encontramos algunas respuestas. Para muestra, tres botones. Para empezar, la ausencia total de una política común, coherente y legible ante el genocidio que Israel está perpetrando en Gaza y la extensión de sus ataques a Líbano.
Por no ponerse de acuerdo, no se han puesto de acuerdo ni la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ni el hasta ahora vicepresidente y responsable de la Acción Exterior, Josep Borrell, que ha puesto cierto contrapunto –insuficiente, a todas luces– a la adhesión inquebrantable de Von der Leyen a cualquier cosa que provenga de Tel Aviv. Ay, los complejos alemanes.
Segundo botón: Ucrania. Las ayudas prometidas a Ucrania no se acaban de cumplir y el escenario parece acercarse a un bloqueo del que sólo se podría salir mediante la negociación. No parece realista pensar que nadie pueda ganar esa guerra de forma absoluta. No es, en realidad, una mala noticia.
Es posible que para Europa sea la mejor posible, pero en vez de levantar esa bandera, opta por un silencio incómodo que no hace sino revelar la tutela exterior de la UE: ocurrirá una cosa u otra en función del resultado de las elecciones estadunidenses. Así de crudo. Nadie va a mover un dedo hasta que se aclare quién ocupará el despacho oval.
La irrisoria posición europea, especialmente la alemana, ha vuelto a quedar de manifiesto en el segundo aniversario del mayor acto de sabotaje realizado en las últimas décadas. Hablamos de la destrucción de los gasoductos Nord Stream, que drenaban gas ruso a la locomotora alemana a través del mar Báltico. Es el crimen que nadie parece querer investigar, lo cual ya resulta elocuente.
Sin ser concluyentes, las pocas investigaciones periodísticas realizadas y las informaciones filtradas, lejos de apuntar a Moscú, señalan a Kiev, Varsovia e incluso Washington, principal beneficiaria de la destrucción de los gasoductos. Pero nadie en Europa parece querer pedir explicaciones, por si acaso.
Tercer botón. Si no intentan salvar parte de su pretendida inspiración humanista en Oriente Medio ni buscan una paz justa en Ucrania, ¿a qué se dedican los responsables de Exteriores de la UE? A replegarse sobre sí misma, a encerrarse en sus laberintos y sellar sus fronteras ante lo que millones de europeos sienten estúpidamente como la mayor amenaza a sus vidas: la migración.
Italia ha estrenado esta semana los centros de internamiento para migrantes en Albania. En Bruselas los llaman pomposamente return hubs, pero es difícil no acordarse de una cárcel al ver las imágenes. A cambio de sacos llenos de euros, Italia externaliza así sus fronteras y expulsa por la vía rápida a los migrantes en situación administrativa irregular. El primer desembarco ha sido un rotundo fracaso, porque un juez decretó ayer que debían ser devueltos a Italia, al considerar que sus países de origen, Egipto y Bangladesh, no podían considerarse seguros en plenitud.
Pero pese al contratiempo, la primera ministra ultraderechista de Italia, Georgia Meloni, ya ha triunfado. Los centros de internamiento de migrantes en terceros países, rechazados por ilegales en 2018 por la propia Comisión Europea, son ahora la iniciativa de moda en Bruselas, abrazada sin demasiado disimulo por la propia Von der Leyen, que en su día se opuso.
Pero no sólo es Italia. Es también Polonia, a la que el resto de socios europeos ha permitido esta semana suspender el derecho al asilo, y son también los 15 países de la UE –más de la mitad– que ya en mayo pidieron seguir la estela del proyecto italiano, entonces todavía contestado. Muchos de ellos son además países bálticos y del Este de Europa con cifras irrisorias de población extranjera.
De hecho, no es que no reciban apenas a gente, es que pierden población local, en un declive demográfico en algunos casos impactante. El naufragio es cósmico, porque en países de emigrantes, miles de personas sienten que su mayor problema son los inmigrantes.
Es cierto, como señala Bettel, que Europa no tiene respuestas, pero eso sería perdonable si al menos se acertara en las preguntas.