La violencia contra personas no combatientes está documentada no sólo en el caso de las víctimas palestinas y libanesas, sino también en los constantes ataques a los trabajadores de Naciones Unidas. Debe recordarse que en el año transcurrido desde el inicio de la invasión de Gaza, Israel ha asesinado a más personal de la ONU del que ha fallecido en cualquier guerra, incluidas algunas de mucha mayor duración que la ofensiva en curso de Tel Aviv. Las agresiones deliberadas contra el organismo se han recrudecido a raíz de la incursión terrestre en Líbano, donde las tropas israelíes han disparado repetida y deliberadamente
contra las posiciones de la fuerza de paz desplegada en ese país (Finul), con un saldo de cinco cascos azules heridos. El fin de semana, dos tanques de Tel Aviv irrumpieron en instalaciones de ese agrupamiento de paz, realizaron disparos y permanecieron allí alrededor de 45 minutos, según denunció el propio cuerpo. El primer ministro Benjamin Netanyahu ha exigido el retiro del contingente para llevar a cabo sus asaltos sin ningún obstáculo y ha dicho que al permanecer en sus posiciones los cascos azules se convierten en escudos humanos
, es decir, que no titubea en matarlos con tal de alcanzar sus objetivos. En esta insania, el gobierno ultraderechista ha declarado persona non grata al jefe de la ONU, António Guterres, por denunciar la matanza de sus colaboradores.
El que las tropas de Israel irrumpen en instalaciones de la ONU y disparan dentro de ellas, mientras su jefe de gobierno amenaza al organismo, lo saben los mayores patrocinadores del régimen de Netanyahu, quienes firmaron una declaración conjunta en la que denuncian los ataques sufridos por el contingente en el sur libanés e instan a proteger a los soldados de paz. Pese a que son sus propios nacionales, entre los de otros 35 países, quienes se encuentran bajo el fuego israelí, Alemania, España, Estados Unidos, Francia y Reino Unido mantienen su apoyo a Israel y rehúsan condenar sus crímenes. El caso de Washington es un ejemplo extremo de este doble discurso, pues mientras insiste en que desea la paz, ha entregado a su aliado ayuda militar por 18 mil millones de dólares, ha despachado costosas escuadras navales a proteger a las fuerzas armadas israelíes y a atacar a sus enemigos y, junto con París y Londres, ha bloqueado en el Consejo de Seguridad toda iniciativa que pudiera facilitar el fin del conflicto.
Es alarmante que Washington lleve su alineamiento hasta el punto de renunciar a su función diplomática en Medio Oriente, una región en la que tiene una responsabilidad no sólo por los desastres ocasionados en décadas de intervenciones, sino también por la cantidad de bases militares y tropas que mantiene ahí. Su parcialidad es motivo de un gran descontento entre la comunidad islámica, y ya provocó que Teherán, ante la falta de condiciones, renuncie al diálogo indirecto que sostenía con la superpotencia. Tal parece que Occidente está determinado a contemplar cómo se extiende y prolonga el peor genocidio en lo que va del siglo XXI, sin importarle que ahora la muerte se despliegue sobre Líbano, un integrante de la comunidad internacional que tiene derecho a la protección de su integridad, su soberanía y la vida de sus ciudadanos.