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Guerrero: ¿dónde está la gobernadora?

09 de octubre de 2024 00:04

Tomás nació en un jacal con piso de tierra y techo de hojas de palma en la Sierra de Guerrero. La partera del pueblo auxilió en la labor de un parto que, acompañado del humo del copal y el aroma de cortezas de encinos y pinos, fue rápido y sin contratiempos.

El primer temor de la madre al percatarse de que el bebé nació hombre fue que La Maña se lo llevara, como sucedió con dos de sus primos, tres de sus tíos y varios muchachos del mismo poblado, quienes, víctimas de la pobreza, de la guerra sucia, de una supuesta “guerra contra el narco” que encendió aún más la violencia, y de la vulnerabilidad que las carencias provocan, fueron reclutados bajo la promesa de una vida que, aunque corta, estaría –les dijeron– llena de los placeres que la plata por soltar plomo ofrece en un estado en que durante décadas la violencia se ampara en el contubernio entre autoridades locales con el crimen.

A mediados de la década de 2000, siendo Félix Salgado Macedonio –padre de la actual gobernadora de Guerrero– alcalde de Acapulco, puerto turístico donde a partir de su desarrollo durante el crecimiento económico de México en la década de 1950 el reparto de la riqueza fue inequitativo y los beneficios alcanzaron sólo a unos cuantos, los síntomas de la pobreza causaron una escalada en la criminalidad y violencia en un territorio que se disputaban Los Zetas y el cártel de Sinaloa, que, ante el incremento de medidas tomadas por la agencia antidrogas estadunidense (DEA, por sus siglas en inglés) para combatir el tráfico de drogas a Estados Unidos por el mar Caribe y el Golfo de México, trazaron rutas por el Pacífico y encontraron en el puerto el lugar ideal para llevar a cabo sus operaciones.

Al hacerlo encontraron también a una población olvidada y marginada a la que fácilmente reclutaron. Como un cáncer, la violencia criminal se extendió de Acapulco a zonas rurales del estado.

Los resultados de operativos efectuados por las autoridades dieron con el abatimiento o captura de líderes de grupos de la delincuencia, lo que causó la fragmentación de grupos en células delictivas que dejaron de dedicarse exclusivamente al narcotráfico para encontrar en la comisión de otros delitos, como el secuestro, la extorsión o el robo, la manera de generar ingresos al tiempo en que construyeron a través del sadismo una narrativa de terror que fue sembrada en las siete regiones de Guerrero.

El olvido centenario con el pueblo de Guerrero por sus autoridades, la distribución inequitativa de la riqueza, además del contubernio entre funcionarios y La Maña agravaron problemas sociales y el aumento de una pobreza que lleva a los jovenes a acudir a la única posible y aparente salida a su precariedad: responder al llamado a ser reclutados por el crimen, lo que conduce también e irremediablemente al aumento de la violencia y de sus víctimas.

La Maña busca como posibles sicarios o halcones a muchachos jóvenes, hombres reclutados en escuelas bajo promesas de dinero e impunidad, de pertenecer a un grupo de poder, tener una “escuadra” fajada en la cintura y poder conducir una camioneta con códigos y estrobos por caminos de terracería; a no tener espacio suficiente en los bolsillos del pantalón para guardar los rollos de fajos de billetes obtenidos a través de acciones criminales que exacerban una masculinidad dominante que reta al gobierno a través de la violencia impune.

Una aparente revancha al enemigo centenario que empobreció al pueblo a costa de su miseria; una venganza al conquistador, al violador, al cacique, al uniformado, al opresor, al piloto de los vuelos de la muerte, al asesino de Lucio Cabañas. Revancha que no lo es, y que beneficia a los mismos intereses de la opresión que empobrece pueblos y enriquece a truhanes.

Los jóvenes convertidos en sicarios o halcones no son los únicos reclutados por la delincuencia. En Guerrero la actividad criminal y con ella la violencia forman parte de un mecanismo de control social que no podría darse sin la intervención de autoridades. El crimen organizado recluta en sus filas a políticos, designa candidatos con quienes administra la violencia para sus intereses comunes. Asesina a quienes se salen del huacal o a quienes se niegan a entrar en él.

El domingo pasado, a seis días de haber rendido protesta, fue decapitado Alejandro Arcos, presidente municipal de Chilpancingo. Una historia muy distinta a la de su antecesora, Norma Otilia Hernández, quien desayunaba con el líder de un grupo criminal.

En Guerrero parece no existir un enfrentamiento entre autoridades locales con el crimen organizado, sino una contienda que se da entre grupos criminales coludidos con las autoridades contra organizaciones que no cuentan con ese apoyo. Una lucha violenta por el poder a través de controlar territorios. Y la gran pregunta: ¿dónde está la gobernadora?



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