Desde la Revolución Industrial, entre los siglos XVIII y XIX, se han presentado manifestaciones contra el avance de la ciencia. La razón es que los trabajadores pierden empleos o quedan subordinados al movimiento de las máquinas. Como ejemplo tenemos Tiempos modernos, de Charles Chaplin, donde lo único que hace un operador es apretar dos tuercas. Es tan mecánico y enajenante su trabajo que en la calle mantiene los movimientos que realiza sobre la máquina. Su mente no puede liberarse de lo que hace hora tras hora, aun en los momentos de descanso.
La lucha contra la tecnología se ha expresado en la destrucción de herramientas, que se ubica como el problema a resolver para liberar al hombre. En el siglo XVIII, Inglaterra era el país más avanzado y los campesinos se rebelaron contra los cambios al destruir trilladoras para evitar la pérdida de empleos. A principios del siglo XIX, los obreros organizados en el Movimiento Ludita también destruyeron telares industriales y máquinas de hilar, como una forma de protesta contra el desempleo generado por los avances tecnológicos.
Ahora toca el turno a la inteligencia artificial, a la cual se quiere controlar porque se desconocen sus alcances. Se piensa que es algo parecido a la Caja de Pandora, que al abrirse generará grandes males a la humanidad.
Desde el punto de vista de la actividad productiva, muchas actividades que antes realizaba el ser humano ahora se llevan a cabo a través de las computadoras y de la robótica. Este proceso se extiende a todo el ámbito industrial. En consecuencia, se genera un creciente desempleo.
Pero lo que más preocupa es que la inteligencia artificial piense por sí misma
y actúe en contra de la sociedad; es decir, que la creación del hombre se sitúe por encima del creador y le robe el alma, imagen que se ha desarrollado muchas veces a través de la ciencia ficción.
Esta visión apocalíptica parece exagerada, pero pase lo que pase, resulta casi imposible frenar el avance de la ciencia y la tecnología.