Franja de Gaza., En octubre del año pasado, Israel principió el mayor bombardeo de su historia sobre Gaza y la puso bajo sitio, después de que Hamas atacó el sur de Israel, donde mató a mil 200 personas y tomó 251 rehenes, según cálculos israelíes.
Desde entonces, el bombardeo de Gaza ha dado muerte a casi 42 mil personas, en su mayoría mujeres y niños, de acuerdo con el ministerio palestino de salud. Se cree que otros 10 mil están sepultados bajo los escombros y un número desconocido han sido llevados a cárceles israelíes. Partes enteras de la franja han sido arrasadas.
The Independent habló con personas dentro de Gaza acerca de lo que han tenido que pasar durante el año anterior.
“Perdí a 11 personas de mi familia”
Ziad Abdul-Dayem, de 55 años, es paramédico y chofer de ambulancia. En noviembre pasó 12 horas cavando entre los escombros, tratando de rescatar a casi una docena de miembros de su familia que perecieron en un ataque aéreo israelí. Cada día y noche arriesga la vida para sacar sobrevivientes de edificios colapsados.
Pocos minutos después de que Ziad había dejado a su hijo en la casa donde se albergaban, recibió una llamada de emergencia en su radio: la zona había sido bombardeada.
Su hijo, médico también, había terminado un turno agotador en un hospital de la ciudad de Gaza, atendiendo a gran cantidad de heridos de la ofensiva israelí. Ziad, cuya familia había sido desplazada del norte de la franja, lo había llevado para que descansara en un departamento del campo de refugiados de Jabalia. La familia extendida se hospedaba allí temporalmente. Como Ziad estaba en la ambulancia más cercana al sitio del bombardeo, tenía el trabajo de intentar rescatar sobrevivientes.
“La casa fue bombardeada junto con otras cuatro. Cavé durante 12 horas en busca de mis parientes”, relata a The Independent con voz desesperada. “Perdí a 11 personas de mi familia, entre ellas mi hijo, el marido de mi hija y tres de sus hijos. El dolor y consternación fueron indescriptibles”.
Intentó darles sepultura en el cementerio local, pero la intensidad del bombardeo lo hizo muy peligroso. Tuvo que enterrar a su familia en una fosa común con una excavadora, cerca del hospital Indonesio. Después de eso, dice, no había razón para quedarse en el norte de Gaza, así que huyó al sur y continuó trabajando allí.
Señala que la mayor dificultad que enfrentan los paramédicos y choferes de ambulancia es que les disparen y les lancen bombas mientras tratan de llegar a una ubicación, junto con la falta de combustible, que les impide llegar a los lesionados. Hay días en los que tienen que usar carritos tirados por burros y triciclos eléctricos para transportar a los heridos.
“Peor aún, hay lesionados a los que es difícil sacar de los escombros. No tenemos el equipo o las capacidades para llegar a quienes siguen vivos entre las ruinas”, continúa.
“Esta es una gran tragedia y un obstáculo que enfrentamos a menudo. Los heridos están vivos, pero mueren bajo los escombros porque no podemos sacarlos. Nos sentamos y lloramos. Queremos ayudar, pero a veces no es posible”.
Ziad ha perdido a 10 colegas, todos conductores de ambulancia, desde que Israel comenzó su ofensiva. Israel niega atacar instalaciones sanitarias, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, desde octubre de 2023, ha habido cientos de ataques a instalaciones médicas en Gaza, con el resultado de 765 decesos.
Uno de los colegas de Ziad fue herido fatalmente cuando estaba sentado junto a él en el mismo vehículo. “Un trozo de metralla le dio y le cortó una mano”, relata Ziad, quien hoy siente que no tiene nada por qué vivir, excepto su trabajo. “No tengo casa ni refugio, y pocos familiares. Esto me ha puesto a trabajar toda la semana, siempre en la ambulancia, 24 horas al día.
“Todo lo que deseo es que esta guerra y esta tragedia lleguen a su fin. Lo que hemos pasado es suficiente”, añade.
“Lo peor es no poder volver a casa”
Nedal Hamdouna, periodista del norte de Gaza, ha tenido que huir de su casa y de albergues cinco veces durante el año pasado. Los ataques aéreos han dado muerte a varios de sus parientes. Pese a ello, sigue trabajando desde una tienda de campaña, con poco acceso a comida y agua.
Si Nedal, de 36 años, hubiera sabido que los militares israelíes intentaban cortar a Gaza en dos, no habría dejado su hogar, en el norte de la franja, hace un año. Vivía en Beit Lahia, ciudad cuyos campos adyacentes fueron alguna vez famosos por sus abundantes cosechas de fresas.
Pero, después de huir cinco veces de las bombas y las balas junto con su familia, ahora ocupa una tienda en lo que Israel llama la “zona humanitaria” en la región costera de Al-Mawasi. En realidad, es un páramo junto a la playa, atestado con decenas de miles de civiles, que también ha sido bombardeado en múltiples ocasiones.
Nedal no tiene idea dónde caerán del cielo los próximos panfletos que le ordenen mudarse de nuevo, cuándo comenzarán los bombardeos, o cuánto tiempo pasará para que le permitan ir a casa… si es que su casa sigue en pie.
Sigue trabajando a pesar de los peligros. “No poder regresar a casa es lo peor que se siente cada día. Nuestra casa está a pocos kilómetros de distancia, y sin embargo no puedo volver”, dice en un mensaje de voz enviado a The Independent, en el que asoma el dolor que siente.
Gaza es el lugar más letal del mundo para ejercer el periodismo. Israel ha negado repetidas veces atacar a trabajadores de los medios, pero la organización Reporteros sin Fronteras informa que, desde octubre de 2023, más de 130 periodistas han perecido por causa de las fuerzas israelíes en Gaza, al menos 32 mientras trabajaban.
El Comité para la Protección de Periodistas afirma que el número es tan alto, que más periodistas perecieron en Gaza en las últimas 10 semanas de 2023 que todos los muertos en un solo país en un año entero.
Nedal sigue trabajando a pesar de los riesgos. Relata que, la vez anterior que salió de la llamada zona humanitaria, hace dos meses, se escucharon drones israelíes en lo alto. “Las balas penetraron las tiendas y docenas de personas resultaron heridas. Muchas murieron en la zona, que de pronto quedó cerca del área de la operación israelí, pero no hubo órdenes de evacuar. Nos obligaron a huir sin poder llevar nada”. Afirma que vio “escenas de dolor, fatiga, miedo,” en las que la mayoría de las personas corrían sin llevar sus pertenencias.
“Las calles estaban atestadas; muchos esperaban un coche o una carreta tirada por burros. Yo subí al auto, pero tuve que bajar y seguir a pie con mi familia, porque era más rápido. No había combustible. La gente salía a las calles sin saber adónde ir”. Cuando al fin terminó la operación, vio que las tiendas estaban llenas de orificios de bala, y les habían robado algunas de sus pertenencias.
“En esta guerra, hemos perdido muchos familiares, vecinos y amigos. Yo perdí a mi tía; le dispararon cuando estaba en su tienda en Deir al-Balah, hace apenas dos meses”, dice a The Independent.
Otro problema importante es la escasez de alimentos y agua. El precio de la comida es exorbitante. Las verduras son ahora 10 veces más caras que antes de la guerra. Un kilo de tomates llega a casi 10 dólares. Los precios son inestables.
“La mayoría de la gente se alimenta con comida de lata”, explica, y añade que cocinan en un fogón, pero encontrar leña es a veces imposible.
“El día es extenuante en cada detalle. Cada vez que nos obligan a huir, tenemos que encontrar la forma de conseguir agua limpia y dónde levantar una tienda… Hasta el costo de las tiendas es cuatro veces más alto de lo normal. Cada vez que uno es desplazado, paga el costo de transportar sus cosas.
“Vivir en una tienda de campaña es difícil. Se enfrenta calor extremo en verano y frío en invierno”, añade.
Pese a todo esto, Nedal sigue trabajando, informando desde su tienda. Trabaja todos los días, intentando encontrar la forma de cargar su teléfono o conectarse a internet. Se dedica a transmitir al mundo las historias cotidianas de la gente en Gaza. “Sólo sueño en volver a casa y revisar nuestras pertenencias. Su valor es más que material. No tengo palabras para expresar el dolor que sentimos”.
“Llegamos exhaustos al hospital, y a trabajar de inmediato”
El doctor Musa AbuJarad es un pediatra que se vio obligado a huir del norte de Gaza cuando se acabó la comida y los bombardeos se intensificaron. Más tarde escapó del hospital Al-Najjar, en Rafah, cuando las fuerzas israelíes tomaron el control del área. Ha tenido que ayudar a realizar cirugías sin anestésico, por la carencia de suministros.
Casi todos los días, el doctor AbuJarad y sus colegas enfrentan dilemas imposibles: salvar la vida de un paciente moribundo con frecuencia requiere realizar cirugías sin anestesia.
También tienen que decidir a cuál de un grupo de pacientes heridos atender, pues nunca hay suministros suficientes para ayudar a todos. “Cuando sopesas si la probabilidad de sobrevivir de un paciente es mayor que la de otro, simplemente tienes que enfrentarlo”, dice con tristeza.
Al empezar la guerra, el doctor AbuJarad era pediatra en el hospital Kamal Adwan, en el norte de la ciudad de Gaza, pero se trasladó al sur después de sobrevivir con apenas un poco de pan cada día.
“Huimos al sur, escapando de la muerte y buscando sobrevivir y encontrar mejores condiciones y comida”, relata. Describe ese traslado como uno de los momentos más terribles de la guerra. Algunos de sus colegas fueron detenidos por las fuerzas israelíes en el camino; no tiene idea de qué les ocurrió. Otros perecieron en ataques.
“No sabíamos si nos disparaban a nosotros o a alguien más. No sabíamos si nos apresarían o no. Incluso quienes fueron capturados por los israelíes frente a nosotros… aún no sabemos qué fue de ellos. ¿Están vivos? ¿Presos? No tenemos idea”, expresa.
La OMS estima que por lo menos 214 médicos han sido detenidos por las fuerzas israelíes mientras estaban en funciones desde el principio de la guerra, y se ignora el paradero de muchos. Israel ha acusado a los militantes de Hamas de utilizar hospitales como bases militares o puestos de mando, afirmación que el ministerio palestino de salud niega con vehemencia y es refutada por organizaciones internacionales de ayuda y de derechos humanos.
La mitad de los hospitales de Gaza sólo funcionan en parte, lo que añade inmensa presión a los médicos. El doctor AbuJarad se trasladó a Rafah, en la frontera sur, cerca de Egipto, adonde cientos de miles de palestinos también habían huido. En el hospital Al-Najjar, trató de atender a un número interminable de pacientes procedentes de toda la franja, en tanto se agotaban los suministros médicos y los alimentos. “Trabajábamos casi 24 horas al día. No descansábamos”, refiere.
Luego, fuerzas israelíes se apoderaron de Rafah y los médicos tuvieron que desocupar el hospital. No se conoce el paradero de algunos miembros del personal médico que se quedaron para atender a los pacientes. Hoy día el doctor AbuJarad trabaja en un hospital en Khan Younis. Camina media hora para llegar al trabajo, con la esperanza de que algún camión, automóvil o triciclo eléctrico se detenga para llevarlo.
“Uno está atenido a su suerte. El camino es difícil; uno llega al hospital exhausto, y a trabajar de inmediato”, señala. “No hay suficientes medicamentos, en especial analgésicos, ya sea en farmacias o en otras partes. Nuestra gente vive en condiciones difíciles, que no se pueden describir”.
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Traducción: Jorge Anaya