“La monarquía hispánica sacó a los pueblos precolombinos de la antropofagia, la esclavitud, los sacrificios humanos y la prehistoria tecnológica”. Éste era uno de los extractos de la proposición de ley que Vox presentó en el Congreso español en 2021 para homenajear la figura de Hernán Cortés al cumplirse 500 años de la Conquista de México, que pretendía también obligar al gobierno mexicano a garantizar el adecentamiento de su sepulcro. Una iniciativa que, en cierta medida, respondía al nuevo reclamo del ex presidente Andrés Manuel López Obrador para que las autoridades españolas pidieran perdón por la Conquista de México.
La globalización neoliberal ha generado una fuerte crisis de legitimidad del Estado-nación que ha entreabierto la caja de Pandora de las neurosis identitarias, hábilmente explotadas por los autoritarismos reaccionarios. Tales fuerzas utilizan la guerra de los mitos e identidades que la uniformidad mercantil estimula para vehicular un discurso excluyente a favor de una comunidad nacional imaginada.
Para ello, se urge a defender una “cruzada” por la búsqueda imaginaria de los orígenes, del arraigo y las pertenencias; recuperar los orígenes míticos del imperio español en un momento en que nos encontramos ante una auténtica vuelta de los discursos y constructos ideológicos coloniales enmarcados en un nuevo reparto del mundo.
En este sentido, el combate por la historia juega un papel fundamental en la neurosis identitaria que atraviesa a la extrema derecha en general y a la española en particular. Más aún desde el proceso independentista en Cataluña y las manifestaciones antirracistas y anticoloniales después del movimiento internacional que se generó por el asesinato de George Floyd en Estados Unidos y que dieron lugar a una revuelta iconoclasta contra estatuas de militares, colonizadores y esclavistas.
Los ataques iconoclastas supusieron una revisión y reflexión pública sobre el legado histórico de la colonización, el racismo y el esclavismo, que obtuvo la airada respuesta de las élites y partidos de extrema derecha que acusaban a los manifestantes de vándalos y de intentar borrar la historia.
Una airada respuesta en defensa de la figura de esclavistas y conquistadores que obviaba, casualmente, cualquier mención a las víctimas del racismo y del colonialismo. Uno de los principales portavoces de Vox, Jorge Buxadé, llegó a calificar de “muy graves” las imágenes de “la barbarie y la turba”, refiriéndose a los ataques contra estatuas de personajes históricos como Colón, defendiendo que España tiene mucho que celebrar y nada de qué arrepentirse.
Un revisionismo reaccionario del colonialismo impulsado por Vox, que reúne en su propuesta mitos agregadores del franquismo con métodos discursivos neoconservadores, impulsado, no desde historiadores, sino desde propagandísticas que no parten de preguntas, sino de seguridades o de presunciones que proporcionan certidumbres graníticas.
De esta forma, Vox recupera el pasado imperial español como una forma de reafirmar un orgullo nacional herido, incorporando la lógica reaccionaria trumpista de “Hagamos España grande de nuevo”, en la que la conquista de América, a partir de la toma de Granada y el final de la “reconquista”, cumple un papel fundamental en la recuperación y revisión del supuesto pasado glorioso del imperio español.
Un revisionismo histórico que parte desde el victimismo del supuesto “antiespañolismo” de la leyenda negra sobre el imperio español, que campa por todo el mundo desde la Edad Moderna hasta nuestros días. No es casual que el libro Imperiofobia y leyenda negra (Siruela), de María Elvira Roca Barea, sea uno de los mayores bestseller españoles de la década reciente.
Desde entonces, Vox ha convertido el enaltecimiento de la figura de Cortés y de la Conquista de México en un elemento destacado de su defensa de una imagen imperial de España ligada con la “espada y la cruz”. En este sentido, la Asociación Católica de Propagandistas (entidad asociada a la universidad CEU San Pablo), ha llenado las marquesinas de ciudades de toda España con carteles de grandes dimensiones con el lema “Ni genocidas ni esclavistas, fueron héroes y santos”.
Una campaña orquestada unas semanas después de que México decidió no invitar a Felipe VI a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum y en los días previos a la celebración del 12 de octubre. Una auténtica guerra cultural característica de la ola reaccionaria global, en la que el combate por la historia se convierte en un elemento fundamental de la ofensiva reaccionaria.
Porque cuando los oprimidos, las clases populares y todas aquellas personas que sufren discriminación derriban estatuas y cuestionan el legado colonial, no están borrando la historia, sino todo lo contrario, permiten que veamos una parte de la historia y del presente con más claridad. Mientras, los privilegiados y sus sicarios de la extrema derecha, cuando revisan la historia, intentan volver a encerrarnos en la jaula de la dominación colonial.
Se está librando una auténtica guerra cultural que no tiene nada de pasado y mucho de futuro, en la que la memoria democrática decolonial aparece como una potente herramienta para, como decía Walter Benjamin, encender en el pasado la chispa de la esperanza en el presente.