“Empecé a trabajar en el archivo que tiene Julio Solórzano en Guatemala. Ahí he encontrado otro poemario inédito, muchas cartas, muchos artículos, muchos guiones de la revista feminista Fem, y también muchos de los guiones de sus programas de radio que no se grabaron en Radio UNAM. Recopilé sus artículos sobre literatura de mujeres y sobre arte.”
–Sí, Alaíde Foppa fue muy buena crítica de arte. Competía con Raquel Tibol y Teresa del Conde, y sobre todo con Luis Cardoza y Aragón, uno de los grandes refugiados guatemaltecos al lado del cuentista Tito Monterroso.
–Es muy emocionante conocer todo su archivo, porque también hay copias de muchas cartas que ella escribió. Alaíde tiene varias a Josefina Vicens, porque hizo todo un análisis de El libro vacío, y promovió mucha esa novela que Octavio Paz elogió. También el archivo tiene correspondencia íntima con Miguel Ángel Asturias y con el presidente Arévalo, padre de Julio, su hijo mayor.
–Diana, sentí cariño por los dos hermanos Solórzano, Carlos, casado con Beatriz, la hija mayor de Alfonso Caso, y Alfonso, esposo de Alaíde y padre de sus tres hijos.
–Elena, hay muchísimo material de Alaíde aún por descubrir. Muchos de sus cuadernos todavía están guardados. He leído algunos y hay partes que me cuesta trabajo descifrar porque escribía muy rápido. También sus manuscritos contienen poemas inéditos, además del poemario Memorias y transfiguraciones que se publicó. Encontré cinco capítulos de una novela que trata de una mujer que quiere divorciarse y plantea su separación; supongo que tiene mucho qué ver con su realidad en ese momento. Encontré cuatro cuentos, pero están en italiano. Entiendo que ella empezó escribiendo en italiano, porque es su lengua materna.
–Alaíde hacía traducción simultánea del italiano para la embajada de ese país en México, y traducía entrevistas y conferencias. Cuando vino Alberto Moravia con su esposa, la feminista Dacia Maraini, la embajada de Italia organizó conferencias en el Instituto Italiano de Cultura en la calle de Francisco Sosa, en Coyoacán, y ofreció cenas en las que Alaíde fue la anfitriona. Llevaba toda la conversación. Ella resultó fundamental en la visita a México de Moravia; llevó la batuta de sus conferencias en el Instituto Cultural Italiano y estableció horarios de actos públicos y conferencias de prensa. Toda la agenda de Moravia fue responsabilidad de Alaíde.
Le cuento a Diana del Ángel que Elsa Morante, la primera mujer de Moravia, me marcó antes que la feminista Dacia Maraini, quien era mucho más joven que él. Elsa Morante quiso ir a la cárcel preventiva, o Palacio Negro de Lecumberri, y me llamó mucho la atención acompañarla, porque al entrar tuvo que quitarse varios suéteres superpuestos, además de una chamarra; en total cuatro prendas. Elsa tenía miedo al frío bajo el resplandeciente sol mexicano.
Habló con gran respeto con varios presos y me di cuenta de las similitudes entre el idioma italiano y el español. Puso mucha atención en la crujía de los homosexuales e hizo preguntas que yo no pude responder. Quiso conocer las celdas de castigo, que son como jaulas, y preguntó por la cocina. Le llamó la atención que Lecumberri oliera a pan, porque en ese año un preso responsable de la cocina hacía los bolillos más crujientes que he probado en mi vida.
Quizás Elsa Morante quería escribir un texto sobre las condiciones de vida de los presos en México; nunca supe si lo hizo.
–Cuando se habló de los desaparecidos en Latinoamérica (entonces todavía no había la cantidad que dejó la guerrilla), ya se hablaba de la solidaridad de la poeta desaparecida, Alaíde Foppa. Yo estudié en la preparatoria 4 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la que está en Tacubaya.
“Un maestro nos habló de Alaíde y nos leyó el poema ‘Mujer’, ya publicado. A partir de esa lectura me interesó mucho, pero no era fácil conseguir su obra. No pude leer más que lo que encontré en Internet y en la biblioteca de la facultad donde estudié. Ahí hallé una antología suya: Viento en primavera.”
–Fue una maestra muy querida en la Facultad de Filosofía y Letras.
–Ni en la UNAM ni en la Biblioteca Nacional están sus obras, pero en la Facultad de Filosofía y Letras sólo hallé ese ejemplar de Viento y primavera. En la Biblioteca Central no hay nada. El mecanoescrito suyo que encontré estaba en la biblioteca de Antonio Castro Leal; no he hallado referencia de si Alaíde lo conocía o eran amigos; supongo que sí, ¿no?
–Seguro lo conoció, Diana. Además, todos los perseguidos de América Latina se refugiaban en la casa de Alaíde, en la esquina de la calle de Francia, en la colonia Florida, porque ella y su marido, Alfonso Solórzano, eran un polo de atracción, y la pareja era muy generosa. Gracias a ellos pude entrevistar a Miguel Ángel Asturias y a Mario Monteforte Toledo.
–Imagino que ella le dio el mecanoescrito a Antonio Castro Leal esperando un dictamen o una opinión crítica. No sé si él le habrá contestado, pero lo guardó y es muy seguro que él lo haya mandado a encuadernar.
“En un principio pensé que era una edición casera o artesanal, pero después me di cuenta que en ninguno de los textos que hablan sobre Alaíde lo mencionan, y que tampoco hay uno en otra biblioteca. Entonces comprobé que todo era original en el sentido de que todo estaba escrito en hojas tipo papel cebolla, que son las que ella usaba.
“Por eso busqué a Julio –su hijo mayor– para poder publicarlo y él estuvo de acuerdo.”
–Marta Lamas también podría tener material de Alaíde, así como el archivo de la revista Fem.
–Marta Lamas le dio todo a sus hijos, y sólo conservó su memoria en el corazón.
–Diana, recuerdo que quienes deben haber sabido muchísimo son los Giménez Cacho, muy amigos y anfitriones de Alaíde algunos fines de semana. También recuerdo la reacción de Luis Cardoza y Aragón, crítico de arte, quien se pegó en la cabeza y gritó: ¡No es posible!
, al oír la noticia. Esa desaparición le afectó mucho. Como él, Alaíde era crítica de arte en el suplemento cultural del diario Novedades, aunque sentí que Cardoza y Aragón tenía un poco la tendencia a sentirse superior a ella, pero esa actitud la perdió de inmediato cuando Alaíde desapareció.
“A Alaíde la quise de inmediato, porque era entrañable, y su desaparición noqueó no sólo a Marta Lamas, sino a toda la UNAM y a las que participábamos en Fem.”