Chiapas., El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) emitió este domingo un nuevo comunicado, denominado “Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después. Postfacio. Tercera Parte: ¿Otras opciones? Cuando las palabras no son necesarias”. A continuación el texto íntegro del mismo.
Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después.
Postfacio.
Tercera Parte: ¿Otras opciones? Cuando las palabras no son necesarias.
Sigamos con la asamblea comunitaria. La persona que está a su lado ha declarado ya lo que sabe, así que es su turno. Y entonces:
a). – Usted es medianamente inteligente y entiende que, en esa situación, las palabras son inútiles. Así que empieza a murmurar una tonada musical, y se para de puntas, y abre los brazos como ramas de un árbol aún por imaginar, y empieza a girar y dar saltos, a… a… a ¿danzar? Y la bulla. Y ya le siguen una banda de niñas y niños, con perritos y gatitos incluidos, y empiezan a brincar y a hacer malabares, y, casi sin quererlo, se sincronizan. Y tras que hay una hoguera (porque no hay electricidad y ya la noche arropa el poblado), y entonces el fuego convoca y no destruye. Y, sin proponérselo, la coreografía involuntaria gira alrededor de la hoguera. Y las sombras replican la danza en las personas, en los árboles, la montaña.
Y entonces, al otro día, descubre usted que los niños y niñas le dicen “la que vuela” o “la que baila muy otro”. Y alguien, algún aguafiestas de ésos que nunca faltan, les corrige con un: “se dice bailarina”.
Y en la siguiente asamblea comunitaria, cuando pasan lista para saber si están todos, usted escucha “la bailarina” y se da cuenta de que todas las miradas convergen en usted y, no sin sonrojarse, pero sonriendo, usted dice “presente”.
Claro, la sonrisa no dura mucho porque a continuación agregan: “te toca turno en la hortaliza con la comadre Chepina”.
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b). – Usted no dice nada. Porque, mientras la asamblea ha seguido su curso, usted ha tomado un pedazo de carbón y, sobre una tabla, ha dibujado algo que bien podría ser un retrato de la asamblea. Algo como una panorámica, pero sin celular de última generación, ni sistema operativo capaz, ni IA.
Así que no dice nada, solo levanta la tabla, se la da a quien está a su lado, y se la van pasando entre los asistentes, que murmuran en una lengua incomprensible. Entonces usted apenas se da cuenta de que a su lado hay una niña, de unos 3 o 4 años, que la mira fijamente con curiosidad. Usted hace lo que todos los adultos hacen en una situación incómoda con un infante, y le pregunta “¿cómo te llamas?” La niña no responde, la sigue mirando, pero no con miedo. Usted se desentiende y trata de localizar por dónde anda la tabla con el dibujo panorámico. Piensa incorporarla a su “carpeta” o currículum, porque, una nunca sabe, puede ser que tenga que topar un paradójico Marx que no le quiera pagar por sus diseños y le otorgue, en cambio, un diploma. La niña a su lado ya tiene una tablita y un pedacito de carbón y, entregándoselos, le dice: “mi gatito se perdió”. Usted se desconcierta, pero es medianamente inteligente y supone que la niña quiere que usted le dibuje algo así como un cartel de búsqueda, así que le pregunta “¿Y cómo es tu gatito?”. La niña sonríe porque se da cuenta de que usted ha entendido lo principal y le detalla: “Mi perrito tiene su ojo amarillo”.
Lo que sigue es un toma y daca que no lleva a ninguna parte: “pero habías dicho que era un gatito”. “Es lo mismo”. “No, no es lo mismo, una cosa son los gatos y otra los perros”. “Es”. “No es”. La niña, sin proponérselo, le da a usted una lección de inclusión y le aclara: “Es que es un gato-perro. Pero no cualquiera. Mi gato-perro tiene su ojo amarillo. Así”, y la niña entrecierra sus ojos para que usted entienda que está poniendo los ojos de color amarillo.
Como ya perdió de vista su panorámica con “Sistema Operativo La Migaja. Versión 7 a la N potencia”, empieza a dibujar al animalito siguiendo las instrucciones de la niña, que lo mismo gesticula colores, que corrige las patas, el cuerpo, la cola y la cara. Cuando ya termina, usted se da cuenta de que, en efecto, su dibujo bien podría ser de un perro… o de un gato… o de un gato-perro. La niña mira con aprobación el dibujo, pero usted sabe que lo que le falta al cartel de búsqueda son datos, así que pregunta “¿y dónde se perdió?” La niña ríe mientras le dice “Acaso se perdió. Ya me encontró. Es que no te apuras rápido con la foto”. Se va la niña con un animalito en los brazos que, sí, bien podría ser un perro o un gato… o ambos.
Al día siguiente, hay una rueda de niñas y niños demandando que les dibujen sus animalitos. Un niño, con una playera en la que se lee “Comando Palomitas”, describe un cerdito pinto, un cuchito pues, y quiere una “foto” ahorita que está pequeño, porque luego crece y ya no va a querer jugar. Así que usted está dibujando animalitos, no pocos que han sido soñados, y, entre el cuchicheo, usted escucha que alguien dice “pues dile a la que mira”. Otro aguafiestas corregirá a su tiempo: “se dice pintora”.
Antes de la asamblea, llega un grupo de jovencitas que pide que les haga un dibujo que identifique a su equipo de futbol, porque se hacen bolas cuando juegan contra otros equipos y siempre pierden. Usted pide el nombre del equipo y la más jovencita le dice convencida: “Las Perdedoras”. Usted entiende la lógica: necesitan algo que las identifique como partes del todo, o sea del equipo. Un logo o imagen corporativa, no se acuerda cómo se dice. Al rato, cuando pasan lista de asistentes, usted no duda en decir “presente” cuando dicen “la pintora”.
Aunque luego piensa “maldita sea mi suerte”, cuando le dicen que le toca turno en tapiscar la milpa.
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c). – Usted es parte de un grupo musical. Bueno, era parte. De aquellos modernos sintetizadores, mezcladoras, instrumentos electrónicos, efectos especiales y potentes bocinas octafónicas, ya no quedan ni los cables. Se ha sentado junto a sus compinches y, nerviosos, se miran entre sí cuando se dan cuenta de que, en las presentaciones, ya casi llega su turno. No saben qué hacer. Pero, bendito sea Dios, usted ya vio que “la crew” (el equipo de apoyo, pues), también naufragó y fue a parar a ese lugar extraño. No necesita ni una palabra. El equipo de apoyo ya ha previsto la catástrofe y aparece con una guitarra rota, con algo parecido a cabellos de cola de caballo como cuerdas; un viejo tambo que, en otros tiempos, tal vez sirvió como contenedor de gasolina, petróleo o gasóleo; y un par de latas vacías y abolladas de conocido refresco de cola.
Usted es medianamente inteligente, así que entiende que no les queda sino improvisar. Cuando llega su turno, uno agarra la guitarra -aunque está más desafinada que su abuela, que diosito la tenga en su santa gloria-, y solo; otro se coloca la silla frente al tambo como tambor; uno más saca un peine (¿a quién se le ocurre rescatar un peine en una catástrofe?), y con una envoltura de dulce, empieza a ¿afinar? Allá alguien metió piedritas en las latas. Y que se arrancan con La del moño colorado (ocasión que el capitán aprovecha para escabullirse, aterrado, de la reunión). En unos instantes, la asamblea está bailando y pidiendo “otra, otra”. Ustedes se sonríen entre sí con complicidad, como diciéndose “ya la libramos”. El encanto se rompe cuando les dicen “les toca ayudar a bajar el motor del 3 toneladas gris”.
Al otro día escuchan que dicen “los compañeros musicales que se presenten en el taller para adaptar el motor del 3 toneladas rojo al trapiche”. Caminan resignados y uno de ustedes pregunta “¿pero qué no era gris?” Instintivamente, empiezan a tararear Todo Cambia, de Julio Numhauser Navarro y así saludan a Mercedes Sosa, y llegan hasta el autodenominado “taller mecánico”. Quedan mudos cuando ven al monarca con cara de pocos amigos y blandiendo, impaciente, una llave perica del tamaño de un cráneo humano. En una grabadorita, accionada desde una bicicleta con dinamo, montada sobre una estructura de madera, Mario Benedetti se contesta que “cantamos porque suena el río y cuando suena el río, suena el río”, y viceversa.
A lo lejos, se alcanza a ver una gigantesca y acuosa serpiente marrón, que latiguea la línea del horizonte. Y, justo en ese momento, en la grabadorita todos los panteones buscan a Oscar Chávez en Macondo. Dos niñas pequeñas ensayan sus mejores pasos porque habrá encuentro y, por lo tanto, habrá baile y cumbias.
Y en la cumbia, sentenció alguna vez el finado SupGaleano, están el todo y las partes.
Continuará…
Desde ídem.