El 1º de enero de 1994, hacia las 9 de la mañana, Gianni Proiettis se disponía a desayunar con su esposa, Maribel Rotondo. La pareja residía desde hacía ocho meses en San Cristóbal de las Casas y Gianni se desempeñaba de docente de italiano y francés en la Universidad Autónoma de Chiapas. Era, además, un periodista consumado, colaborador de radios militantes y periódicos italianos. La pareja rentaba una modesta casita, pero habían decidido disipar sus ahorros y festejar la Nochevieja en un hotel de lujo.
Cuando Gianni levantó el teléfono, la respuesta fue tan improbable como perentoria:
–No hay servicio.
–¿Cómo que no hay servicio?
–No. Estalló la revolución. En la cocina no hay nadie; el personal se fue a su casa.
Gianni pensó en una broma, pero su instinto de reportero le dijo otra cosa. Se vistió de prisa y, acompañado por la inseparable Maribel, caminó ocho cuadras hasta el parque central, donde fue testigo de uno de los acontecimientos centrales de fin de siglo en México. Aunque nadie impedía el tránsito de peatones y vehículos, milicianos con paliacate, armados de machete y escopetas, patrullaban la plaza, Gianni se fijó en uno de los pocos guerrilleros que portaban una metralleta.
–¿Quiénes son ustedes?
–Somos el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Exigimos la renuncia del gobierno federal y la formación de un nuevo gobierno de transición que convoque a elecciones libres para agosto. Pedimos que se resuelvan las principales demandas de los campesinos de Chiapas: pan, salud, autonomía y paz. Nos hemos estado preparando desde hace 10 años; no somos un movimiento improvisado.
–¿Estás al mando?
–No –contestó–. Hay una dirección colectiva.
–¿Te puedo hacer una entrevista?
–Sí, pero tengo que pedir permiso.
–De acuerdo.
El enmascarado, quien pronto se daría a conocer como subcomandante Marcos, se dirigió al palacio municipal, donde sesionaba el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General, integrado por indígenas tseltales, tsotsiles, tojolabales, mames y choles. Subió la escalera rápidamente y al entrar a una sala mal iluminada, se quitó el pasamontañas, sin darse cuenta de que Proiettis se encontraba justo detrás de él.
–Te dije que me esperaras abajo –gruñó.
–No entendí bien –farfulló Proiettis.
Los comandantes indígenas regañaron a Marcos por la imprudencia, pero le autorizaron platicar con el periodista italiano y la entrevista se llevó a cabo en el jardín, enfrente del palacio municipal, con el ruido constante de los aviones del Ejército Mexicano que sobrevolaban el área.
Así es como se gestó la primera entrevista a un dirigente zapatista. Proiettis la redactó a mano, en un bloque de notas y la dictó desde un teléfono público al periódico L’Unità, el único que le tomó la llamada. El rotativo romano la publicó el 3 de enero y el semanario Proceso la tradujo al español en seguida.
Durante los 18 años siguientes, Gianni Proiettis se entregó en cuerpo y alma a la causa zapatista. A partir de febrero de aquel ya lejano 1994, fue corresponsal del periódico Il Manifesto documentando con pasión, pero también con profesionalismo impecable, lo que sucedía en Chiapas: las conversaciones de paz, las consultas, la guerra de baja intensidad, Acteal, las traiciones del gobierno…
El 10 de diciembre de 2010, en Cancún, Quintana Roo, se celebró la reunión de la Conferencia de Cambio Climático de la ONU (COP16). Al llegar el entonces presidente Felipe Calderón, la multitud rugió: “¡Espurio!” Entre los presentes se encontraba Gianni. Seis días después, el 16 de diciembre, hacia las 10:30 de la mañana, fue secuestrado a unos 50 metros de su casa en San Cristóbal por tres personas y subido a un auto. Ese mismo día lo llevaron a Tuxtla Gutiérrez, a la unidad de atención de narcomenudeo de la procuraduría del estado. Aproximadamente a las 10 de la noche le ofrecieron disculpas y lo dejaron libre.
Pero el Estado no perdona. El viernes 15 de abril de 2011, temprano en la mañana, Gianni acudió a las oficinas de Instituto Nacional de Migración para renovar sus papeles migratorios. A las 7 de la noche estaba en un avión con rumbo a Madrid, desde donde lo trasladaron a Roma. Le habían aplicado el artículo 33, sin darle la oportunidad de defenderse, sin permitirle avisar a su esposa –ambas gravísimas violaciones a sus derechos humanos– y sin más motivación que una absurda acusación de “ejercer una profesión distinta a la que estaba autorizado”.
Gianni no tenía nada qué hacer en Italia, lejos de México, su patria de adopción. Se mudó a Perú, la tierra de Maribel. Residía en el Valle Sagrado de los Incas, había abierto una pizzería y recorría los Andes en una Royal Enfield, la mítica moto inglesa. Seguía escribiendo y publicando en La Jornada y en la Agencia Latinoamericana de Información. Mi última comunicación con él es de principios de septiembre del año pasado. No me contestó, pero no me preocupé porque siempre se tardaba. Anteayer me llegó la terrible noticia: Gianni falleció el 25 de septiembre de 2023 de una peritonitis aguda, sin haber regresado a su querido México. Desde aquí va un abrazo a Maribel.
*Historiador italiano